SEFF 2017: SECCIÓN OFICIAL (2)
Continuamos con nuestra crónica de la Sección Oficial del Festival de Cine Europeo de Sevilla, que acaba de clausurar su decimocuarta edición. Entre la extensa programación de este año, que ha vuelto a sobresalir por su audacia y diversidad, no hemos podido pasar por alto ciertas líneas temáticas y conceptuales que se entrelazan a lo largo de toda la selección.
Comunidad e identidad
En esta segunda entrega, observamos una preocupación especial por dar cabida a diferentes conflictos y crises de identidad, particularmente aquellas que se originan en el seno de comunidades reducidas o aisladas. Asistimos a la concepción de auténticos ‘microcosmos’ en los que sus protagonistas pugnan por encontrar un sentido de pertenencia, un reconocimiento dentro del grupo, y en los que la violencia suele impregnarlo todo. Western (Valeska Grisebach, 2017), analizada en la crónica anterior, es tan solo uno de los múltiples ejemplos de esta corriente.
Con su segundo largometraje, el realizador italo-americano Jonas Carpignano se consagra como un autor con un marcado estilo propio, basado en un naturalismo diáfano y una fascinación por personajes marginales. Presentada en la Quincena de los Realizadores durante el último festival de Cannes, su película A Ciambra (2017) ha sido seleccionada para representar a Italia en la próxima edición de los premios Óscar. La cinta, producida por Martin Scorsese, tiene como protagonista absoluto a Pío Amato, un joven de 14 años perteneciente a la comunidad gitana de A Ciambra, en Calabria. Después de revelarse como una de las principales sorpresas de Mediterranea (Jonas Carpignano, 2015), donde cautivó al público con su atrevido descaro y talento natural, Amato vuelve a ofrecer una interpretación conmovedora a través de fragmentos de su propia vida.
Estamos ante un gran aporte al género de historias iniciáticas, donde el protagonista carga con el peso de toda la narración (un trabajo que hace de Amato un justo merecedor del premio a Mejor Actor en Sevilla). Por encima de todo, Pío aspira al reconocimiento de su familia, a demostrar su valía y status como hombre dentro de la comunidad. El encarcelamiento de su hermano mayor le da una oportunidad para probarse a sí mismo, aunque esto implique seguir una senda delictiva y enfrentarse a decisiones difíciles. Entre ellas, la necesidad de posicionarse entre su pueblo y el colectivo de refugiados africanos con los que mantiene una estrecha relación. Cabe destacar la tierna amistad que mantienen Pío y Ayiva (el burkinés Koudous Seihon, que ‘retoma’ su papel en Mediterranea), y que se presenta como uno de los principales ejes dramáticos de la película.
Carpignano vuelve a espacios y personajes conocidos, construyendo su propio corpus alrededor de ellos. Camina con decisión entre el documental y la ficción, ofreciendo una mirada libre de prejuicios. No juzga, no hay rastro de condescendencia en el modo en que se acerca a sus protagonistas. A Ciambra mantiene su propia coherencia interna pero, a pesar de todo, echa en falta una mayor estructura para articular el relato, una narrativa que guíe de forma más precisa la evolución de su antihéroe. Por último, si hay un personaje sobre el que realmente pesa la dimensión de familia, tradición y comunidad, es la enigmática figura del abuelo. Durante una conversación con Pío, el patriarca sintetiza en una frase la determinación que atraviesa a muchos de los personajes y obras de esta sección: “Estamos solos contra el mundo”.
Esa sensación de abandono está igualmente presente en A Violent Life (2017), producción francesa escrita y dirigida por Thierry de Peretti, que se alzó con el premio al Mejor Guión en el encuentro hispalense. Se trata de un retrato histórico y generacional, que sigue los pasos de un grupo de jóvenes pertenecientes al Frente de Liberación Nacional de Córcega. La obra describe de forma casi analítica algunos de los mecanismos internos del nacionalismo corso, así como la experiencia de la lucha armada durante las últimas décadas del siglo XX y el cambio de milenio. Encabezados por Stéphane (Jean Michelangeli), el núcleo dramático de la obra está compuesto por un inseparable grupo de amigos, unido por fuertes lazos de fraternidad y un idealismo casi ingenuo. Peretti presenta a los protagonistas como simples piezas en un tablero que no acaban de comprender, representantes de una juventud atomizada y hasta cierto punto utilizada. Es una obra compuesta a partir de claroscuros, con una atmosfera que se va volviendo más asfixiante a medida que avanza la escalada de violencia. Del mismo modo, este tono ambivalente se ve intensificado por la marcada fotografía de Claire Mathon, donde la luz tiene un carácter esencial y una dimensión casi narrativa.
