INDIELISBOA 2016: SR. CORVO Y FAMILIA

Foto: Indielisboa

Acercarse cada año la IndieLisboa supone descubrir el cine independiente más fresco y diverso de la temporada. Entre la sección oficial, todo el apoyo al cine patrio, el programa competitivo más audaz ‘Silvestre’, las retrospectivas (Paul Verhoeven, Vincent Macaigne y Jean-Gabriel Périot este año, nada más y nada menos) y ciclos paralelos, en los que brilló en esta ocasión Director’s cut, el certamen termina por ser uno de los más nutridos y relevantes de Europa. Lisboa en primavera es el ambiente perfecto para transmitir buenas vibraciones, que acaban con copa en mano en la Casa Independente, o Primeiro Andar (en 2016 no utilizado, la verdad es que entrar en un garito a través de una cancha de baloncesto cubierta, que se acaba por convertir en terraza, tenía su encanto) y se trasladan clandestinamente al Snob las jornadas en las que uno puede permitirse estirar algo más la noche. Ir al IndieLisboa supone un reencuentro con amigos y el descubrimiento de otros nuevos. Es un lugar donde celebrar el cine, y la vida.

Lav, ya no estás solo

Que se abstengan personas con incontinencia urinaria de ver la película ganadora de la sección oficial de este año, la ópera prima del chino Shumin Liu Jia (2015). La familia, que es como se traduce este título, dura casi cinco horas, y va de eso, de los lazos familiares, en un estilo en el que muchos quisieron ver una vuelta a Yasujirô Ozu. Los que no se acerquen a ver este película por los mismos motivos en que no caen en una de Lav Diaz o Wang Bing, estarán perdiéndose con este prejuicio una película que parecía conjugar el éxito de público y jurado en el IndieLisboa por su contención dramática y su sencilla observación del día a día en las intimidades de estas personas.

Jia (Shumin Liu, 2015)

Jia (Shumin Liu, 2015)

El cine norteamericano, tan bien representado siempre en el Indie, parecía tener preocupaciones similares en el largo del novel Josh Mond, que presentó en la imponente sala Manoel de Oliveira, del cine São Jorge, James White (2015). Basada en su propia experiencia vital con una madre enferma que debe cuidar, Mond entrega una película pegada a los personajes, entre los preceptos del Dogma y un cierto sentir a John Cassavetes. Más allá de sus logros, supone un acierto de programación incluír esta película en la sección oficial, pues el público fiel del festival lo verá como un capítulo más de la serie de cineastas de la generación de Mond que están trabajando juntos sobre las relaciones interpersonales de la América de nuestros días. Mond había sido ya productor de películas como Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin, 2011) o Simon Killer (2012), y este año viene de presentar Christine (2016), sobre el suicidio en vivo de la presentadora de televisión Christine Chubbuck en los años setenta.

Precisamente, el premio especial del jurado recayó sobre otro viejo conocido del festival, Robert Greene, que hizo la versión documental de esta cinta, Kate Plays Christine (2016), sobre el proceso de investigación para el personaje y las técnicas de actuación de la intérprete Kate Lyn Sheil (es necesario decir que son proyectos diferentes, en la ficción es Rebecca Hall la que interpreta a la reportera). Así, el film de Greene flirtea con los códigos del making of canónico y el reporterismo televisivo, para hacer en realidad un retrato de la actriz.

Es importante que el Indie siga programando estas películas, los de una generación que está sentando las bases de un nuevo cine independiente en Estados Unidos, en la línea de los trabajos que ya se pudieron ver el año pasado de Charles Poekel y Alex Ross Perry. Lo hacen alrededor de otras relaciones personales, pero también con un cierto gusto por el género, difícil de encontrar en otras obras del estilo.

