Berlinale 2023 (II): un Henry James contemporáneo

La bête dans la jungle, de Patric Chiha

La presencia de dos actores como Anaïs Demoustier y Tom Mercier (esa fuerza de la naturaleza que protagonizó Sinónimos, de Nadad Lapid, en 2019), unido al hecho de que se trata de una adaptación de Henry James, atraía a ver La bête dans la jungle (Patric Chiha, 2023). El relato original pivota en torno a la historia de amor entre May Bartram y John Marcher, un chico obsesionado con que un gran evento va a llegar en su vida. Esperando por este, no permite a su amada establecer vínculos muy próximos con él, teniendo la certeza de que los hechos que le ocurrirán harán imposible su romance.

El filme de Chiha se abre con una fiesta popular en créditos, una sardinada que tiene lugar en las Landas, filmada de modo amateur y con un curioso aire a sueño enrarecido. Una joven adolescente baila con un grupo de amigas en una explanada, mientras a lo lejos un chico misterioso la observa. Una gran elipse nos traslada a una pista de baile, donde se repite prácticamente la misma puesta en escena. Los cuerpos se refriegan los unos con los otros en un estado de éxtasis, de maneras suntuosas, como en una suspensión de la consciencia. La chica, algo más adulta ya, baila a cámara lenta, observada con ensimismamiento por el que entendemos es el mismo chico del prólogo. El inicio es poderoso y el director nos pone rápidamente en situación, con una gran concreción narrativa.

Si James imaginaba en sus páginas una casa en Londres en la que ambos veían pasar el tiempo, esperando este gran cataclismo, aquí Chiha decide trasladar la acción a un club de baile en el que somos testigos de la evolución de la música electrónica entre 1979 y 2004. Así, las tendencias en las formas de vestir, los bailes o los ritmos cambian mientras se reproduce la victoria electoral de François Mitterand, la caída del muro de Berlín o la de las Torres Gemelas. May y John observan todo esto desde la seguridad de esas cuatro paredes. El filme, excepto por un par de momentos muy específicos que tienen base dramática, nunca sale de la discoteca. Ese espacio es una suerte de purgatorio en vida para dos personas que avanzan sin rumbo hacia la única certitud, la muerte. Una constante visual del filme son los pasos incesantes de Marcher (el que camina, haciendo una traducción un poco libre del inglés), cortándolo siempre de rodillas hacia abajo, en una suerte de cita histérica y paródica a Robert Bresson. Su movimiento es una ilusión, vive encerrado en su propia cárcel mental, tan angustiado con el futuro, que no disfruta del presente.

La idea de trasladar la acción a una pista de baile es tan hedonista como sugerente. ¿Acaso no pasan los sábados todos los jóvenes de esa manera? Seguir yendo al mismo club durante 25 años es una fidelidad un tanto exagerada, pero la tesis de Chiha no está carente de base, haciendo contemporánea la adaptación. El principal problema del filme es la repetición de pautas. Resulta complicado ofrecer algo cinematográficamente atractivo durante 103 minutos cuando nunca se cambia de escenario. A pesar de los esfuerzos del departamento de arte, la filmación acaba por resultar reiterativa en exceso. Los diálogos parecen sacados directamente de la corta novela. Casi no hay adaptaciones a lenguaje contemporáneo y, cuando las hay, hasta restan coherencia. Así, el discurso oral y esa hierática puesta en escena acaban por llevarnos, tras ese impulso inicial, paulatinamente al tedio; quizás de forma intencionada, al fin y al cabo, el filme va de dos personas que no avanzan. Sin duda, lo más disfrutable de la cinta es su banda sonora y la reconstrucción de las épocas; el desarrollo de eso que se ha dado en llamar el French Touch y que acabaría por dejar a una generación en la cuneta por el consumo de drogas, unido a la pandemia de sida, elementos que el filme trata de manera frontal. Así, pareciera que Chiha estuviese por momentos más interesado en realizar el retrato de este submundo a lo largo de varias décadas que en adaptar la obra de James. Es este un apartado fuerte por el que quizás debiera haber apostado más el realizador, olvidando la narración oral y proponiéndonos mejor un bucle estético. Habría sido otro filme, uno que habría filmado Philippe Grandrieux, y que algunos habríamos preferido.

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