Tres, de Juanjo Giménez
Juanjo Giménez es un director novel que se sale de la regla, no ya por los años que tiene (la edad, para mí, pocas veces define algo), sino por su trabajo en la industria, su labor como profesor y la experiencia en el cortometraje que atesora. Género que supo exprimir al máximo, y que le llevó en 2016 a ser el primer español en ganar la Palma de Oro del festival de Cannes al mejor cortometraje por Timecode, una pequeña y sutil historia sobre unos vigilantes de seguridad de un parking que acaba por dividirse en una suerte de pantallas en donde se invita al espectador a seguir una danza formal muy bien ejecutada. Es un producto donde la historia no tiene un sentido real y se ejerce la fuerza narrativa en la forma en que se nos muestran las cosas y en cómo se experimenta con el lenguaje cinematográfico. Algo que también ocurre en Tres (2021), su ópera prima, que en ningún momento lo parece, seguramente por la citada experiencia de su realizador, aunque sí tiene ciertas carencias que le hacen perder cierta unidad al conjunto y un desenlace que desentona y contrasta en exceso con todo lo planteado anteriormente, pero tiene su mérito en la gran apuesta para contar con el sonido y hacer converger diferentes espacios fílmicos a través de él, explorando así un recurso que muchas veces pasa desapercibido y aquí es lanzado a un papel protagonista con una fuerza casi sin precedentes, al menos en el cine español.
La película aborda la historia de una diseñadora de sonido que se refugia en su trabajo para no hacer frente a los problemas reales de su vida y comienza a escuchar las cosas con cierto retraso, algo que va en aumento cada día que pasa, viviendo así, por lo menos sonoramente hablando, en el pasado. De alguna forma, su excesivo control y frialdad en lo que hace acaba volviéndose contra ella. Al principio todo parece como un castigo para que vuelva al cauce correcto y preste atención a lo realmente importante de la vida, y hacerla así salir de su guarida, de su zona de falsa comodidad en la que se ha instalado en ese estudio de sonido donde todo está calculado de manera quirúrgica y hasta obsesiva. En esencia, la premisa de Tres es poderosa y consecuente al principio, se sigue con interés y te sumerge en la ansiedad y presión de vivir una situación en la que la normalidad es dinamitada por completo. Se pasa por diferentes etapas, como un duelo, caes muy bajo, gritas, maldices y crees que todo está perdido y que no aguantas más, pero eres más fuerte de lo que crees y avanzas, miras hacia el horizonte, por muy inalcanzable que sea, y empiezas a convivir con ello, a hacerte a la idea, ves salir el sol, se disipan algo las nubes, y saltas del estancamiento y la frustración a un lugar nuevo en el que ya nunca volverás a ser igual. Pero, de repente, cuando más cerca estabas de abrazar y aceptar ese dolor, esa nueva vida a la que siempre le faltarán trozos, llega la curación y la sensación es como si te devolvieran un pedazo de cuerpo injustamente arrebatado por caprichos de vete tú a saber que Dios mezquino y cobarde.
Hay algo mágico en Tres, algo que solo el cine tiene y puede explotar o hacer estallar, pero, poco a poco, todo se va desinflando y el hechizo se empieza a romper, y una sensación agridulce y cargada lo empaña todo, por lo que pudo haber sido y por lo que nunca será, por la oportunidad “perdida”, pero también por las posibilidades y escenas que se quedan atrapadas en la memoria, más por un empuje de ese juego formal del que hace gala toda la propuesta que por un cuerpo dramático y emocional consistente. Las fisuras existen en la película, no hay duda, de hecho, alguna vez parece ser consciente de ello, otras, en cambio, no tanto. Juanjo Giménez ha sido capaz de elevar el sonido a una nueva ventana de exposición, incluso a romantizarlo en una de las mejores y más logradas escenas de la cinta que empieza dentro de una cafetería y acaba en un cine donde están proyectando una película muda… La idea es buena, buenísima, pero se pierde en una realización muy convencional en otros aspectos como el de la fotografía, por ejemplo. Toda la película parece una apuesta a sólo dos cartas, la del sonido y la de la interpretación de Marta Nieto, que es la que aguanta el metraje en una segunda parte donde salen a flote las debilidades del guion y comienzan la repetición de situaciones y de planos, restando originalidad a la propuesta y haciéndole ganar al conjunto una sensación plomiza y desventurada.
Y al final, lo que podría haber sido una película verdaderamente diferente que pusiera voz en algo tan estigmatizado a día de hoy como son las enfermedades mentales, se diluye y rompe con sus propias reglas, en una resolución que abraza lo fantástico, para abandonar esa burbuja de extraña “realidad” con la que se había trabajado durante todo el metraje. Esto es algo que no funciona, es una especie de auto-traición, de herida propia, de hacerse sangre para ver de qué color es, que, aunque abre otros caminos y da pie a otras lecturas, se nota como algo impostor, hecho a deshora, desincronizado como está el personaje de Marta Nieto en la propia película… Quizá la intención vaya por aquí. No lo sé. Tres es una película con momentos para aplaudir y otros a los que les falta verdadera garra y personalidad, y la idea, más trabajada, casi seguro que daba para ello. En vez de ser una luz intensa en medio de la noche más oscura se convierte en un recordatorio, a veces caprichoso, de cómo el guion siempre es donde empieza y acaba todo, y como un final puede lastrar el resto del metraje y ponerlo al límite del ahogamiento en medio de un vasto océano.