Punto de Vista 2022: Sección Oficial
Asimilar la importancia de lo heredado y cimentar su trabajo en el camino ya recorrido. Con esas intenciones encaraba su labor el equipo comandado por Manuel Asín, nuevo director artístico de la que por méritos propios cabe ubicar entre las citas más señeras del panorama del cine documental europeo. Este decimosexto Punto de Vista nos convocaba en Pamplona con un aire de balsámica renovación, y no tanto por el mencionado cambio de ciclo al mando de un festival siempre estimulante como por las circunstancias que rodeaban su celebración del 14 al 19 de marzo de 2022, en la primera edición que se desarrolló con normalidad en tres años, también la del regreso desde aquel entonces de quien firma estas líneas. Entre los asistentes al festival en 2020, celebrado la semana justamente anterior a la irrupción de la pandemia y el estado de alarma, existe hoy cierta sensación compartida de haberse encontrado ante una suerte de epílogo festivo y despreocupado del “antiguo mundo”; un año después, en marzo de 2021, la edición estuvo marcada en todos los aspectos por las severas restricciones generalizadas ante el avance desmedido de los contagios. Por fortuna, ahora podremos ceñirnos exclusivamente a lo cinematográfico en las líneas sucesivas.
Quien ya conoce Punto de Vista afronta el festival con la ilusión de poder encontrar el cine en cualquier resquicio del programa, envuelto en las formas más diversas e insospechadas posibles. Aunque en la presente crónica nos centraremos exclusivamente en la Sección Oficial, dejando de lado por necesidad las jugosas proyecciones paralelas y retrospectivas anuales –este año dedicadas al cine marroquí y a la imponente presencia fílmica de los ríos–, resulta suficiente un vistazo a la lista de títulos, incluso al palmarés, para dar cuenta de que esta heterodoxia es seña de identidad. Como ejemplo, en el mismo concurso convivieron Evangelio mayor (Javier Codesal), sobre la mella de la vejez y la enfermedad en toda una generación de homosexuales, que descubre un material conmovedor aplastado por el excesivo peso de su dispositivo a lo largo de 138 minutos; y el polo opuesto de Untitled Part 9: This Time (Jayce Salloum), poética nota al margen de 6 minutos con el recitado a cámara de unos niños afganos, un trabajo que pocos festivales se habrían lanzado a incluir en su concurso. Este sensible reconocimiento de valor en la disparidad, tan capaz de conquistar nuevos adeptos como de mantener fieles a los de siempre, se mantuvo como bandera una vez más.
Como clara línea vertebradora, en las obras seleccionadas parecía imperar una querencia por el autorretrato y el uso de la primera persona, tendencia al alza en el documental de creación actual, pero también su contraposición con una serie de interrogaciones sobre la presencia del otro ante la cámara. La película que abrió el festival, Los caballos mueren al amanecer (Ione Atenea), parte del hallazgo de los restos de tres vidas singulares en una casa antigua, en lo que podría verse como una suerte de secuela conceptual de la historia –literaria y cinematográfica– de los Modlin. Aunque la cineasta disipa su atención en varios frentes, careciendo de la espectacular concisión de aquel otro relato, logra tender un puente entre la historia ajena y su apropiación particular, en este caso asumiendo, investigando y reinterpretando la fértil herencia que los hermanos García dejaron sin saberlo en sus manos. Por su parte, el ensayo Saturn and Beyond (Declan Clarke), una de las películas más insólitas y decididamente escurridizas a concurso, propone una dispar selección de referencias para trazar lentamente la línea entre todas ellas y aquello de lo que finalmente se acaba ocupando: la enfermedad y pérdida del padre del director, aquejado de Alzhéimer y cuya triste imagen acaba irrumpiendo en el cierre. También de la relación con la figura paterna, aunque de forma muy distinta, se ocupa la estimable No hay regreso a casa (Yaela Gottlieb), relato de la imposibilidad de conexión entre un antiguo combatiente sionista y su hija cineasta, en la que el infructuoso reconocimiento del otro –ella reniega de su ideario; él, en el tramo final de su vida, trata de inculcárselo en vano– termina por resultar la mayor prueba del amor latente entre ambos.
