DALLAS BUYERS CLUB, de Jean-Marc Vallée

EXCLUSIVE: Matthew McConaughey and Jared Leto film scenes together for The Dallas Buyers Club in New Orleans.

Nada hay que guste más a público y crítica que el papel del antihéroe social, epítome de todos los vicios, que se convierte en el renglón torcido que consigue que la historia tenga un final recto. La cinematografía está repleta de tales personajes que hacen memorables películas que, en un principio, no pasarían a los anales del séptimo arte. Éste podría ser el caso de Dallas Buyers Club (Jean-Marc Vallée, 2013), un filme de producción independiente que por modesto y minimalista no habría pasado más allá de las puertas de Sundance o los Independent Spirit Awards. Pero cada cierto tiempo, se produce una combinación de factores que acaban convirtiendo aquella pequeña película en la sorpresa del año. En la cinta que nos ocupa, los factores a tener en cuenta son varios: dos intérpretes en estado de gracia, un director solvente y una historia tan real como impactante. El resultado de esta ecuación en una larga lista de galardones y el premio gordo de los Oscar (tres de seis nominaciones), aunque habría que dejar claro que las estatuillas doradas no son la garantía absoluta del buen cine (que se lo digan a Martin Scorsese…).

Para empezar, podemos decir que los galardones a mejor actor principal cosechados por Matthew McConaughey no son flores de un día y no se deberían atribuir tan solo a su brillante encarnación de Ron Woodroof. No sabemos si por una suerte de epifanía o quizá por un cambio de representante, pero el actor texano lleva ya un par de años demostrando que ha dejado atrás la manía de lucir abdominales en anuncios de perfume y en comedietas románticas, para centrarse en papeles con sustancia que parecen estar hechos a su medida. Como primeros intentos están las singulares Killer Joe (William Friedkin, 2011) y The Paperboy (Lee Daniels, 2012), aunque la eclosión definitiva de McConaughey llegaría con la entrañable Mud (Jeff Nichols, 2012), donde daba vida a una versión actualizada del negro Tom, aquel bonachón fugitivo que trababa amistad con Huckelberry Finn y Tom Sawyer en la saga creada por Mark Twain. El personaje del outsider Mud le sentaba a McConaughey como anillo al dedo, al igual que lo hace el de Ron Woodroof, un electricista y vaquero de rodeo alcohólico que un buen día descubre que le queda un mes de vida debido al VIH.

Pero la soberbia y para muchos sorprendente interpretación de McConaughey va más allá de encarnar a Woodroof. En Dallas Buyers Club nos hace olvidar al guaperas de Austin y se transforma literalmente en el hombre que a mediados de los 80 se enfrentó a la FDA (US Food and Drug Administration) para reivindicar su libertad individual y el derecho de los enfermos de sida a probar nuevas medicaciones más allá de los intereses recaudatorios de la industria farmacéutica. Por eso, que nadie se lleve a engaño: el cambio físico experimentado por McConaughey y el maquillaje ayudan mucho, pero su talento va más allá de la apariencia y el actor se deja la piel con un personaje que parecía llevar dos décadas esperando por él.

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Llegados a este punto, es fácil pensar que Dallas Buyers Club se trata de la típica película modesta hecha para lucimiento del famoso de turno que aspira a colocar un Oscar en su salón. Véanse, a modo de ejemplos, la metamorfosis de Charlize Theron en Monster (Patty Jenkins, 2003) o el tinte platino de Sandra Bullock en The Blind Side (John Lee Hancock, 2009), que no pasarían de ser telefilmes de sobremesa de no ser por las actuaciones más o menos meritorias de sus protagonistas.

Pero la cinta dirigida por Vallée cuenta con algo más que un starring en estado de gracia. Para empezar, en Dallas Buyers Club desfila un elenco de secundarios eficaces que contribuyen a vertebrar la historia, rodada de manera casi lineal y sin estridencias. Huelga decir que dentro de este reparto Jared Leto merece un lugar destacable, haciendo sombra, en algunos momentos, al propio McConaughey. Leto, quien parece haberle cogido gusto a los personajes camaleónicos y al límite, rescata lo mejor del Harry Goldfarb de Requiem for a Dream (Darren Aronofsky, 2000) para dar vida a Rayon, un travesti drogadicto que por una carambola del destino se acaba granjeando la amistad del homófobo Woodroof. Entre el patetismo y la ternura, Leto desgrana una interpretación memorable y se convierte en la cara más reconocible de las víctimas de una terrible epidemia que ahora parece olvidada en Occidente, aunque siga cobrándose millones de vidas en el Tercer Mundo. A priori, un personaje tan poliédrico como el de Rayon puede parecer un chollo, pero este tipo de papeles se convierten en armas de doble filo y acaban cayendo en los tópicos; algo que, por fortuna, consigue evitar Jared Leto. Para muestra, la escena en la que Rayon, consciente de que la enfermedad le ganará la batalla, se humilla y acude al padre que le ha repudiado para solicitar ayuda económica para el club de compradores.

La tercera pata interpretativa de Dallas Buyers Club es Jennifer Garner, cuyo dulce rostro de alumna de colegio de monjas contribuye a dar credibilidad a su personaje de honrada doctora abrumada por el debate interno de hacer lo políticamente correcto o lo moralmente adecuado. Aunque pasa más desapercibida que sus ‘partenaires’, el papel de Garner permite mostrar el negocio montado por las compañías farmacéuticas con la complicidad de los profesionales de la sanidad y de la administración y a costa de los afectados por el VIH desesperados por encontrar un tratamiento (en el filme se menciona que una dosis completa de AZT alcanzaba los 10.000 dólares).

Junto con las destacables interpretaciones, la eficaz dirección de Jean-Marc Vallée consigue que Dallas Buyers Club alcance la seriedad inherente a la trama sin caer en el dramatismo lacrimógeno, e incluso, se permite puntuales momentos de comedia (como Woodroof tratando de pasar la frontera de México vestido de sacerdote). Mención aparte merece el laborioso trabajo de investigación realizado por los guionistas Craig Borten y Melisa Wallack, que supone un apoyo esencial para la caracterización de los personajes y, de esta forma, transmitir de manera fidedigna la historia de ese anónimo vaquero que un día decidió enfrentarse al sistema para mantenerse sobre la montura “un poco más”.

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