PUNTO DE VISTA 2019: DE LOS UNOS PARA LOS OTROS
1.
“Apuesto por el arte que hacemos, los unos para los otros, como amigos”.
La cita del recordado Jonas Mekas con la que Garbiñe Ortega, directora artística de Punto de Vista, abría el programa del festival pamplonés en su segundo año al frente del mismo, no pudo erigirse como un acompañamiento más oportuno para su decimotercera edición, toda una declaración de intenciones por encima del necesario entrecomillado al maestro. Porque esta cita no sólo se sumó a los numerosos y sentidos homenajes que el creador de origen lituano, inagotable influencia para las generaciones actuales de cineastas, viene recibiendo tras su desaparición el pasado mes de enero, sino que en el caso que nos ocupa supo enarbolar con firmeza el espíritu generoso y libérrimo que impregna cada fotograma del autor de Walden (1969). Se asumía el compromiso de recoger un testigo tan imponente para fortalecer la línea artística del festival, de nuevo responsable de un programa de naturaleza inabarcable, donde cada día tiene espacio para un sinfín de experiencias sin salir del Centro Baluarte.
Así, mediante la película elegida para la emocionante sesión de homenaje, Birth of a Nation (1997), no sólo se huía de la decisión fácil a la hora de escoger un título que resumiera la celebrada vida de Mekas, sino que además en sus imágenes quedaba sintetizado ese espíritu de comunión entre cineastas, espectadores y programadores. A través de espontáneos retratos de sus compañeros de disciplina tomados durante cuatro décadas, en el film el director reivindica la amistad y la resistencia grupal como única manera de vivir haciendo un cine libre, presentando una coherencia insuperable entre la arrebatadora forma impulsiva y la vitalidad, nunca exenta de melancolía, que respira toda su obra. Como no podía ser de otra manera, a partir de esta sesión surgieron más vínculos fructíferos: al día siguiente se proyectó quizá la película más hermosa de toda una Sección Oficial compuesta por treinta títulos, Rushing Green With Horses (Ute Aurand), una rima profunda no sólo con el arte de Mekas para captar el incansable flujo de vida a su alrededor, sino también con el amor por la musicalidad de lo íntimo de Robert Beavers. Compañero de Aurand y presente en las imágenes de su película, él mismo también estaba allí con una estimulante sesión dedicada a su propia obra, además de acompañando su reciente miniatura Der Klang, Die Welt. Mediante la profusión de secuencias de diversos tiempos y formatos, las obras de Aurand y Beavers, como Mekas durante toda su carrera, transmiten inmensa paz y nos hacen sentir que no estamos solos en nuestras luchas, porque a ambos lados de la pantalla permanecen vínculos sin cuya existencia sería imposible seguir en esto.
De este sentimiento daba también buena cuenta el ciclo y la publicación dedicados a la memoria de Jonathan Schwartz 1, otro cineasta tristemente fallecido hace pocos meses. Los autores que presentaron algunas de sus sesiones, desde Deborah Stratman hasta Ben Russell, visitaron Pamplona esta vez no sólo para estar con sus obras propias en el festival –el segundo ni siquiera tenía película a concurso–, sino sobre todo para rendir homenaje a su gran amigo. A través de varios programas en los que los trabajos de éste se intercalaban con los suyos, las películas se encargaron de ilustrar estas ideas: la filmografía del director de The Crack-Up (2017), tierna y desgarradora a un tiempo en su captación del fluir de la vida, se muestra prodigiosamente atenta a los lazos y las fallas que nos hacen humanos, haciendo de esta honda comprensión la razón de ser de su cine en miniatura. En esa virtud, cerrando el círculo, estaba el motivo último del rendido tributo colectivo a su obra.
2.
