Una cinematografía seria (I)

Fotograma de Os Suevos (1974) de José Ernesto Díaz Noriega
El profundo y variado legado humorístico de la cultura gallega, desde expresiones populares como el carnaval, la retranca -etimológicamente puerta con un doble cierre y, por tanto, producto de una actitud defensiva- o el cancionero popular y su querencia por lo escatológico y procaz, así como las cultas y literarias, harían pensar que la expresión audiovisual se contagiaría de esta vitalidad cómica. En cambio, son escasas las piezas cinematográficas que pueden identificarse dentro del género comedia, es decir, que buscan generar risas en el espectador, sean estas sarcásticas, honestas, inocentes o un gesto congelado por lo que se oculta tras la puerta, la caída fortuita o el juego de palabras. Las carcajadas de horror que puede inspirar un Valle-Inclán -por si alguien había pensado en 2019 que lo de los límites del humor es cosa del siglo XXI-, la respuesta sardónica de los dibujos y relatos de Castelao, quien recomendaba “¡tú que puedes reír, muerde!” y la fina ironía de los enredos de Cunqueiro no aparecen en el cine gallego por más que se escondan a veces en personajes secundarios y tramas periféricas.
La comedia gallega parece ser un género estrictamente televisivo y, por tanto, pensado para un consumo seriado y de acceso inmediato, a través de sketches inseridos en formatos de larga duración. Así, la dificultad que se nos presenta para recordar un puñado de filmes en los que predomine lo humorístico contrasta con la identificación casi inmediata de lo cómico televisivo como la producción más popular de la cadena nacional. El humor absurdo e infantil (en el mejor de los sentidos) de Pratos Combinados, sitcom creada por Xosé Cermeño, consiguió conciliar audiencias muy diversas, de distintas franjas de edad y procedencia social, que popularizaron las sentencias de un Miro Pereira, protagonista indiscutible de las tramas episódicas de la serie, que sería un meme constante de ser un personaje en la producción audiovisual actual.
El doble-act clásico de la industria del entretenimiento anglosajona, es decir, el dúo cómico, también tuvo en la Televisión de Galicia ejemplos destacados como Os Tonechos y Nucha y Mucha, que salieron del contenedor histórico Luar. El escaso éxito de las incursiones de estos personajes en la televisión española -una gala de TVE fue suficiente- sirvieron de banco de pruebas para entender que su humor, profundamente identitario, no podría generar una saga cinematográfica como las de personajes radiofónicos como Cándida, la gallega no gallega más internacional, o televisivos como Mr. Bean o Chiquito de la Calzada, citados aquí por ser de aquellos cómicos con una capacidad extraordinaria: la de funcionar para todos los públicos. No sé si Tonechos. La Película estuvo en la cabeza de algún productor gallego, pero parecería un síntoma de normalidad cultural en un mercado dominado por la franquicia y el éxito instantáneo.
Este recorrido por la comedia y ciertos motivos inseridos en otros géneros no pretende ser exhaustivo sino una ruta por algunas piezas relevantes o singulares dentro del cine gallego. Llama la atención, por fuerza, que sean autores españoles los que hayan hecho las producciones más significativas de comedia adaptando literatura escrita por gallegos. Este es el caso de las adaptaciones de la obra de Wenceslao Fernández Flórez. Camarote de lujo (1957), con guion del propio Fernández Flórez y del director del filme Rafael Gil, es una adaptación de la novela Luz de luna. A pesar de su adscripción al género comedia, el filme es un drama en el que se narra la llegada de Aurelio, un chico de aldea, a la ciudad de A Coruña para trabajar en una empresa naviera que extorsiona a los paisanos que compran sus pasajes a América. El protagonista impide que su jefe robe la documentación de un pasajero para ayudar a escapar a un fugitivo y es despedido. Sobrevivirá simulando que tiene trabajo delante de su novia y de sus padres hasta que recibe huir de polizón. En el barco, se encuentra con el emigrante al que había ayudado quien, súbito heredero de una gran fortuna, agradece a Aurelio su buena acción ofreciéndole un trabajo en América.

O protagonista de Camarote de lujo (1957), millonario nos seus soños
La comiciddad del filme reside en los gags físicos del protagonista, interpretado por Antonio Casal, que encarna la figura, abundante en el cine español, del nativo rural desplazado a la ciudad. A este respecto, Aurelio representa al paleto prototípico de cierto cine costumbrista que, en el arranque del filme, viaja hasta la ciudad con un lechón que pierde en el tren entre las piernas de los viajeros, un inicio con una comicidad tiernapero condescendiente que se va ensombreciendo a medida que avanza la historia. Así, solo el elemento fantástico del sueño en el que Aurelio se ve a sí mismo a bordo del trasatlántico, ocupando el camarote de lujo que da título al filme, recupera al final del primer tercio del film la comicidad del arranque. En el segmento onírico, Aurelio desayuna de enormes recipientes de leche y mermelada que tanto desea comer en la pensión en la que vive e invita a los emigrantes a primera clase, donde bailan la muñeira y Aurelio “aturuxa” entre los elegantes viajeros vestidos de gala, en una escena en la protagonista de O que arde (Oliver Laxe, 2019) pareció querer imitar en la presentación del filme frente a las cámaras en la glamurosa Cannes.
