SINÓNIMOS, de Nadav Lapid

Ser francés

Sinónimos es una película diversa e irregular como un diario personal. Durante dos horas se suceden las anécdotas sin que lleguen a desarrollar una trama aparente.  Tienen, no obstante, un centro de gravedad. El actor Tom Mercier, que debuta de manera asombrosa en esta película, se pasea con su abrigo prestado por las calles de París. Cuenta sus historias de Israel a una pareja de jóvenes burgueses parisinos, trabaja como agente de seguridad en la embajada israelí, se expone desnudo a una sesión de fotografía, baila en los clubs de la capital francesa… Una mancha color mostazo entre los bulevares y la multitud. ¿Quién es Yoav? ¿Cómo ha llegado allí? O, en los términos lingüísticos en que a veces se formula Sinónimos, ese francés raro que habla como un autómata, ¿de dónde sale? Que haya un centro de gravedad no implica que haya respuestas. Sinónimos es, por si fuera necesario decirlo, una película sobre la identidad. Sobre el lenguaje y el cuerpo. Y como sucede en la Francia contemporánea de Macron y bajo la nacionalidad israelí del personaje y del director, Nadav Lapid, tiene inevitablemente un cariz político.

Nadav Lapid, que estudió filosofía en Tel Aviv y viajó a París tras realizar el servicio militar obligatorio del Estado de Israel, dice haberse inspirado en su propia experiencia para escribir el guion de la película (junto a su padre Haim Lapid. Su madre Era, por cierto, ha montado la película y a ella va dedicada). Sinónimos comienza con Yoav llegando a un amplio piso vacío y desnudándose para tomar una ducha. Misteriosamente, todas sus cosas desaparecen esa noche quedándose desnudo y a la intemperie helada de París si no le rescatara una pareja de intelectuales franceses recién salida de una película de la nouvelle vague. Son Émile (Quentin Dolmaire, protagonista de Trois souvenirs de ma jeunesse, de Arnaud Desplechin) y Caroline (Louise Chevillote, de L’amant d’un jour, de Philippe Garrel). En agradecimiento por salvarle de morir del frío y regalarle un sostén y abrigo, Yoav dará a su nuevo amigo el piercing que lleva en el labio ─ “es todo cuanto me queda”─ y sus historias de Israel.

Nadav Lapid reduce la trama a su premisa dejando que Sinónimos quede a la deriva, en un deambular constante como los de su personaje. Los planes de Yoav son simples: “ser francés”, sea lo que sea eso; “ser enterrado en Père Lachaise”. Para ello se arma de un diccionario de bolsillo y va recitando sinónimos. Habla un francés extraño, un francés de los libros, que sale de su boca como si fuera un autómata. Yoav hilará sinónimos en francés para describir al abyecto y condenado Estado de Israel. Su identidad se define negativamente por este rechazo a su identidad israelí. Lo que convierte su deambular caprichoso por París en una minuciosa autodestrucción, en un borrado: renuncia a hablar en hebreo, pierde sus cosas, vive en una habitación vacía bajo un disciplinado régimen de alimentación, regala sus historias… Permanece, no obstante, el cuerpo: un cuerpo israelí y circuncidado que no puede autodestruir por más que lo entregue al frío, a la disciplina, al hambre y a la prostitución.

A pesar de su dispersión, la sucesión de anécdotas precipita en un final en el que Yoav descubrirá que ni uno puede autoborrarse ni existe una identidad sustituta (“la francesa”) que no marque los cuerpos y el pensamiento, y en el caso de la Francia contemporánea, de manera soez, fundamentalista y autoritaria.

En su anterior película, The Kindergarten Teacher, Nadav Lapid también realizaba una despiadada y gruesa crítica social de su país natal. En ambos casos emplea un recurso parecido: partir de una premisa extraña y misteriosa ─un niño de parvulario que es poeta, un hombre aparecido de la nada en París decidido a convertirse en francés─ para desnudar las hipocresías y mezquindades de la sociedad.

El mayor logro de Sinónimos es haber realizado una película simultáneamente muy conceptual ─una película sobre el lenguaje─ y física. La clave autobiográfica la abre incluso a lecturas metalingüísticas y recursivas, donde Lapid se apropia de la tradición cinematográfica francesa para encontrar su propio estilo. Sinónimos se construye en torno a un ménage à trois como los de Jules et Jim (François Truffaut, 1961), Bande à part (Jean-Luc Godard, 1964) o, ya un homenaje a las anteriores, The Dreamers (Bernardo Bertolucci, 2003). El mismo Émile recuerda al director de la nouvelle vague caricaturizado por Jean-Pierre Léaud en Ultimo tango a Parigi (Bernardo Bertolucci, 1972). Incluso la fisonomía de Tom Mercier y su fisicidad recuerdan a Jean-Paul Belmondo, y es que Nadav Lapid comparte con Godard su gusto por el hieratismo, por las enumeraciones en off y por las sentencias; y, con toda la nouvelle vague, la predilección por los flâneures y por la libertad narrativa y formal. Porque, más importante de todo, Sinónimos es una película sobre el lenguaje cuya puesta en escena no olvida que, si la lengua es la norma, el arte se encuentra en la desviación.

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