Pero si tenemos que hablar de la gran película familiar de la sección, debemos dedicar unas palabras a Flotel Europa (Vladimir Tomic, 2015), una cinta tan necesaria en lo social y político, como en lo cinematográfico. El director recupera cintas de vídeo domésticas, filmadas en el barco del que sale el título, refugio en Copenhague para 1000 demandantes de asilo de la guerra de Yugoslavia. Tomic era un niño cuando esto ocurrió, y estuvo allí varado, como los demás, cerca de dos años. Evidentemente, el filme hace reflexionar en presente sobre la actual crisis de los refugiados en Europa, pero supone también todo un logro cinematográfico. Flotel Europa redefine el uso del archivo doméstivo de una forma asfixiante, al contar la historia en primera persona, pero dando pistas, a través de este microcosmos, de todo lo que sucedía a nivel político fuera. La visión es la de un jóven que pasó allí parte de su infancia, pero a través de sus ojos somos testigo de las tensiones raciales y religiosas dentro del barco (y en el campo de batalla, una patria con la que muchos ya no se identifican), de las dinámicas autodestructivas de una juventud sin futuro, de la insolidaridad y de las contradicciones de otros europeos ante tal situación. Pero en la película, también hay espacio para los juegos infantiles, alguna escapada, y el descubrimiento del amor. Flotel Europa es una película tan dura como vitalista pero, ante todo, es muy respectuosa con el archivo, de una forma distinta a como es Vikingland (Xurxo Chirro, 2011), por ejemplo. Aquí si hay narración en off, porque la voz de Tomic no está en el material original, no es el maestro del dispositivo, como lo era o Haia. Así que esta es una película con más trabajo de montaje. Tomic, a través de su gran montador Srdjan Keca (también cineasta, autor de películas tan interesantes como Mirage en 2011), no tiene reparos en poner un extracto en flash forward, ralentizar o parar la imagen cuando lo requiere. Son siempre momentos de carga dramática, anclados en lo más personal. Por el contrario, cuando habla de las condiciones generales del barco, mantiene el plano, el film se vuelve un poco más analítico, siempre en la dinámica de una especie de diario filmado rescatado. Así, con este sutil equilibrio entre lo personal y lo político, Tomic firma la que, para un servidor, fue la película del festival.

Ya en los cortometrajes, la gloria (entiéndase, el premio) fue para Nueva vida (Kiro Russo, 2015), película que se acerca a las vidas, también privadas, de varias personas en Buenos Aires, desde una distancia insólita. Es como si un espectador indiscreto usara un teleobjetivo contra un bloque de edificios que tiene frente a casa. Un atípico retrato de tipos de gran belleza pictórica.

Resaltar además la presencia de la gallega Keina Espiñeira en esta sección con Tout le monde aime le bord de la mer (2016), película rodada en el Estrecho con inmigrantes que intentan cruzar a España, en el marco de un taller de cine, con actores no profesionales. La propia forma en la que se concibió la película hace pensar rapidamente en el cine de Jean Rouch, aunque la película convoque también a Pedro Costa y al Jacques Tourneu de I Walked With A Zombie (1943). Uno de los cortometrajes más destacables de la temporada, esperemos que siga con este buen recorrido.

Les fils de Joseph (Eugène Green, 2016)

Les fils de Joseph (Eugène Green, 2016)

Más familias en Silvestre

La sección dedicada a los trabajos más propicios a experimentar con las formas fílmicas tuvieron la misma carga familiar. Películas como Ilegitim (Adrian Sitaru, 2016), Un etaj mai jos (Radu Muntean, 2015), Les fils de Joseph (Eugène Green, 2016) o Underground Fragance (Pengfei, 2015) parecen así indicarlo. De las de los romanenses solo conozco el tema, no se puede ver tanto en tan poco tiempo), pero debo decir que Green fue un feliz reencuentro y Pengfei, un estimulante descubrimiento.

El director francés sigue desarrolando uno de sus temas predilectos en su última obra. Está la cuestión de la transmisión, la fe, el amor, los vínculos familiares o el arte. Y todo con esa declamación del teatro barroco, normalmente aplicada a contextos más elevados. Les fils de Joseph supone en este sentido un paso adelante, puede que sea la primera comedia pura de Green y una parodia de si mismo. El hecho de usar un lenguaje tan adornado en el París contemporáneo, con referencias a SMS y bancos de semen mientras se menta a Dios con la mayor de las reverencias al instante siguiente, supone una de las herramientas más cómicas más importantes de una película que se intuye como (Federico Fellini, 1963) de su autor. Los llamados ‘bobos’ (bourgeois-bohème), la versión parisina de individuos como nuestro querido Pequeño Nicolás, para que nos entiendan; y las muestras públicas de estupidez de una burguesía desintelectualizada, venida a menos y que vive recluída de la sociedad francesa de nuestros tiempos, son las dianas donde Green apunta sus dardos. Su escritura se vuelve profundamente refinada en la forma, para decir una sarta de banalidades de la boca de los personajes de Mathieu Amalric y María de Medeiros, absolutamente magníficos, en esta parodia de lo grotesco.