La otra adaptación de Wenceslao Fernández Flórez que mencionamos, El bosque animado (José Luis Cuerda, 1987), con guion de Rafael Azcona, puede encuadrarse con más comodidad en el género comedia. El filme es un relato coral de los habitantes del bosque de Cecebre, localidad natal de Fernández Flórez. El bandido Fendetestas, los señores del pazo, las criadas, el aparecido o las veraneantes de Madrid transitan por el bosque y de sus encuentros y desencuentros deriva la comicidad de la cinta. Lo mismo que sucedía con Camarote de lujo, uno de los principales motivos cómicos es el contraste entre los estilos de vida rural y urbano y, de forma coincidente, entre las clases populares y las más favorecidas, pero, al contrario de lo que sucedía en el filme de Rafael Gil, en El bosque animado es la inadaptación de los urbanitas al bosque la que genera las dosis de humor más genuino.
Las escenas más hilarantes do filme son las protagonizadas por las hermanas que van buscando la paz desde Madrid huyen espantadas al confundir el ruido provocado poer el pocero cojo Geraldo y la criada Hermelinda en su interacción sexual en su desván con unas ánimas enfurecidas. El límite entre lo sobrenatural y lo humano es otro de los motivos cómicos más poderosos del filme, un motivo que, como veremos, recogen filmes posteriores. En El bosque animado, Fiz de Cotovelo es un ánima que está retenida en el bosque por no poder cumplir la promesa de peregrinar a San Andrés de Teixido en vida. Fiz necesita a un mortal para que cumpla su promesa, pero le resulta imposible conseguir la ayuda de ninguno de los habitantes de la aldea, que huyen de él en pánico.
El recurso a lo sobrenatural y lo fantástico es motivo cómico más que frecuente en el cine gallego, aunque sea de forma anecdótica y superficial. Como ya se indicó, el humor queda reservado para personajes secundarios que suelen representar el elemento “desviado”de la comunidad. El perfecto ejemplo de alivio cómico del drama de la historia principal es el personaje de Caladiño, el inventor excéntrico del filme más icónico del cine gallego, Sempre Xonxa (Chano Piñeiro, 1989). Como el propio Caladiño enuncia: “Sé muchas cosas que no se le pueden contar a cualquiera, si no pensarían que estoy loco”. Es precisamente esta locura la fuente de comicidad por la incredulidad de sus vecinos ante los cuentos y métodos cuestionables de Caladiño para rescatar un tesoro custodiado por los moros, seres de la mitología gallega, con el que vive obsesionado.

Morgan e Fran, protagonistas de O ano da carracha (2004)
La comedia en el cine comercial y de vanguardia
A pesar de la resistencia de la cinematografía gallega a hacer reír a sus espectadores, podemos encontrar algunos ejemplos de comedia propiamente dicha, esto es, que busca la risa, con más o menos fortuna, tanto en el cine comercial como en el más autoral.
En 2004 se estrenaba un filme atípico dentro de la producción gallega, no solo por encuadrarse estrictamente dentro del género comedia, sin hibridaciones con el drama, sino por presentar una ambientación urbana y juvenil. O ano da carracha [El año de la garrapata] (Jorge Coira, 2004), ópera prima del director, es una comedia que trabaja con ciertas convenciones del falso documental, con la ruptura de la cuarta pared por parte de los personajes principales y un aire irreverente que recuerda a Clerks (1994) de Kevin Smith.
El filme cuenta la historia de Fran, con la carrera de veterinaria recién terminada después de ocho años, novia formal y una vida por delante a la que no sabe como enfrentarse. Su amigo Morgan intentará adiestrarlo en el arte de convertirse en una garrapata, es decir, aprovecharse de la familia y los amigos hasta poder vivir de los hijos. El humor reside en la batalla de los sexos, en la que los hombres suelen quedar como tontos e inmaduros, y entre los puntos de vista sobre el futuro de las distintas generaciones y se tiñe de una visión amarga del mercado laboral: Fran solo encuentra trabajos poco cualificados y ve las oposiciones como única alternativa (también para ser una garrapata unos años más).
Coira no volvió a hacer comedia pero refinó su estilo cómico hasta hacerlo brillar en algunas escenas de 18 comidas (2010), en las que dos borrachos, interpretados por Federico Pérez e Víctor Fábregas, siguen con la fiesta que habían empezado la noche anterior.
