REC 2020: Primeras miradas
El Festival REC, que se celebra en Tarragona bajo la batuta de Xavier García Puerto, decidió sustituir en esta edición su jurado de prensa por uno de cineclubes, una novedad con la que pretendían prestar atención a unos colectivos que cada vez desempeñan un papel más fundamental en la industria cinematográfica. Gracias a este cambio de criterio (que ojalá empiece a implantarse también en Galicia), pude acercarme a tierras catalanas como representante de la FECIGA y descubrir un evento con una línea editorial centrada en el estreno de óperas primas que fue capaz de celebrar su 20º aniversario (a pesar de las circunstancias) con un modelo híbrido que consiguió 2.000 espectadores en sala y varios miles más en Filmin. Y gracias a la labor del comité de selección, también pude ver varios títulos que posiblemente marcarán la cartelera de 2021.
Vena experimental
El Jurado Internacional le otorgó su premio a Mogul Mowgli, de Bassam Tariq, el autor con una de las voces más personales de la competición. Apoyándose en una magnética interpretación de Riz Ahmed (el hecho de que que el actor sea también rapero en la vida real y co-guionice el libreto debió ayudar a plasmar uno de los mejores retratos cinematográficos de esta cultura), crea con Zed un personaje complejo y fascinante: un músico y agitador inglés de origen pakistaní al que una extraña dolencia paralizante le hace enfrentarse a su familia y a su herencia cultural. La puesta en escena de Tariq alterna momentos de sinceridad emocional nada impostada (captados con la cámara al hombro para que duelan más) con secuencias musicales llenas de flow, y los adorna con digresiones un poco excesivas entre lo onírico, lo surrealista y lo ciclotímico. El filme, imperfecto pero memorable, contiene una de las tramas hospitalarias más impactantes del audiovisual reciente.
Junto a esta, hubo otras propuestas experimentales en el concurso. La brasileña Irmã, del dúo Vinícius Lopes y Luciana Mazeto, buscaba plasmar el viaje de dos hermanas al interior de su país en busca de un padre ausente con un tono de realismo mágico cuqui-estrafalario. No siempre aciertan los realizadores con sus elecciones y salidas de tono, pero no se les puede negar que saben crear un universo propio y sugestivo, llevado al paroxismo con la llegada del asteroide. In Between Dying, del azerbaiyano Hilal Baydarov, podría definirse como un desbordante poema fílmico que cautiva por la belleza de sus planos, composiciones y paisajes; con todo, acaba saturando por la reiteración de motivos y metáforas en una road movie hacia ninguna parte, a medio camino entre Kiarostami y Tarantino.
Poderío francés
La cinematografía francesa continúa demostrando su pujanza con el trío de propuestas galas de la competición. Así, Slalom de Charlène Favier recibió el premio del Jurado de los Cineclubes, sorprendiendo por una madurez y maestría que no son habituales en una ópera prima. La premisa sobre una esquiadora adolescente acosada por su entrenador podría haber acabado como un bodrio de postre de Antena 3. Sin embargo, unos giros de guion implacables (que no eluden los clichés, sino que los estrujan hasta las últimas consecuencias), una dirección precisa y eficaz (como en las sorprendentes secuencias de descensos alpinos a toda velocidad) y una nueva actriz, Noée Abita, que sostiene la cinta sobre su mirada y se come con patatas a un inquietante Jérémie Renier, la convierten en uno de los debuts más prometedores de la última década.
El Jurado Joven fue conquistado por Gagarine, de Fanny Liatard y Jérémy Trouilh, una colorista fábula sobre la resistencia vecinal contra la especulación de la banlieue parisina en las antípodas de Les Misérables. Su imaginería aeroespacial como recurso escapista de la precariedad suburbial funciona soberbiamente a nivel visual, y cuesta no adherirse a su mensaje positivo a favor de la lucha comunitaria e intercultural frente a la gentrificación; aunque, siendo escrupulosos, le habría venido bien un poco más de oscuridad para contrastar con la luz que desprende: Yuri (un fantástico Alseni Bathily) por momentos parece Amélie en los arrabales.
Mes Jours de Gloire, de Antoine de Bary, no se llevó premios pero hizo reír al público, lo cual no es poco. ¿Por qué no suele ser habitual que los festivales apuesten por las comedias en su programación? “Comedia” entre comillas, eso sí. La historia comienza siguiendo las divertidas peripecias de un treintañero diletante encarnado por Vincent Lacoste (qué carisma tiene este chaval para humanizar a los bohemios burgueses) poco afortunado en el trabajo y en el amor, pero según avanza la trama va abandonando el humor para abordar con empatía las problemáticas de la salud mental. Inexplicable que ninguna distribuidora quisiera estrenar este crowdpleaser en las salas comerciales españolas.
