IFFR 2019: EL CINE COMO EXPERIENCIA EMOCIONAL

Sons of Denmark (Ulaa Salim) © IFFR

Sons of Denmark (Ulaa Salim) © IFFR

“Celebremos el medio más emocional que existe, las imágenes, los sonidos y las historias que apreciamos: el cine. Cuando nos sintamos confundidos, agobiados o intimidados, tomemos un momento de silencio y volvamos a conectar con nuestra humanidad y nuestras emociones”. Estas fueron las palabras de Bero Beyer, director del Festival Internacional de Cine de Róterdam, durante la gala de apertura de la 48ª edición del encuentro holandés, que se celebró entre los días 23 de enero y 3 de febrero de 2019. Célebre por apostar siempre por un cine arriesgado e innovador, especialmente entre los grandes festivales europeos, Róterdam optó este año por vertebrar su discurso y línea temática alrededor de las emociones, englobando su programa bajo el lema “FeelIFFR” (“SienteIFFR”). En esta crónica intentaremos hacer un repaso por las obras seleccionadas en la Tiger Competition, la principal sección a concurso, compuesta por 8 títulos que abordan todo tipo de géneros y temáticas actuales, pero cuya calidad global no ha brillado especialmente en esta edición. A pesar de todo, estas películas exhiben dos características en común: todas exploran la necesidad de conexión humana y están firmadas por realizadores que intentan ir “más allá”, desafiando las barreras y convenciones del medio para buscar nuevos lenguajes y formas de representación.

Siguiendo los pasos de la última ganadora del Tiger Award, la fábula de feminista The Widowed Witch, de Cai Chengjie (de la que hablamos en nuestra crónica sobre el último festival de Las Palmas), el máximo galardón ha vuelto a recaer en una realizadora china: la productora y cineasta Shengze Zhu, que mostró en Róterdam la sorprendente Present. Perfect. Después del éxito de su anterior largometraje, Another Year, ganador del festival Visions du Réel en 2016, la última propuesta de Zhu ofrece otro rompedor retrato de la China contemporánea, centrándose en un fenómeno social muy particular: los streamers. En el año 2017, más de 422 millones de personas en China compartían de manera regular contenido audiovisual en Internet, eclipsando totalmente el volumen de producción de los youtubers y vloggers occidentales. Se trata de una industria millonaria, que ha experimentado un crecimiento exponencial durante los últimos años, y que se manifiesta de las formas más insospechadas. Sin embargo, en lugar de grandes estrellas mediáticas, los protagonistas de Present. Perfect son personajes marginales y solitarios, 12 “anclas” (término con el que se denomina a los streamers en China) que emplean el medio como una forma de relacionarse con los demás. La mayoría procede de zonas rurales empobrecidas o tiene algún tipo de discapacidad, lo que condiciona en gran medida sus relaciones interpersonales. De este modo, el streaming se convierte para ellos en una ventana al mundo exterior, y el hecho de grabarse a sí mismos en una experiencia casi catártica en la que se proyectan ante el mundo reclamando un espacio de representación.

La película está compuesta a partir de más de 800 horas de material grabado en directo a lo largo de diez meses, organizado en largas secuencias en las que se van entrelazando las retransmisiones de los distintos personajes. Toda la película está editada en blanco y negro, con el objetivo de unificar el apartado visual y dar consistencia a las imágenes (procedentes de distintos dispositivos), pero también con la intención de establecer un cierto distanciamiento con el material original. En cuanto al título, la yuxtaposición de términos evidencia un interés por relacionar la dimensión temporal del medio (la instantaneidad del streaming) con aquello que observamos en la pantalla (muy lejos de los cánones de “perfección”). La cinta explora la forma en la que están mutando las relaciones personales en un mundo dominado por la tecnología y el voyeurismo, adoptando al mismo tiempo una posición marcadamente política, tanto en aquello que se muestra como en lo que no (la censura en China mantiene un intenso escrutinio sobre los streamers). En palabras del jurado, Present. Perfect es “una cinta atrevida que consigue llevarnos a lugares donde nunca hemos estado, aportando luz sobre unos personajes que quieren y necesitan ser vistos, expandiendo el lenguaje del cine a una nueva gramática y utilizando material de archivo de este milenio”.