Pero si bien este es el fondo en el que Green decide ambientar su historia (puede que, al escribir los personajes de estos dos, estuviese pensando en un antiguo productor o editor que se encontró en una fiesta), el corazón de la historia sigue estando en la familia y en la fe. Tranquilas, la película no está financiada por la Conferencia Episcopal, aún que pueda parecerlo. En esencia, lo que Green realiza aquí es una especie de adaptación de los mitos del sacrificio de Isaac y la paternidad de José ante Jesús, trasladada al París actual. El protagonista adolescente no tiene padre, y decide ir a buscarlo, para encontrar a un padre biológico más parecido al Abraham del Antiguo Testamento que el José del Nuevo. Pero Vincent acaba por encontrar una figura paternal en Joseph, a quien un día encuentra por casualidad, y que está involucrado en un crimen que el joven está determinado a cometer. Este crimen remite a L’argent (1983) más que a cualquiera otra obra de Robert Bresson. Este nombre es tan fundamental para Green, siempre los comparan respecto a la forma tan sintética de su cine, y aquí se despoja por completo de artificios para entregarnos su película más esquemática, con un lujo al plano detalle como nunca antes se viera en su obra. El exceso de metáforas bíblicas puede lastrar ciertas partes de la película, pero eso no le quita mérito al que sea la más depurada del autor; una nueva obra en la que logra aprehender la presencia de lo espiritual y nos conecta con el mundo desde su panteísmo, cada vez más marcadamente católico, pero fuera del dogma.

El debutante Pengfei sorprendió con Underground Fragrance, una película también sobre la familia y las relaciones de trabajo, en una China de ciudadanos desamparados. La cinta, muy coral, pivota principalmente sobre dos historias: la de una mujer que echa una mano a su vecino que se acaba de quedar momentaneamente ciego; y la de un obrero padre de familia que se debate sobre si vender su terreno o no ante el avance de la especulación inmobiliaria de la zona. Por los temas y la forma de tratarlos, en un caso un tanto surrealista y tierno, en otro con voluntad política; uno piensa directamente en el primer Wong Kar-Wai y en Jia Zhang-ke como influencias, y es cierto que algo de eso hay. Pero en lo formal, nos parece que Pengfei es un alumno brillante de Tsai Ming-liang. Cuando observamos los créditos, nos damos cuenta de que ya firmara con el maestro taiwanés el guión de Stray Dogs (2013) y todo cuadra más. Atentas, porque Pengfei es desde ya una de las grandes promesas del cine asiático.

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Macaigne, figura transversal de un nuevo cine francés

Con los que ya tienen recorrido, el IndieLisbo hizo unas retrospectivas muy diversas. La violencia del cine de Paul Verhoeven constrastaba por completo con el buen rollo que transmite Vincent Macaigne, actor en películas como La bataille de Solférino (Justine Triet, 2013), La fille de 14 julliet (Antonin Peretjatko, 2013) o Tonnerre (Guillaume Brac, 2013). Todas estas formas parten de un nuevo cine francés, una ola claramente identificable, de la que Macaigne forma parte importante, como Brigitte Bardot, Jean-Paul Belmondo o Jean-Pierre Léaud fueron en su día parte del éxito de la Nouvelle Vague. Al elegir a este actor para la retrospectiva de uno de los Heróis Independentes, el Indie supo entender que Macaigne es una figura transversal de esta generación, también dramaturgo y director el propio, con dos títulos tan relevantes como son Ce qu’il restera de nous (2012) y Dom Juan (2015).

Este ciclos, unidos a dos grandes maestros europeos del ensayo (Jean-Gabriel Périot) y a otros paralelos, como el Director’s cut, sección de films antiguos recueprados, que tenía este año como protagonistas al director de fotografía Bruno Nuytten o deriavas transfronterizas del cine de terror; hicieron de IndieLisboa 2016 una gozosa experiencia. Un festival que no parece decaer, y que así siga.

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