Propuestas originales
En una selección muy heterogénea, brillaron cintas originales que sorprendieron por lo inesperado de sus propuestas. La griega Apples de Christos Nikou se llevaría el Premio del Público, tal vez por ser capaz de sintonizar con las angustias de los espectadores en este año aciago y trasladarlos a su mundo distópico y melancólico en el que una pandemia de amnesia provoca ciudadanos anónimos (hay que escoger ser cómplice de su premisa para que funcione el dispositivo). Esta exploración sobre cuestiones como la memoria, la identidad o el duelo sigue la estela de Yorgos Lanthimos con un tono entre aséptico, irónico y absurdo, aunque Nikou se diferencia al añadir unas gotas de ternura puntual para hacerla más digerible. A ver cómo le va en los Oscars.
Diana Montenegro recibió dos merecidas menciones honoríficas por El alma quiere volar: esta ópera prima descubre a una creadora colombiana de la que habrá que estar pendientes en el futuro. Película íntima y sensorial, su descripción de un clan de mujeres infelices desde los ojos de una nieta a punto de entrar en la adolescencia tiene ecos de muchos otros universos femeninos, aunque el resultado es profundamente singular. Asusta adentrarse en su atmósfera claustrofóbica, cimentada en la religión y en la superstición, y compartir la pesadumbre de una familia de mujeres avasalladas, aunque afortunadamente las protagonistas irán tomando conciencia de su propia opresión. Un rico retablo latinoamericano hecho sin apenas medios (la casa familiar es casi su única localización), pero con una mirada particular y talento de sobra.
La originalidad de The Best Is Yet to Come, de Jing Wang, reside paradójicamente en su plena asimilación del modelo clásico del thriller de investigación periodística (el de la fundacional All the President’s Men o las más recientes Spotlight o The Post) y su traslación a la realidad asiática, para con el mcguffin de una trama de tráfico de sangre hablar en realidad de la sociedad china y los profundos cambios que atraviesa, como hace su mentor Jia Zhang-Ke desde el noir. Una lástima que su férrea adhesión a la fórmula y un excesivo metraje no ayuden de todo a cristalizar unos trazos autorales que se intuyen.
Selección local
Dos películas más de factura nacional completaban la sección oficial. Les Dues Nits d’Ahir, de Pau Cruanyes y Gerard Vidal, relata la escapada de un trío de colegas en la veintena con la excusa de esparcir las cenizas de otro amigo fallecido en un accidente. Retrato generacional y reflexión sobre los mecanismos del luto, se echa en falta un poco más de concreción en personajes y situaciones: el guion, escrito a ocho manos por estudiantes de la Pompeu Fabra, quiere contar demasiadas cosas en poco tiempo, y depende mucho del buen hacer de los actores para vender algunos lances.
Ocurre un poco lo mismo con la sobrecargada El arte de volver, de Pedro Collantes, que está estructurada en torno a la sucesión de conversaciones con familiares, amigos y desconocidos de Noemí, una actriz emigrada considerando el retorno a España que tiene que sopesar las consecuencias de sus elecciones y un lustro de ausencia. Macarena García está inmensa cargando con el peso de la función y desborda química con sus partenaires, pero la verbosidad de los diálogos acaba por eclipsar la puesta en escena en lo que parece más una serie de episodios que uno todo.
Otras secciones
Aunque la competición copó la atención del cronista, pude asistir a cosas sueltas de los ciclos paralelos. Así, destacaría el acierto de escoger Josep, estreno en la dirección del dibujante francés Aurel, como película de inauguración. La animación resulta el medio ideal para plasmar la experiencia del ilustrador Josep Bartolí en los campos de concentración franceses para exiliados republicanos españoles, y su mensaje sobre la memoria histórica no podía llegar en un momento más oportuno. También oportuno fue rescatar la aquí inédita Buio, de la italiana Emanuela Rossi, una oscura (también en el sentido de falta de luz) fábula sobre tres hermanas que crecen aisladas en una mansión por culpa de un apocalipsis solar donde son manipuladas por su padre, y que después de padecer meses de confinamiento gana en matices y lecturas.
Además, pudimos ver algunos de los estrenos más esperados de la temporada, como Lúa vermella, en la que Lois Patiño por fin trasciende el paisajismo turístico del Novo Cinema Galego y entrega algo con chicha, un hipnótico cuento de brujas y fantasmas de tintes lovecraftianos; o la controvertida Beginning, de la georgiana Dea Kulumbegashvili, que arrasó con el palmarés de Donostia con un retrato hiperrealista y moroso de la violencia contra las testigos de Jehová y que pone a prueba la resistencia de los espectadores, desafiándolos a no abandonar la sala vejación tras vejación. Haciendo balance, valió la pena atravesar la Península a pesar de la covidia para poder ver una cosecha tan bien seleccionada.