Present. Perfect (Shengze Zhu, 2019) © IFFR

Present. Perfect (Shengze Zhu, 2019) © IFFR

La cinta de Zhu no es la única que analiza la forma en la que las nuevas tecnologías afectan a las relaciones humanas. Entre los títulos en competición también nos encontramos con Sheena667, del actor y realizador ruso Grigory Dobrygin. Ganador del Oso de Plata al Mejor Actor en el año 2010 por su trabajo en How I Ended This Summer, de Aleksey Popogrebskiy, Dobrygin presentó en Róterdam su primer largometraje como director. El argumento gira alrededor de una pareja cuya vida se ve transformada por la intrusión de Internet, componiendo un relato cargado de humor negro. Olya y Vadim (Yuliya Peresild y Vladimir Svirskiy) viven en un anodino pueblo al noroeste de Rusia, donde regentan un pequeño garaje para coches. Juntos planean viajar hasta Alemania para comprar una camioneta de segunda mano y mejorar las perspectivas de su negocio. Con esta idea en mente, Vadim comienza a pasar noches en vela navegando por Internet en busca del vehículo perfecto, hasta que un “encuentro” fortuito desequilibra por completo su vida. Vadim se enamora de una webcamer estadounidense (Sheena667) con la que acaba obsesionándose. Esta nueva relación lo lleva a aislarse cada vez más, afectando profundamente a su relación con Olya y sus planes de futuro. La trama está estructurada en capítulos cortos con títulos humorísticos, que aportan cierto dinamismo y personalidad a una narrativa que por lo demás resulta bastante plana. A pesar de no ofrecer algo verdaderamente renovador, la película mantiene una coherencia interna y una mirada original y compasiva hacia los sujetos que describe, con un toque de patetismo y cierta ternura.

El Premio Especial del jurado fue para Take me somewhere nice, una coprodución entre Bosnia y los Países Bajos dirigida por Ena Sendijarevic. Estamos ante un híbrido entre el cine iniciático y la road movie, que aborda temas como la identidad y la migración en un contexto contemporáneo. La protagonista de la cinta es Alma, una joven holandesa de padres bosnios (igual que la propia realizadora), que decide viajar a Bosnia con la intención de visitar a su padre enfermo, al que apenas conoce. Una vez allí, Alma acaba embarcándose en un viaje delirante a través del país balcánico, acompañada por su primo Emir y su descarado amigo Denis (Lazar Dragojevic y Ernad Prnjavorac). La cinta ofrece una inteligente reflexión sobre las relaciones entre el Este y el Oeste en la Europa actual, centrándose en las experiencias de una generación que “ha crecido en un mundo globalizado”, pero que sigue atrapada entre dos realidades. 

Utilizando como base una trama sencilla, Sendijarevic se vale principalmente de las interacciones entre el trío protagonista para profundizar en una historia sobre la búsqueda de las propias raíces. Estéticamente impecable, los encuadres rompedores y minimalistas contribuyen a crear la sensación de una “realidad construida”, en palabras de la directora, “y que por tanto es posible cambiar”. Por otra parte, esta misma artificiosidad, sumada a la inmutable expresión de Alma y el carácter aparentemente aleatorio de sus actos, pueden llegar a lastrar el apartado emocional y hacer que la película resulte algo tediosa. El jurado destacó la obra como “un logro artístico excepcional”, una propuesta “con una visión única y personal, dotada de humor y un profundo sentido de la historia”.

