CANNES DÍA 7: PEDRO ALMODÓVAR A POR LA PALMA

 

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Solemos decir que Cannes maltrata al cine español. ¿Está mejorando o es que el equipo de Thierry Fremaux ha tomado conciencia de este detalle? Cinco son los filmes españoles que se presentan este año en la Croisette. El corto Decorado (Alberto Vázquez, 2016) en la Quincena de los Realizadores, Mimosas (Oliver Laxe, 2016) en la Semana de la Crítica y Timecode (Juanjo Giménez, 2016), Julieta (Pedro Almodóvar, 2016) y La mort de Louis XIV (Albert Serra, 2016) – esta última fuera de competición – en la sección oficial.

Hoy Pedro Almodóvar ha entrado una vez más por la puerta grande del Palais con la esperanza de ganar una esperada Palma de Oro, en el país del mundo que mejor recibe a su cine. Los galos encuentran a Almodóvar estrafalario y pasional, y le rinden un culto que no se compara con ningún otro. Creo que suelen preferir las comedias, y nada de eso se encontrarán en Julieta, una de las cintas más dramáticas que el manchego haya filmado nunca. Adaptación de tres relatos cortos de Alice Munro – hoy confesó haber pensado rodarlo en inglés en Nueva York inicialmente, para lo que ya tenía hasta actriz – el filme se mueve entre dos épocas con Adriana Ugarte y Emma Suárez interpretando a la misma mujer. La parte de Ugarte, situada a inicios de los ochenta, parece una revisión del primer cinema de Almodóvar desde una estética mucho más preciosista y elegante, que contrasta con trabajos como ¡Qué he hecho yo para merecer esto! (1984) o Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980).

El cineasta de la movida se ha apaciguado, la pasión sigue a flor de piel, pero está bastante más contenida. Se encuentra en la música siempre estimulante de Alberto Iglesias – inspirada por el compositor de Ran (Akira Kurosawa, 1985) Tero Takemitsu por indicación del propio Almodóvar – y en unas interpretaciones soberbias de las dos actrices. La mitad de Julieta son Ugarte y Suárez, y cumplen con creces. La tragedia marca a esta muJer, y por lo tanto la Julieta adulta es una en constante estado de depresión y culpabilidad. Frente a la vitalidad de Ugarte, nos encontramos ante una Suárez que transmite todas las cargas de la vida en su rostro cansado («la mirada no se puede maquillar ni caracterizar», dice el manchego). Una interpretación confía más en la palabra, otra más en lo corporal. Con esta estructura de díptico, el filme transmite el sentimiento de la melancolía coma pocos, creando una atmósfera surrealista y al mismo tiempo próxima, como de, en efecto, cuento trágico. Cuenta junto a la música y el trabajo de las actrices una fotografía y una dirección artística cada vez más exquisitas, que parecen haber ido hacia terrenos metacinematográficos cada vez más evidentes desde Los abrazos rotos (2009). En Julieta se siente la tradición de cineastas como Roberto Rossellini o Michelangelo Antonioni, todo es de gusto más intenso, como el vino bien envejecido.

La cinta, proyectada hoy, se revela como una de las más relevantes de la sección oficial, en cuanto que encapsula una de las constantes de este Cannes 2016, las relaciones paterno-filiales, de una manera muy personal. Está siendo, como ya hemos dicho, un Cannes muy alegórico y de familias rotas, de mentirosos que se engañan a sí mismos y a los demás para seguir adelante en la maraña sentimental y social que ellos mismos han creado.

Cuando los lazos familiares se rompen, también la protagonista de American Honey (Andrea Arnold, 2016) decide huir, como la hija de Julieta. Se une a una troupe de vendedores de revistas a puerta fría y allí conoce la libertad, o quizás otro tipo de prisión. La cinta parece casi una excusa para que Arnold pueda cambiar los edificios de protección oficial y las praderas del Reino Unido por los moteles y estepas de las carreteras estatales estadounidenses. Con una cámara en mano muy cercana a sus protagonistas y atenta a este contexto, Arnold crea otro fidedigno retrato de la «white trash», toda esa masa de blancos de clase obrera dejados de lado por el capitalismo salvaje, el votante prototipo de Donald Trump (con lo que el filme llega a ironizar en dos ocasiones).

Sin llegar a los niveles de Spring Breakers (Harmony Korine, 2013), con la que American Honey tiene ciertos paralelismos, este es un filme profundamente contemporáneo. Más que Los anteriores de su directora, por el modo que tiene de integrar algunas manifestaciones culturales de la generación que retrata, como la música, expresiones o el lenguaje corporal, en su narrativa. Sorprende ver a Shia LaBeouf tan correcto en este papel de rapaz chico gamberro con inestabilidad emocional, porque al cabo el filme no deja de ser un culebrón. ¿Y qué hay más popular que un culebrón? American Honey es auténtica, un viaje al camión en de estos chicos, representados con justicia y sin prejuicios, a los que se les acaba por querer a lo largo de las tres horas que dura el filme sin mirar ni una sola vez al reloj.

Fuera de le competición, se presentó el documental Hissein Habré, une tragédie tchadienne (Mohamet-Salem Haroun, 2016), con testimonios de los torturados por el régimen del Chad. Mediante material de archivo, entrevistas, representaciones, filmación de documentos y narración en off (los recursos clásicos del cinema de no ficción de carácter más reportajeado) Haroun hace un filme de denuncia muy informativo y con historias humanas, pensado para concienciar.

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