Scarlet, de Pietro Marcello

Scarlet, de Pietro Marcello

El desorden de lo estético

El director Pietro Marcello apuesta por mostrarnos la belleza de un atardecer constante en su obra Scarlet (2022), referenciando ideas de la obra literaria de Alexander Grin, Scarlet Sails (1923), pese a no poder hablar de una adaptación directa. Una historia de posguerra entregada al amor en todas sus formas: bonito, frustrante y político. Un amor que hila entre los dos personajes principales: Raphäel (Raphaël Thierry), un hombre que luchó en la Primera Guerra Mundial, devastado por la muerte de su mujer; y Juliette (Juliette Jouan), su hija a la que conoce al llegar del campo de batalla. La película, con el peso del retorno a un pueblo del norte de Francia, nos muestra a un hombre rudo y callado que expresa sus sentimientos a través de las manos de trabajador y artesano.

Estas manos grandes y desgastadas nos llevan por el camino de reincorporación a la vida de la villa buscando trabajo y respuestas sobre la muerte de su mujer. Una primera parte de la obra nos muestra la ternura de un padre que ve crecer a su hija mientras intenta ganarse la vida como carpintero, acercándose a un estilo semejante al realismo ruso; mientras que la otra le presta atención a la hija y a su crecimiento como persona en una etapa de juventud. Al igual que las manos de Raphäel acaparan los planos en la primera mitad de la obra, marcando el peso emotivo, parecen desvanecerse como si soltasen a la propia Juliette en su madurez, pasándole así el protagonismo de la historia y entrando en un tono de fantasía, magia y amores complejos que solo será interrumpido al final del filme. 

Esta estructura partida, donde se entrecruzan la vida del padre y de la hija cambiando el género de la obra, nos ofrece perspectivas diferentes que parecen funcionar en la teoría, pero a la hora de establecerse en el lenguaje de la cinta hace temblar sus cimientos. Un ejemplo de esto es que, a pesar de que el director nos muestra la sensibilidad de la niña por la música y el canto desde pequeña, no es hasta pasado el ecuador de la proyección cuando aparece una escena con música extradiegética que rompe con la línea de realismo cotidiana que se había mostrado hasta el momento. Tampoco somos capaces de entenderlo como un cambio de estilo, pues solo se emplea este lenguaje en una escena más. Este mismo concepto se repite a lo largo de la película, creando sensaciones encontradas entre buenas ideas con peso estético y potencial para la trama, pero que no encuentran desenlace.

Ocurre esto mismo con uno de los aspectos más destacables de la cinta, ya que el hecho de tratar la imagen de un melodrama no solo con la estética de un filme de época, sino con las texturas y grano arraigados al celuloide del cine pre-digital, parece un acierto a la hora de hacernos sentir en otro momento, creando emociones a partir del recuerdo. Lo podemos intuir como línea de tendencia con la reciente Aftersun (2022) y su delicadeza a la hora de plasmar los años noventa con una imagen y color que sobreentendemos de la época. En la obra francesa tenemos que sumar una elección de planos que nos llevan a los años cincuenta y a los melodramas estadounidenses; pero la obra representa los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, creando cierto conflicto visual. El empleo en varias ocasiones de imágenes de archivo restauradas de la guerra y de la sociedad del primer cuarto del siglo XX remarca la visión documental de Pietro Marcello ya vista en Per Lucio (2021), pero cuesta que funcionen en la inmersión de la obra, quedando como un recurso curioso, pero no eficiente, en una historia que presenta un lenguaje técnico y visual propio y reconocible como marca de autoría, contrastando demasiado con las panorámicas y grabaciones amateur de las imágenes de archivo.

Scarlet, de Pietro Marcello

Cuando la imagen se deja llevar por la trama se generan cuadros hermosos que llenan la pantalla de colores pastel y luz melancólica en ese atardecer constante que guía a Juliette por el mundo de los sueños imposibles, la magia y la fantasía. Nos acercamos al cine de las princesas Disney, a la personalidad de las protagonistas de los filmes de Studio Ghibli y a la constante promesa a las clases bajas de que los sueños se hacen realidad.

Sin embargo, mientras una clase social sueña y escapa por el mundo en barcos voladores; otra se permite la licencia de montar en un avión y vivir en los sueños. Desde la complejidad de la destreza técnica con la que determinamos si un trabajador de la madera es artesano o artista hasta las pequeñas posibilidades de una familia humilde para la educación de su hija. Si hay un tema que se separa del ritmo atropellado de la obra es la constante sensación de conciencia de clase. Remarca la imposibilidad de un sistema meritocrático y avisa del peligro constante al que se somete el obrero y su familia a la hora de asentar su vida, con la sombra de un sistema capitalista de producción constante donde el arte queda en un segundo plano. 

Es un aventurero, los aventureros olvidan”, con esta frase intentan consolar a Juliette en su trama amorosa con un joven rico del pueblo (Louis Garrel), representando la sensación de inferioridad que puede sentir la protagonista, capacitada para tomar decisiones y olvidar del mismo modo, pero sin el privilegio de escapar. Esta ideología marcada choca con la estética de cine clásico estadounidense y las referencias a las obras de Disney, hablamos de una obra que trata los temas actuales con sensibilidad y destreza, atestando situaciones que se resuelven con tramas de cuidados, salud mental y mujeres fuertes e independientes desligadas de la figura del hombre.

A pesar de la trama caótica, estamos ante una obra hermosa donde cada imagen podría ser un cuadro romántico con una sensibilidad en el color sublime y un gusto por los encuadres bien compuestos. Con todo, las obras no se sustentan únicamente por una estética cuidada, y aunque de manera estanca cada escena funciona bien por sí sola, se pierde el peso de la trama diluido en el intento de establecerse como un filme sin género fijo. Puede que echemos en falta el trabajo de sustraer temáticas para lograr una obra más funcional y directa. Sobre todo, atendiendo a esas buenas ideas que comienzan a lo largo de la pieza, pero que terminan abruptamente o simplemente no tienen desenlace, perdiéndose en el atardecer constante como un día que no acaba nunca.

Scarlet, de Pietro Marcello

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