Otro vínculo familiar, en este caso fraterno, impulsaba una de las obras más destacadas de la competición. En Soy libre (Laure Portier), lo que parte como cercano retrato del hermano de la cineasta, Arnaud, un joven impulsivo y carismático en busca de sus anhelos, se transforma poco a poco en la necesidad de su autora de desistir, utilizando entonces como motor de la narración el cambio constante e insospechado en la vida de un protagonista indomable. Por el contrario, en la conmovedora y mínima Narciso (Julio Fermepin) la libertad parte de la quietud, simbolizada en la piedra inmóvil a la que el protagonista, solitario habitante de una remota comunidad en las montañas argentinas, otorga la capacidad de viajar por el mundo. Mientras que en otra película muy apreciable con nombre de sujeto masculino, Nenad (Mladen Bundalo), la migración se presenta como única vía de escape para el enquistamiento y la falta de oportunidades de toda una generación de jóvenes bosnios nacidos justo antes de la Guerra de los Balcanes. Y un repentino fotograma inmóvil se convierte en una plasmación más elocuente de tal dilema que cualquier disquisición al respecto.
Barriendo para casa, la obra que generó más ruido de la Sección Oficial fue sin duda 918 GAU (Arantza Santesteban). Su estreno en Pamplona se presentaba apoyado por un nombre local, la anterior presencia exitosa en otros certámenes y una temática de las que conllevan titulares de prensa: el relato del encarcelamiento de su directora en 2007 por su vinculación a Batasuna. La película no solo cumplió todas las expectativas, conquistando además el Premio del Público como se esperaba, sino que también reveló una plena coherencia con el resto de los títulos a concurso. El viaje fragmentario de la autora por la experiencia de la prisión desemboca en la renuncia a su papel de heroína, impregnando su trayecto vital de sensaciones más que de una narración convencional –gran parte de la información policial se proporciona al comienzo, dejando paso a lo puramente subjetivo–, y revela por encima del desencanto político una voz inspiradísima. Hubo más episodios diarísticos en Transparent, I Am (Yuri Muraoka) o The Capacity for Adequate Anger (Vika Kirchenbauer), más breves y concisas pero no por ello menos significativas de la rabiosa necesidad de sus autoras de purgar un hondo trauma identitario por la vía de un cine personal y creativo.
La programación también tuvo un espacio para la luminosidad y la confianza, a pesar de todo, en nuestros vínculos y en la mirada hacia el otro. El mejor ejemplo lo encontramos en la notable Film Balkonowy (Pawel Lozinski), donde el cineasta cede la palabra a la gente que camina bajo el balcón de su casa a lo largo de más de dos años. A través de sus palabras conforma un dibujo parcial de la sociedad polaca al estilo de los films-encuesta de Pasolini o Rouch-Morin, pero sobre todo deposita en esa pasajera relación con los entrevistados el germen de un posible mundo más humano, en una obra siempre agradable en el sentido menos edulcorado. La película escogida para clausurar, Charm Circle (Nira Burstein), también es un retrato, en este caso de la familia de la directora, que opta por una extraña cercanía como seña de identidad. Incluso con una sobreexposición no siempre constructiva, su autora plasma el modo de vida de unos individuos que consiguen mantenerse unidos y amados lidiando con la disfuncionalidad más extrema. Algo que San Simón 62 (Irati Gorostidi y Mirari Echávarri), el destacable título anual con sello X Films de esta edición, también explora en cierto modo. Aquí las cineastas miran hacia el pasado familiar y colectivo de una comuna ochentera en Navarra, durante un tiempo donde la libertad sexual empujaba con desconcertante fuerza ante las profundas secuelas dejadas por la ignorancia y la represión.
Con los mimbres ya mencionados, no extrañó que los dos títulos más reconocidos en el palmarés fueran otras dos obras atípicas marcadas por la anarquía y la ternura en sus retratos, la francesa Baleh-baleh (Pascale Bodet, Mejor Película) y la china Self-Portrait: Fairy Tale in 47KM (Mengqi Zhang, Mejor Dirección y Premio de la Juventud). Sendas películas cuya falta de apego a los estándares entronca a la perfección con sus ideas sobre las sociedades que muestran, así como con una subyacente reflexión compartida en torno a los vínculos humanos que dan forma a toda obra digna de ser tenida en cuenta, no necesariamente las más logradas. En este fértil retorno a Punto de Vista tras un paréntesis forzado, la mejor noticia fue saber que todo lo que hizo grande al festival navarro sigue en el mismo sitio aun en un mundo convulso, y renovar la certeza de que esta cita ineludible con las distintas formas del cine documental es un lugar donde encontrar cobijo cada año.