SEFF 2019 (II): HETERODOXIA DOCUMENTAL
“Es raro que en un museo haya cosas pensadas para el ojo y no para ser didácticas”, afirma el pensador Jean-Louis Schefer en una secuencia de Danses macabres, squelettes et autres fantaisies, mientras posa su cultivada mirada en un cuadro expuesto al público. La frase podría sintetizar el espíritu de este peculiar y libérrimo documental. En él se toma como partida la exploración del motivo artístico del título, plasmador de la universalidad de la muerte y su presencia constante en la vida, para trazar a lo largo de casi dos horas no sólo un lúdico recorrido a través de su historiografía, sino también y sobre todo un auténtico tratado sobre cómo el cine divulgativo puede y ha de ser entendido sin prescindir de su propia forma en cuanto arte visual.
Planteado como si fuera una distendida reunión de amigos entre los cineastas Rita Azevedo Gomes –responsable, junto al gran Acácio de Almeida, del notable empaque visual de la película, de espíritu pictórico sin cargar las tintas en ello–, Pierre Léon –montador– y Jean-Louis Schefer –maestro de ceremonias–, el trabajo se siente como guardián de un placer tristemente infrecuente en la pantalla grande. Se trata de reivindicar la interpretación del arte y su historia como auténtico gozo que compartir, alejado del frío academicismo y desde luego nada sospechoso de seguir manuales. Entre tanto, las charlas analíticas se alternan con esparcidas secuencias maestras de Buñuel, Schroeter o Mizoguchi o exploraciones de la huella artística en el propio paisaje portugués para devolvernos al auténtico leit-motiv que dota de vida a esta singular obra, no exenta de rigor: para encontrar algo valioso en los diferentes motivos mostrados aquí, como en una conversación amistosa que va saltando de tema sin prisa, no es necesario forzar más vínculo que aquel que les otorga quien los ama, pues a la pasión y el sentimiento verdadero va ligado el saber. No es poca lección.
Otro documental de marcadísima heterodoxia visto en Sevilla, aunque desde luego radicalmente opuesto en todo punto al de Azevedo y Léon, es Space Dogs, estrenado en el pasado Locarno e incluido en la sección Las Nuevas Olas. El debut en la dirección como dúo de los austriacos Elsa Kremser y Levin Peter parte de un hecho real y concreto, el brutal adiestramiento para viajar al espacio en la era soviética de los que hasta entonces habían sido perros callejeros en la periferia de Moscú –como la famosa Laika–, para enseguida alejarse de cualquier relación firme con esta narrativa cerrada que no sea la de los supuestos y las sugerencias. En esencia, y tras introducir la cuestión espacial a través de una voz en off, la película sigue a un grupo de animales durante su deambular por las calles de la capital rusa, mostrada en nuestros días. Recorriendo sus rincones en un ambiente de profunda tristeza, propio de un mundo cruento y lleno de abusos pero retratado más bien con una pátina de ternura, Kremsen y Peter juegan con el punto de vista animal para conectar de forma lúdica multitud de capas, siempre sostenidas por un fino hilo cerca de romperse pero milagrosamente indemnes al final del metraje. El resultado, casi imposible de describir con plena justicia a quien no lo haya visto, es una de esas obras frágiles y valientes cuyo carácter insólito suma puntos: por momentos es realmente difícil creer que el mejunje que propone esta pareja debutante, a caballo entre el animalismo y una particular cosmogonía, logre esquivar el ridículo e incluso resulte fascinante en tramos como el de las tortugas espaciales, pero lo cierto es que lo hace.