Dentro del cine comercial, el proyecto de comedia más ambicioso fue Os mortos van a presa [Los muertos van deprisa] (Ángel de la Cruz, 2009), un filme que sufrió numerosas dificultades de financiación hasta el punto de ver interrumpido el rodaje con cinco jornadas de trabajo realizadas en 2006. El director Ángel de la Cruz tuvo que convertirse en productor para poder reconvocar al equipo meses después. Esta historia surrealista, de la que bien podría salir otro filme, dio lugar a una comedia autoral, en la medida en que De la Cruz escribe, dirige y produce la cinta, pero formalmente apegada a las fórmulas de Hollywood clásico.
Buscando el percebe más grande de la comarca, una camionera, Irene, queda atrancada con su camión en la entrada de Fariño do Mar, impidiendo que el cortejo fúnebre del padre de Filomeno llegue al cementerio. El detonante es, pues, la irrupción de una extraña en una comunidad pequeña y cerrada, un motivo habitual del género y, en el caso de este filme, un motor para los malentendidos culturales y las bromas de tipo sexual.
Os mortos van a presa tiene la ambición de describir, por medio de la comicidad, la idiosincrasia gallega y, para tal fin, el filme arranca y cierra con una voz en off que dice que en algún lugar leyó que “Galicia no es un país, sino un estado de ánimo” y que está poblada por “nativos curiosos y pintorescos paisajes”. Desde este punto de partida, los tópicos, que se presentan en una especie de autoexotismo, son los hilos con los que se teje la comicidad, al acudir, como ya había sucedido en films mencionados, a las supersticiones de la “Galicia mágica”, especialmente presente en este caso si tenemos en cuenta que el velatorio del padre de Filomeno es una de las tramas principales, o a los tópicos sobre el carácter gallego como la imposibilidad de saber si subimos o si bajamos et al. En un segundo plano, el romance imposible entre los hijos de los protagonistas, con referencias a Romeo e Julieta, sella la apuesta del filme por combinar diversos elementos de lo que se llamó Comedia Nueva (no la de Judd Apatow sino unos siglos más antigua), en la que la pareja protagonista se enfrenta a sus mayores, que suelen representar la tradición.
Desde el punto de vista humorístico, lo más valioso del filme es su intento de poner en diálogo audiovisual la retranca, reserva e ironía a un tiempo, pero esta queda diluida al encajarse en el formato de comedia con sus gags y golpes de efecto convencionales. Ángel de la Cruz rinde además un claro homenaje a John Ford haciendo de Fariño do Mar un trasunto de Innisfree, con el paralelismo visual más evidente en las enérgicas caminatas de los protagonistas, perseguidos por todos los habitantes del pueblo.

A Santa Compaña, motivo cómico en Os mortos van a presa (2009)
La recepción crítica y de público de Os mortos van a presa fue tibia, no solo por los defectos propios de una ópera prima, sino por un problema de calendario: faltaban cinco años para que se estrenase Ocho apellidos vascos (Emilio Martínez-Lázaro, 2014) e implosionara una veta de comedia identitaria ordinaria y de factura televisiva. (Por cierto, en la secuela del film, Ocho apellidos catalanes (Emilio Martínez-Lázaro, 2015), el personaje gallego necesario para completar el mapa de las nacionalidades históricas, es Judit, una gallega de Cangas que se hace pasar por catalana ocultando su acento. Una anécdota quizás sintomática de la tendencia a convertir a los gallegos en secundarios de lujo: guardias civiles ellos y criadas ellas). Tal vez unos años más tarde el público hubiera aceptado de mejor grado el tipo de humor que propone Ángel de la Cruz que debe su título a un verso de Rosalía de Castro, por seguir abundando en los tópicos.
Si el cine más industrial es serio, el de vanguardia y autoral es absolutamente grave. En la última década, los filmes de Novo Cinema Galego, que sueles emplear la fórmula híbrida de la no ficción, se caracterizaron por abordar sus historias desde una perspectiva muy distante de cualquier aproximación cómica, siquiera de forma involuntaria. Por eso llama la atención la excepción que presenta (2019), de Eloy Domínguez Serén, que demuestra que el humor emerge como una tabla de salvación incluso en las situaciones más adversas. El filme muestra la vida cotidiana, intimidad y deseos de un grupo de amigos que vive en un campamento de refugiados saharauis por medio de una cámara muy próxima y cómplice, en la medida en que, tal y como indica Domínguez Serén, eran los protagonistas los que proponían “las situaciones e improvisaban los diálogos”. Y estes personajes, particularmente el de Zaara, una chica que quiere obtener el permiso de conducir, deciden mostrar sus dificultades recreando escenas teñidas de un humor por veces surrealista. La mirada del autor también se carga en ocasiones de humor, en este caso sarcástico, cuando muestra en imágenes la actitud de los visitantes a los campamentos de refugiados para divertirse en lugar de ayudar a la población local.