Take me somewhere nice (Ena Sendijarevic, 2019) © IFFR

Take me somewhere nice (Ena Sendijarevic, 2019) © IFFR

Otra de las películas más esperadas de esta edición fue la visceral Sons of Denmark, de Ulaa Salim, en la que también se entrelazan los conceptos de identidad y pertenencia en el contexto de la inmigración en Europa. El realizador danés de origen iraquí firma un ópera prima demasiado ambiciosa, en la que trata un tema de absoluta relevancia: el auge de las ideologías ultra-nacionalistas que promueven el miedo al diferente. Ambientada en un futuro próximo pero extremadamente familiar, la acción tiene lugar un año después de que se produzca un terrible atentado terrorista en Dinamarca. Apoyándose en un discurso xenófobo y populista, un nuevo partido irrumpe con fuerza en el espectro político, provocando una respuesta social que se traduce en un creciente odio a las minorías raciales, y que llega a materializarse en altercados y agresiones violentas. Ante este panorama, Zakaria (Mohammed Ismail Mohammed), un adolescente de origen árabe, decide unirse a un grupo radicalizado para combatir la oleada de racismo que asola el país y proteger a su familia. De este modo conoce a Ali (Zaki Youssef), otro miembro de la organización que se convertirá en una especie de mentor para él, desencadenando una serie de acontecimientos inesperados. 

Salim ofrece un thriller sombrío y directo, decidido a promover el debate sobre un tema de creciente actualidad, pero cuyo discurso (y ejecución) resulta en algunas ocasiones demasiado explícito y subrayado. La segunda parte de la cinta supone un cambio drástico en la perspectiva, añadiendo nuevas capas y dilemas morales, pero también ciertos problemas de ritmo y discurso (especialmente en la recargada recta final). Los personajes femeninos están extremadamente poco desarrollados, reducidos a los clásicos estereotipos sexistas de madre y esposa (durante la mayor parte de la película se limitan a permanecer en casa, expectantes, siempre sufriendo por los hombres de su vida). Por otra parte, cabe destacar las solventes interpretaciones de los actores protagonistas, que en comparación reciben personajes más complejos y con matices. El tono lúgubre de la cinta, la fotografía oscura y los ambientes claustrofóbicos en los que se desarrolla la acción componen una atmósfera tensa que no concede un segundo de respiro, haciendo que nos sumerjamos en el relato a pesar de su carácter previsible.

En un espectro totalmente distinto, pero igualmente inmersiva gracias a su sutileza y calidez, nos encontramos con la que posiblemente sea la película más humilde, genuina y conmovedora de toda la selección: Els dies que vindran, dirigida por el catalán Carlos Marqués-Marcet. Después de atraer todas las miradas con su ópera prima, 10.000 km (2014), que arrasó en el Festival de Málaga y le valió a Marqués-Marcet el premio Goya al mejor director novel, y tras afianzarse en la industria con su segundo largometraje, Tierra Firme (2017), el realizador de Barcelona cierra su particular trilogía volviendo a un registro más íntimo. Els dies que vindran narra el embarazo inesperado de una pareja de treintañeros (David Verdaguer y María Rodríguez Soto), y la forma en la que esto altera sus vidas. El punto de partida de la obra fue el embarazo real de los protagonistas (pareja fuera de la pantalla y amigos íntimos del realizador), lo que llevó a Marqués-Marcet a querer explorar desde un nuevo punto de vista muchos de los temas recurrentes en su filmografía: la paternidad, las relaciones de pareja, los roles de género y la realidad social y laboral de su generación. Como él mismo reconoce, la historia se fue construyendo a lo largo de los 9 meses que duró el rodaje, durante los cuales la realidad irrumpía con fuerza en el proceso creativo (mención especial al hallazgo providencial de unas cintas con vídeos caseros). De este modo, la película utiliza la ficción para ahondar en una experiencia humana radicalmente transformadora, que obliga a sus “protagonistas” a revisar constantemente sus valores, sentimientos y expectativas. Desde los miedos y dudas iniciales hasta el dilema sobre la modalidad del parto, pasando por la elección del nombre y las discusiones sobre la futura educación del bebé, Els dies que vindran es un retrato puro y honesto de un viaje tan personal como universal, con el que resulta casi imposible no empatizar.