“La voz no miente”, rezaba el lema de Punto de Vista en esta edición, extendido a muchas de sus actividades paralelas y el diseño gráfico de la misma. Atendiendo a las proyecciones, podría decirse que el soporte tampoco: de las 30 películas en Sección Oficial, cifra algo excesiva por mucho que la mayor parte de ellas tuvieran una duración inferior a 50 minutos, más de la mitad se filmaron en celuloide, con un porcentaje muy superior si incluimos las retrospectivas, siempre respetando el formato original en las proyecciones. El impreciso dato sólo viene a confirmar la apuesta de la dirección artística de Garbiñe Ortega por albergar un cine esencial que, bien por no cumplir los estándares habituales de duración, bien (más) por la escasez de espacios que apuesten por su debida exhibición, tiene muy complicado ser difundido. Esta cuidada línea dio cabida a las últimas obras de Robert Todd (con un desgarrador testamento en torno a la previa muerte de su hijo, Shrine); de la siempre estimulante Nazli Dinçel (Instructions on How to Make a Film, momento memorable con ¡una comedia sobre el proceso fílmico! a ritmo de Madonna, pieza a la que regresar sin duda alguna); o la ya habitual Deborah Stratman (Vever – For Barbara, irregular diálogo con las formas de Barbara Hammer y Maya Deren, que se sumó a los homenajes a figuras totémicas del cine experimental). También hubo espacio para John Price (Naissance des Étoiles #2), Malena Szlam (Altiplano), Los Ingrávidos (The Sun Quartet, Part 2: San Juan River), Kevin Jerome Everson (Polly One) o Laida Lertxundi (la deliciosa Words, Planets, tras Locarno o Gijón).
Asimismo, junto a ellas, también figuraron otros cineastas de lenguaje visual muy distinto, más ligado a la introducción de nuevas tecnologías digitales que a la experimentación con el fotoquímico. Fue el caso de Eduardo Williams o Jorge Jácome, que después de haber despuntado en el circuito hace dos años con El auge del humano y Flores respectivamente, venían a confirmarse esta vez con Parsi y Past Perfect, dos obras inferiores a las citadas, pero igualmente atractivas, orquestadas a través de la interpelación de la voz en off y su conflictiva relación con la imagen. Mientras la primera apela a la globalidad chocando una secuencia en primera persona registrada en Zambia con un desbordante texto en construcción del poeta argentino Mariano Blatt, la segunda revisa con humor el concepto de nostalgia, ambas con tantas imperfecciones como talento para ir algo más allá de lo evidente. Además, hubo espacio para voces menos consolidadas en el cine, caso de Edurne Rubio y la aplaudida Ojo Guareña, curiosa combinación de experimento visual y crónica social del franquismo en una cueva burgalesa, aunque con excesivo anclaje en su dispositivo; también de Jorge Moneo Quintana con Orbainak, crudo relato de cicatrices familiares vinculadas a lo histórico en el espacio de un caserío vasco. O para la sentida y elusiva miniatura del escocés Luke Fowler en Mom’s Cards, escrutinio visual de las tarjetas guardadas en el despacho de su madre socióloga. Por la presencia de todas ellas, muestras en una u otra forma de rigor y sentimiento, sorprendió más el fallo del premio a la Mejor Película otorgado a Una luna de hierro (Francisco Rodríguez), cargada de artificio en muchas de sus estampas.
3.
La noche del viernes 15 de marzo, en el Planetario de Pamplona, el público de Punto de Vista se arremolinó en torno a la pantalla de 360°, raramente reservada al cine, para ver en familia una sesión insólita. El director Luis Macías (25 Cines/seg) había preparado durante varios meses El sexto sol, una compleja performance astronómica que sólo podría disfrutarse en esa velada concreta, y el ambiente respondió sin duda a tal esfuerzo: su proyección fue uno de los momentos más especiales del festival. Supuso otro ejemplo, sólo el más llamativo en sus formas, de una nutrida serie de encuentros y charlas en torno a lo más importante, el arte como centro muy por encima del evento en sí, algo a todas luces fundamental, pero muchas veces olvidado en otros lares.