Pero si hablamos de fotografía hay que reservar un hueco especial para una de las obras más atrevidas de la sección oficial: Winter Brothers (Hlynur Pálmason, 2017), presentada este año en el Festival de Locarno, donde obtuvo el premio a la mejor interpretación masculina. En su primer largo, el realizador islandés conjuga como pocos las dimensiones física y poética del cine, apoyándose principalmente en el intenso trabajo de los actores y el magistral empleo de la cámara. Descrita como una “odisea fraternal”, volvemos a encontrarnos con personajes inadaptados que se mueven en un espacio limitado y profundamente condicionante. La película tiene lugar en una remota explotación minera, situada en un punto impreciso de Dinamarca, y se desarrolla durante un inverno gélido que marca intensamente el tono y los colores de la obra.
Los protagonistas son una peculiar pareja de hermanos, opuestos en su comportamiento e interacción con el resto de los trabajadores de la mina. Como espectadores, seguimos principalmente a Emil (memorable trabajo del danés Elliott Crosset Hove), que se convierte rápidamente en el punto de fricción de este singular microcosmos. Mientras que su hermano parece adaptarse a las condiciones del entorno, Emil no termina de encajar, pasando de una actitud introspectiva a otra abiertamente desafiante. Como en las películas anteriores, Winter Brothers presenta un universo dominado exclusivamente por personajes masculinos. En las cintas comentadas hasta el momento la presencia femenina estaba limitada a los -desgraciadamente- convencionales roles de ‘madre’ y ‘pareja’. En esta ocasión, la única mujer de toda la cinta aparece como un mero objeto de deseo, un motivo de confrontación para los dos hermanos. Se trata de un personaje sin contexto ni profundidad, que sirve a la historia para canalizar el conflicto fraternal, y que debería servir al espectador para cuestionarse una vez más la representación de las mujeres en la pantalla.
A excepción de un par de arcos argumentales y las rutinas que se repiten diariamente, la película carece de una trama específica. En lugar de eso, el realizador pone el foco en elaborar atmósferas densas y provocar situaciones incómodas para que los personajes entren en colisión y hagan avanzar la narrativa. En realidad, la historia subyacente es la búsqueda del amor, un intento desesperado del protagonista por ser valorado, “amado y follado”. Hablamos de una película cruda, de un regusto amargo y no apto para todas las audiencias. La estética rugosa, los desfiles de hombres taciturnos, escondidos entre máscaras y sombras, los interiores opresivos y oscuros, exteriores níveos y vacíos… Pálmason ofrece una elaborada construcción de ambientes que recuerda por momentos a la reciente Hijo de Saúl (Laszlo Nemes, 2015). Rodada en 16mm, el trabajo incisivo de Maria von Hausswolff fue recompensado en Sevilla con el premio a la Mejor Fotografía, y representa con diferencia el mayor atractivo de la cinta.
Del invierno danés nos trasladamos a la costa provenzal francesa para asistir al nacimiento y evolución de una comunidad muy particular, la formada por una novelista y los adolescentes que asisten a su taller de escritura. Este es el punto de partida de L’Atelier (2017), última propuesta del consagrado director francés Laurent Cantet. La historia está ambientada en La Ciotat, una localidad de la Costa Azul que cuenta con un importante pasado industrial y de lucha obrera ligada a los astilleros. Un grupo de jóvenes locales decide apuntarse al taller impartido por la escritora Olivia Dejazet (Marina Foïs), como parte de un programa de orientación laboral y apoyo a la juventud. La tarea parece simple: Elaborar entre todos una ‘novela negra’ que conecte el pasado y el presente de la ciudad, y con la que todos los alumnos se sientan identificados. El conflicto está servido.
L’Atelier completa trabajos previos de Cantent como La Clase, por la que obtuvo la Palma de Oro en Cannes en el 2008, para reafirmarlo como un talento único a la hora de retratar a la juventud francesa actual. La trama avanza y profundiza constantemente al ritmo de unos inspirados diálogos, que brotan de manera natural con las interacciones de los adolescentes. Entre ellos se crea un auténtico espacio de debate, envolvente y sincero, que no se limita a la creación literaria sino que acaba por englobar los temas más complejos y contemporáneos, como la propia identidad francesa. Sin embargo, desde un primer momento, uno de los chicos destaca como la nota discordante. Antoine (Matthieu Lucci) empieza a buscar el enfrentamiento directo, provocando a los demás con temas como el terrorismo y la violencia explícita. En un grupo decididamente multicultural y diverso, su presencia comienza a ser vista como incómoda y hostil. El joven tiene un talento real para la escritura, pero su oposición de base a las ideas ajenas, sumado a unas inclinaciones políticas próximas al extremismo xenófobo, provocan que la profesora se sienta a la vez atraída y repugnada por él. Ambos comienzan un juego de voyeurs, investigando minuciosamente en la vida privada del otro, que cambia lentamente el tono de la película. Partiendo de unos escenarios luminosos y un enfoque ligero, la obra se convierte de pronto en una profunda contienda dialéctica, para desembocar en un final con trazos de thriller. Esta progresión culmina con un clímax de tensión, en el que se revela el auténtico motivo detrás de la actitud de Antoine: un silencioso grito de socorro, una necesidad imperante por ser escuchado y comprendido.