Trote, de Xacio Baño
Hace casi un año, Ángel Suanzes publicaba en A Cuarta Parede un texto en el que analizaba la producción esperada para el 2018 y su relación con la lengua. El texto también servía para señalar la gran producción que se acercaba en este año que ahora finaliza, año en el que el cine gallego (y en gallego) siguió luchando por un espacio en las salas de cine. Este es el caso de Trote (Xacio Baño, 2018), un filme del que se viene hablando mucho desde su rodaje y que ya despertó hype en ciertos espectadores, algo que no es de extrañar, puesto que Xacio Baño viene siendo uno de los creadores gallegos más potentes en la realización de cortometrajes de los últimos años.
Trote se acerca a una familia que acaba de perder a su madre en un accidente de tráfico del que su hija, Carme, también sufre secuelas. Sin embargo, la historia no gira alrededor de esa pérdida familiar, sino alrededor del personaje de Carme, una mujer siempre descrita en función a un hombre: la hija de, la hermana de, la amante de. Trote es un relato muy actual de una sociedad que somete a las mujeres, pero también es un grito que se alza contra ella y lucha por cambiarla. Con un relato pausado, pero constante, Xacio establece un paralelismo entre esa liberación de Carme y la Rapa das Bestas, tradición gallega en la que se busca a los caballos del monte para marcarlos y, después, ser puestos en libertad; sin embargo, Carme nunca pudo disfrutar de la libertad, fue marcada ya desde el propio hogar: “estas son tus tareas”, “este es tu rol”.
En una entrevista, el director decía que Trote va de personas que conviven con su parte animal; esto es algo muy claro en el personaje de Luís, el hermano, el hijo que vuelve a la casa por causa de la tragedia y que a su llegada comienza a ejercer de macho alfa, de dominante, ante su hermana que ya vivía en ese hogar. También el personaje del jefe de Carme, la de otro macho que solo es capaz de canalizar sus emociones a través de la violencia, física o verbal, ejercida sobre otros. También estaría el personaje del padre, o la propia sociedad rural gallega… Hombres que luchan por, de forma activa, a través de acciones y de la violencia, o de forma pasiva, mediante amenazas o silencios, moldear a Carme a gusto de cada quien. La aldea es para ella el ‘curro’ de los caballos, un lugar donde es sometida a múltiples intentos de derribo para marcarla de una u otra forma.
Me interesa de Trote, especialmente, su realización y como la cámara fragmenta el espacio creando una sensación de malestar. Ya en sus filmes anteriores, Xacio Baño ha apostado por una realización singular que busca renovar la forma de contar las historias; especialmente visual fue la apuesta de Anacos (2012), donde la cámara rompe en diferentes partes que cuentan el mismo relato con diferentes perspectivas. En su último filme, esta apuesta estética va más allá de la imagen y se apoya también en el sonido, dejando que, en muchas ocasiones, sean los sonidos de un grifo, o el respirar de un caballo, los que ocupen los primeros planos de la película. Siendo esta la enésima vez que un director gallego se acerca a la Rapa das Bestas (algo que, en los últimos años, ya hicieron Ignacio Vilar, Jaione Camborda o Lois Patiño), Xacio consigue llevar su historia más allá de las imágenes que ya conocemos hacia esa lucha de fuerzas en primerísimo plano.
Trote es un filme sutil, donde la virtud está en el minimalismo que Xacio le impone a la historia. Sin embargo, esa intención de minimizar los diálogos, de dejar la acción en el fuera de campo, acaba jugando a la contra. Y es que, en todo momento, parece que hay secuencias del montaje que quedaron en la mesa, sin emplear, espacios vacíos que el espectador debe llenar, en poco tiempo, con las suposiciones de cada uno. Da la sensación de que la hora y media de duración, la norma no escrita para “el cine comercial”, es poca para una historia donde cada personaje demanda un poco más de tiempo en pantalla para poder comprender totalmente sus idas y vueltas, sus cambios.
Trote supone un paso más en el interesantísimo momento que vive el cine gallego. Después de la aparición en salas comerciales de Mimosas (Óliver Laxe, 2016), la película de Xacio Baño irrumpe en el circuito comercial con la voluntad de romper con los clichés de que no hay espacio para un cine de autor en las salas. La cinta viene a constatar, también, un cambio en el paradigma del Novo Cinema Galego: una vez reivindicado un espacio propio, especialmente dentro de la experimentación, una vez creado un lenguaje revolucionario del cine, ahora es el momento de crear un público. No quiere decir esto que los filmes del NCG no tuvieran público, pero es evidente que ese público era un público cinéfilo y habitual de festivales. Hace falta no dejar de señalar la importancia de acercarse a los públicos (nuevos y viejos), de difundir este cine gallego que comienza a ser ya una realidad en la oferta de las salas. También es necesario que los espectadores pongan su grano de arena, que dejen los patrones de Hollywood de películas hechas en cadena, y que apuesten por los productos hechos con cariño, de una forma casi artesanal (en el sentido de la implicación del cineasta en la creación), y que se cuentan desde este rincón del mundo y hacia el que miran fijamente desde Locarno, Berlín, etc.