(S8) 2013: CONDENSAR, CRECER
En una muestra en la que el carácter performativo de las sesiones es el principal atractivo, la intervención en el espacio resulta fundamental. Por eso las dos primeras ediciones del (S8) Mostra de Cinema Periférico, celebradas en la antigua cárcel de A Coruña, tuvieron algo mágico o romántico, con cierto poso político. El pasado año, el evento se trasladó forzosamente al Centro Ágora, muy lejos del centro de la ciudad, mal comunicado; edificio gris y sin personalidad, que restó impacto a algunos de los contenidos. Peter Kubelka tiró del carro, y la sensación general fue por eso de notable.
Su cuarta edición, celebrada del 5 al 8 de junio, se movió al CGAI y a la Fundación Caixagalicia, ambos en el centro de la ciudad y a dos minutos a pie entre ellos. A esto se le añadió, para las performances de la noche, la Fundación Luis Seoane. Un poco más lejos, pero con los bares oficiales del festival en el camino, que hacían el tránsito más llevadero, y daban la oportunidad de discutir sobre el cine y la vida entre pinchos y cañas.
Esta condensación espacial ayudó a atraer a más de 8.000 asistentes, una cifra nada desdeñable en cuatro días de evento. Pero la condensación fue doble. Se dejó notar también en la programación, que desde la de 2013, y en las próximas ediciones, se centrará en un país invitado. Esta vez, Argentina. Si tradicionalmente la muestra ha tirado de grandes nombres para atraer al público cinéfilo, y después añadido secciones alrededor de estos; en este caso todo el conjunto tenía una coherencia historiográfica nunca antes vista en el (S8). No es que se quedasen sin estrellas (ahí estaban Russell y Rivers). Simplemente, estas venían acompañadas de toda una constelación. Claudio Caldini presentó su primera retrospectiva casi completa en Europa, por lo que para la mayor parte de nosotros, fue un nuevo hallazgo en el firmamento. Para todos los que no seamos expertos en el cine experimental, seguramente de Argentina solo llegasen noticias de Narcisa Hirsch. Descubrir que hubo toda una generación de creadores alrededor de ella, y que esta huella se deja notar en un nuevo grupo de cineastas actuales, que están recuperando el súper8, es toda una alegría. En esencia, descubrir debiera ser la función principal de un festival, y ahí este año el (S8) cumplió con creces.
Caldini, “un árbol en el desierto”
Pero vayamos por partes, para no empachar al lector. Comencemos por Caldini. Este director, que no tiene ni ficha en imdb, pero sí un canal de YouTube que él incluso ha creado, y en la que se puede ver algo de su obra; sigue en parte la corriente de los filmes métricos que el año pasado nos había enseñado el propio Kubelka. Sus películas son, por lo general, cadencias de ritmos visuales sobre un mismo tema. Melodías hechas con cámara de súper8 o con single8 que, mediante la técnica de la animación experimental, sitúan al espectador en un estado de trance, muy ligado a la meditación taoísta de la que el mismo Caldini es un ferviente seguidor. Algunos dirían que son obras hipnóticas. Él prefiere llamarlas mesmerismos, pues este término involucra toda la experiencia humana y tiene, para el autor, una búsqueda terapéutica.
Es fundamental entender en Caldini la participación del espectador, en la lectura de sus filmes. Algunos de ellos, los proyecta en formato de tríptico, bien en paralelo o en consecutivo. En el primer caso, reedita el filme original y lo divide en tres partes que funcionan como una sola. Por ejemplo, el movimiento de las velas en Aspiraciones (1976), una pieza construida sobre fondo negro y puntos de luz que se mueven con cadencias rítmicas, solo funciona mediante el contacto entre planos del tríptico en paralelo. La experiencia, con un único proyector, sería otra. Para casos como Film-Gaudí (1975), en el que fragmenta el Parc Güell mediante planos detalle de las irregulares teselas de sus mosaicos, es preciso el montaje consecutivo, en el que el espectador establece un nuevo ritmo de lectura; casi interactivo, circular y simultáneo. Las proyecciones múltiples en una misma pantalla también son otra manera de evocar para Caldini. La más interesante, la de Fantasmas cromáticos (2012), una performance en la que el autor opera sobre las mismas imágenes superpuestas con distintos filtros de color, logrando que se lean de una manera distinta con cada variación; que estas cambien, apareciendo nuevas formas fantasmales sobre el fondo, que antes de cambiar de color el ojo humano era incapaz de percibir.
Seguramente, de verlos de nuevo, los filmes de Caldini variarán. Su uso de sintetizadores en directo, o la manipulación del celuloide en vivo, hacen de cada representación una experiencia. En todas ellas, ese mesmerismo, entendido de una manera espiritual, está presente. Caldini es un realizador que se siente, más que se explica. La abstracción de su obra no es fácil de aprehender. En todo caso, el primitivismo que emana de ella nos reconcilia seguro que con el cine primitivo, con la pasión por la luz y sus intermitencias.