Els dies que vindran (Carlos Marqués Marcet, 2019) © IFFR

Els dies que vindran (Carlos Marqués Marcet, 2019) © IFFR

Entre las cintas en competición nos encontramos con otras dos propuestas que también trabajan la representación de lo propio o conocido, ambas llegadas del otro lado del Atlántico. Por una parte la brasileña No coração do mundo, de Gabriel y Maurelio Martins, y por otra Nona. If They Soak Me I’ll Burn Them, de la directora chilena Camila José Donoso. La primera nos traslada hasta el municipio mineiro de Contagem, ciudad natal de los realizadores, para ofrecernos una obra irregular que pasa del retrato social a la película de atracos con no demasiado éxito, todo ello aderezado con toques de humor, acción y hasta algún momento musical. El elenco de la película está formado por vecinos del municipio y actores profesionales, generando interesantes dinámicas y un nivel de realismo que escapa de los arquetipos con los que se relacionan habitualmente las zonas empobrecidas del país. No coração do mundo ofrece un rico mosaico de personajes, lugares y situaciones, a través de un necesario ejercicio de auto-representación, pero cuando los directores se deciden a desarrollar la historia principal ya hemos perdido gran parte del interés en la cinta. En el caso de Nona, la realizadora parte también de la propia experiencia para dibujar un sugestivo retrato de su abuela, Josefina Ramírez, mientras reivindica la “necesidad de construir imaginarios nuevos de la mujer en Latinoamérica”. Mezclando realidad y ficción (en lo que ella misma denomina un trabajo de “transficción”), Donoso construye un personaje complejo y radical, potenciado por un apartado formal que también destaca por su barroquismo (mezclando diferentes formatos de imagen). Una cinta críptica y confusa, con tantas capas como su protagonista, pero que se habría beneficiado de un mayor trabajo de guion. 

Cerrando la crónica de la Tiger Competition debemos hablar de la excéntrica Koko-di Koko-da, estrenada simultáneamente en los festivales de Róterdam y Sundance. El sueco Johannes Nyholm, que recibía hace unos años el Premio Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián por The Giant (2016), firma en esta ocasión una fascinante incursión en el género del terror psicológico, sin abandonar el campo de la alegoría fantástica. Su segundo largo sigue la historia de un matrimonio que, tras una experiencia traumática, debe aprender a convivir con el luto y el miedo a la soledad. Elin y Tobias (Leif Edlund y Ylva Gallon) deciden marcharse unos días de acampada con el objetivo de reconstruir su relación, pero lo que debería ser un retiro tranquilo en medio de la naturaleza se convierte rápidamente en una auténtica pesadilla. Cada noche, la pareja recibe la visita de una especie de comparsa demoníaca que les obliga a enfrentarse a los mismos temores que intentan reprimir. Los protagonistas se ven atrapados en un macabro bucle temporal, forzados a revivir la misma tortura día tras día hasta que aprendan a compartir sus sentimientos y afrontar juntos el dolor por la pérdida de un ser querido. La repetición constante de escenas con pequeñas variaciones, lejos de resultar reiterativa, supone una aproximación hipnótica a la representación de una mente atormentada. Por otra parte, la integración de hermosas secuencias de animación tradicional y el empleo del absurdo para aliviar tensiones logran que la cinta funcione de una manera insólita, ofreciendo una experiencia angustiosa pero de alguna forma purificadora. Un viaje de sensaciones que podría resumir la filosofía del festival.

Koko-di Koko-da (Johannes Nyholm, 2019) © IFFR

Koko-di Koko-da (Johannes Nyholm, 2019) © IFFR

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