De este modo, el festival navarro se erigió una vez más en oportuno punto de encuentro para escuelas de futuros cineastas. Con un público esencialmente joven llenando las salas de entusiasmo, no puede decirse que la propuesta de programación cayera en saco roto: no muchos espacios brindan la oportunidad de absorber aprendizajes cinéfilos y compartirlos de forma activa al mismo nivel que Punto de Vista. Esta propuesta educativa abarcó hasta la infancia, con la exhibición en la clausura de la pieza resultante del taller que Iván Argote llevó a cabo pocos días antes con niños de entre 4 y 8 años, Activísimo, una aproximación desenfadada al lenguaje de las protestas callejeras; y tuvo además un paso por la adolescencia con otro taller que tuvo como epicentro el pase de Quién lo impide, proyecto documental desarrollado por el inquieto Jonás Trueba en institutos madrileños, confirmando con todo ello la profunda creencia de que mimar la transmisión es irrenunciable en el engranaje de cualquier disciplina artística.
En una semejante línea de estimular lo que está por venir, el programa X Films, otro sello de identidad de Punto de Vista, premia cada año a un realizador nacional emergente con la producción de un film localizado en Navarra para estrenar al año siguiente en el marco del festival. En esta ocasión se presentó La vía flotante, obra de los clásicos del festival Zazpi T’Erdi, un mediometraje en torno a paisajes inhóspitos de la región mezclados con escuchas radiofónicas. Con un punto de partida muy loable, centrado en diseñar atmósferas mediante el sonido, la pieza acusa todas las limitaciones y desajustes posibles de esta clase de proyectos. Sin embargo, el galardón de este año para Maddi Barber, a tenor de su estimable cortometraje 592 metroz goiti, incluido en la sección Paisaia y ubicado en el Pirineo navarro, de nuevo no podría ser más pertinente: si una virtud demuestra la autora en esta película, ya presentada en otros festivales recientes, es la de mimetizarse plenamente con el marco humano que retrata.
4.
Tratando de poner orden a un festival de fundamento siempre coherente pero también deslavazado e intenso como experiencia, en el que tanto se aprecia el seguimiento íntegro de una sección –al precio de ignorar por completo otras– como poder acudir a sesiones muy dispares y repletas de piezas, una película, quizá por su naturaleza afín a este concepto, se imponía sobre el resto. No tenía mucho que ver con ninguna de las demás proyecciones, de hecho, figuraba como único pase de un diminuto foco –junto a los de Marie Losier, Guy Sherwin, Iván Argote…– dedicado al artista francés César Vayssié. Ne travaille pas (1968-2018), como hace presagiar el paréntesis de su título, explora las inevitables contradicciones de una sociedad que fetichiza el quincuagésimo centenario de mayo del 68. Y lo hace asumiendo y explotando el propio lenguaje audiovisual de nuestra era; es decir, bombardeando a través de un montaje vertiginoso, en forma de collage con imágenes publicitarias y prefabricadas mezcladas con otras extraídas de Internet y música electrónica, el día a día de una pareja de jóvenes artistas parisinos. Casi como si fueran un trasunto imposible de Les amants réguliers (Philippe Garrel, 2005) en la época hipertrofiada de YouTube e Instagram, aquí su opción de tejer un discurso político queda sepultada tras ese chorro de presencias visuales.
Conservando la esencia de este acercamiento al sinfín de cambios acaecidos en nuestras sociedades durante los últimos cincuenta años, la explosión de hermosos e infrecuentes estímulos visuales propuesta en Punto de Vista se digería con mayor filosofía: dotar de un orden a nuestras vivencias resulta necesario, pero muchas veces es más aconsejable dejarse guiar por sus propios ritmos. Pocos festivales como el que nos ocupa han entendido tan bien el cine de esta última manera.
[1]Las películas de Jonathan Schwartz, digitalizadas, están disponibles de forma gratuita en su canal de Vimeo: https://vimeo.com/jonathanschwartz