El joven realizador argentino Pablo Marín dice de él, en un texto del diario del festival, que es “un árbol en el desierto”. Seguramente, la deriva musical y performativa que tomó el cine de Caldini no tenga iguales en el cine nacional, pero hay que tener en cuenta que el nacimiento del cineasta llega en una época en la que en Argentina sí se estaban realizando trabajos similares. Queriendo rescatar estas piezas casi olvidadas del cine experimental, Marín programó la sección Antología Fantasma, donde recuperó trabajos de Jorge Honik o Narcisa Hirsch, contemporáneos y colegas de Caldini. Entre las piezas, la célebre Come Out (1971) de Hirsch, estudio de formas sobre el plato y la aguja de un tocadiscos, considerada la cuna del cine estructural argentino. En el programa, La escena circular (1982) de Caldini dialoga con otras de compañeros de generación. Dos pañuelos, un paraguas y el amor (Horacio Vallereggio, 1976) tiene conexiones evidentes con Gamelan (1981), una de las obras más ambiciosas de Caldini, en la que intentó emular las ideas de Steve Reich sobre la música como un proceso gradual, en el cine. En la cinta, la cámara gira vertiginosamente sobre su eje, deformando el paisaje de tal forma que éste solo queda como líneas verticales cambiantes que parecen los trazos de una larga cabellera. Caldini es mucho más radical que Vallereggio, atando la cámara a una suerte de cable y haciéndola dar vueltas sobre sí misma, tan rápido que llega a la pura abstracción. Pero la primera cinta tiene un movimiento circular semejante, también con una mujer, que difumina los cabellos y el cuerpo de ésta, centrándose solo en la cara, casi creando un estado íntimo con el espectador.
Y, de los años 70, pasamos a la actualidad, con piezas de Pablo Mazzolo, Sergio Subero y Pablo Marín. El programa de Magdalena Arau Territorios Afines, incluido en la sección Súper8 Contemporáneo, se puede resumir como la huella de Caldini en los cineastas del presente. Estos tres realizadores trabajan todos con súper8, de una manera semejante a los de sus referentes del programa anterior. De este modo, todos los programas dialogan entre sí, formando una historia muy resumida del cine experimental argentino, una primera aproximación que invita a seguir investigando en un terreno que parece muy fértil. Por si fuera poco, se recuperan trabajos anteriores a los 70, o contemporáneos, en el Programa Arca, también de Arau. Todas las piezas aquí incluidas tienen la particularidad de ser amateurs. Tienen un interés historiográfico, por lo que muestran de la Argentina de la época, pero su poco fílmico es nulo. Una sesión quizás necesaria o interesante, pero aburrida hasta decir basta, y que podían haber usado en recuperar más trabajos de la generación de Hirsch.
Pero aun no hemos acabado. Además, la sección Archivos Históricos mostró algunos filmes clave de la historia del cine argentino, ya fuera del experimental. Piezas básicas del cine mudo, del clasicismo fílmico en Argentina o la esencial Crónica de un niño solo (Leonardo Favio, 1965), para algunos la mejor película argentina de la Historia. Un filme que remite al Truffaut de Les 400 coups (1959), al Tarkovski de La infancia de Iván (1962) o al Buñuel de Los olvidados (1950); pero con una visión propia que hace de Favio un gran cineasta. Como puede comprobarse, un panorama completísimo sobre el cine argentino, coherente y descubridor de mucho material olvidado.
Del mesmerismo al trance
La vertiente espiritual de Caldini entronca directamente con las inquietudes filosóficas de dos de los cineastas más dotados del panorama actual: Ben Russell y Ben Rivers. Los dos decidieron unir fuerzas hace tres años para crear su primero filme colectivo: A Spell to Ward off the Darkness (2013). La pareja lleva presentando su work in progress por diversos festivales internacionales en los últimos meses. Entre ellos, Punto de Vista, momento que aprovechamos para dedicarle unas líneas en nuestra crónica.
La novedad aquí es que traían obras anteriores, conectadas con otros trabajos ajenos en un ciclo comisariado por Garbiñe Ortega. Todo giraba en torno al trance, y a la posibilidad de un sentimiento espiritual en un mundo secular. Eso, resumiendo mucho el asunto. La principal contribución del (S8) fue ofrecer una sesión de cine expandido, en la que Rivers proyectó Slow Action (2011) en scope y a sacred speed en el patio de la Fundación Luis Seoane, lo que dio otra dimensión al evento. La performance de Russell The Black and the White Gods, en la que proyecta un trozo de Daumë (2000) y lo va descomponiendo hasta quedar solo con cadencias de blancos y negros, acompañadas de estridentes sonidos, como los estertores de una película que niega su propia descomposición; fue una de las experiencias más físicas que este cronista ha tenido ante una pieza fílmica. La caja del Matadero en la que la proyectó en Documenta 2010 no creó la misma sensación de súmmum (‘embodiment’, una palabra que les gustan utilizar a los Ben) que la piedra de la Seoane, sobre la que el sonido rebotaba de manera violenta, traspasando el propio cuerpo. Una prueba más de que el cine performativo cambia con el espacio.
Puede que no se crea, pero aún hay más cine en el (S8). El único problema de la muestra puede ser, precisamente, que en los cuatro días que dura, uno no pueda acceder a toda la programación, y eso que es bastante compacta. Se agradecerían sesiones de mañana, o dos pases por filme, para poder combinar bien las dos salas principales de la muestra. Si no, es imposible, como le pasó a este cronista, poder asistir a la sección Ópera Prima, que este año recuperaba los trabajos de Jaime Chávarri Run, Blancanieves, Run (1967) y Ginebra en los infiernos (1970). La labor del (S8) por poner en valor figuras del cine en súper8 en España es muy loable. Es una línea que se mantiene desde la primera edición, y que resulta muy necesaria. Lo mismo ocurre con las instalaciones. En este caso, recayeron en las manos de Lois Patiño, interesado en reflexionar sobre la relación del ser humano con la muerte a través de figuras fantasmales, recogidas en el espacio a través de pequeñas pantallas colgantes, bien de tela o metacrilato, sobre las que proyecta formas difusas. El cineasta gallego también presentó su serie de paisajes, cada vez más abstractos. En forma muy distintos, pero en consonancia con las ideas comentadas en las obras de Caldini, Russell y Rivers.
La nómina de autores gallegos no termina aquí. El (S8) encontró en Miguel Mariño el artista ideal para cerrar esta edición. Su performance Fomos ficando só, inspirada en unos versos del poeta Manuel Antonio, es una representación abstracta del mar, muy influida por Bruce McClure y Guy Sherwin, invitados en anteriores ediciones de la muestra. Que mostrar este trabajo en Galicia tenga un impacto en los creadores locales, favoreciendo nuevas vías para hacer cine en la región, es algo que debe hacer muy felices a los organizadores de la muestra. Se debe también decir bien alto que la manera de programar el (S8) es singular, en tanto que otorga a comisarios jóvenes (Ortega, Marín, Arau…) la posibilidad de ejercer, probar, experimentar.
Hablar el cine
Este diálogo con los profesionales más jóvenes del sector se dejó sentir este año especialmente en el Observatorio sobre nueva crítica, organizado por Beli Martínez. En la mesa de debate, participaron muchos medios afines a esta revista: Miguel Blanco por Lumière (también colaborador de esta casa), Covadonga G. Lahera por Transit, Jordi Costa (Fotogramas, El País…), Ricardo Adalia (Contrapicado, Juventudenmarcha) y Vicente Rodrigo por Cineuá. Resumir aquí las horas y horas de debate sobre lo que es la nueva crítica resulta dificultoso, pero podemos intentarlo en que, más allá de la escritura tradicional, estos medios están haciendo crítica directamente con las imágenes; a través de vídeo-ensayos, collages o aproximaciones literarias, en las que el crítico como narrador cobra relevancia. Se trata de contar una experiencia, de transmitirla al público. Esto es lo más sintético que puedo ser sobre un tema que da mucho que hablar. Y que, como todo lo que merece la pena, no es fácil de describir. El equipo del (S8) tuvo la brillante idea de transmitir en tiempo real lo que se estaba hablando, de modo que tenemos un par de vídeos de lo que fueron las dos jornadas colgados en su canal de YouTube. Esto permitió llegar a varios cientos de espectadores al mismo tiempo, muchos más de los que asistimos en sala al debate, no más de un par de docenas, y casi todos del sector. Una iniciativa que debería aplicarse en todos los eventos de estas características.
La otra charla del festival, mucho más corta, giró en torno al nuevo cine gallego. El director de Cineuropa, José Luis Losa, ironizaba vaso en mano después sobre el hecho de hacer un encuentro cada tres meses, para ver cómo andan las cosas, refiriéndose a una charla similar que tuvo lugar en Play-Doc. No es ninguna chorrada. Si en el festival de documentales hablaron los creadores principalmente, aquí el foco fue otro. Yo no pude asistir, pero por lo que me relataban después Manolo González y Felipe Lage, creo que aquí el centro del debate estuvo en las causas que propician la presencia del cine gallego de autor en los festivales internacionales. Primero, que hubo unas ayudas al talento (puestas en marcha por González) que permitieron que muchos de estos trabajos pudiesen crearse con pequeñas ayudas de la Xunta de Galicia. Segundo, que hay un productor que se mueve más que ninguno, el propio Lage, que a partir de Zeitun Films ha logrado llevar Todos vós sodes capitáns, Arraianos, O quinto evanxeo de Gaspar Hauser y, ahora y precisamente, el primer largo de Patiño, a festivales internacionales. Dirigía el debate José Manuel Sande que, junto con Xurxo González y Martin Pawley es el inventor de esa etiqueta de “nuevo”. Más allá de lo que nos pueda parecer, es innegable que este nombre ha calado en los medios. Tarde, pero ha calado. Y si no hablan de ti, no existes. Todos estos factores nos conducen a donde hoy estamos. Por lo tanto, la reflexión y difusión de estos temas no es poca cosa. Le tomamos la palabra a Losa. Que vaya pensando en un nuevo prisma para la mesa redonda de noviembre en Cineuropa.
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FOTOS: María Meseguer