IFFR 2013 (III): SURREALISMO, CRUELDAD Y ANARQUÍA… LAS CLAVES DEL ÉXITO

¿Cuáles son las claves del palmarés perfecto? El de Rotterdam es uno de los festivales más complicados en este sentido. Aquí no hay un único ganador, no hay premio para el segundo ni menciones especiales del jurado. En el certamen holandés se entregan tres galardones idénticos, cada uno con el mismo valor económico (15.000 euros). Este año compitieron por un “tigre” un total de 16 películas. Si se me permite decirlo, y si no también, muchas de ellas similares en su manera de abordar la estética y narrativa cinematográfica. Otro ladrillo para hacer todavía más pesada la tarea de balancear el trío de felinos. Pero eso no es todo. En Rotterdam se hace un excelente trabajo por fomentar los acuerdos de coproducción, por darle un empujón a proyectos de calidad estancados debido a la falta de financiación, por generar lazos de colaboración entre talentos del cine independiente y facilitar las relaciones profesionales de aquellos que aquí se reúnen. Como reconocimiento a dichos proyectos nacidos aquí, algunos son seleccionados para estrenarse en la competición principal y otros en Spectrum o Bright Future.

La première mundial es casi obligada e incluso figura en las bases de inscripción para las ayudas que se otorgan vía Hubert Bals Fund. Este fondo, cuyo presupuesto supera el millón de euros y se destina a dinamizar la actividad cinematográfica de países en vías de desarrollo, junto a la parte que toca al mercado (CineMart), son etiquetas que ostentan un notorio peso en la programación (algo que en mi opinión está de sobra justificado). En el caso del Hubert Bals Fund fueron un total de 25 los filmes programados en el grueso del festival. Cinco de ellos en la Tiger Competition: Noche, Halley, Fat Shaker, Penumbra y Longing for the rain. Uno de ellos, Fat Shaker, “se llevó el gato al agua”. Por otro lado, tres películas de la misma sección (15 en la totalidad de la parrilla de programación) fueron en su día proyectos seleccionados para el CineMart: The Resurrection of a Bastard, Dummy Jim y Silent Ones. En este caso no tuvieron premio. Pero pasaron por aquí, que no es poco.

Volvamos a Fat Shaker. El primer largometraje de ficción del iraní Mohammad Shirvani es una obra críptica, a la que es difícil acceder y que deja mal cuerpo. Te puede encantar porque su surrealismo y sus extraños personajes son dignos de despertar el interés en cualquier mente inquieta que se precie. Y es difícil para una persona abierta a nuevas experiencias decir: “no me gusta”. En todo caso es una película que te mueve, que te revuelve el cerebro y/o el estómago. Un joven asiste a un viejo con obesidad mórbida en un tratamiento para perder peso. Como no podría ser de otra manera el primer plano de la película nos muestra al protagonista subido a una máquina que agita la grasa y que hace referencia al título en inglés. Los siguientes planos son menos graciosos, pero tienen mayor impacto. Sanguijuelas chupando la sangre del gordo en plano detalle, vasos que sorben al vacío su espalda, charco de fluido en el suelo. Ya os hacéis una idea. Los mismos personajes se sacan de contexto y se presentan en diferentes situaciones a los largo del metraje. A veces son padre e hijo, a veces son desconocidos, en otros momentos aparecen acompañados de una mujer que es la madre, pero que después es prisionera para más tarde no ser nadie. El bucle se cierra sobre sí mismo y a la vez es salpicado por el realizador con elementos totalmente ajenos al entorno como un camaleón en un cuarto de baño o un papagayo haciendo ruido en medio de una estancia.

Crítica a la censura y a la represión. Si quisiéramos también podríamos dotar a cada uno de los tres personajes con los siguientes perfiles: (1) El viejo (y gordo) Irán que es parte del problema y que no encuentra salida a la dictadura política mientras espera la ayuda de occidente preguntándole “¿Has venido a fotografiarme?”; (2) el joven Irán, un sordomudo con rostro angelical al que se compara con Jesucristo y que amasa la barriga de sus mayores, al que se golpea y encierra en maleteros anónimos, pero que algún día saldrá del agujero en busca de la luz; (3) y Occidente (así con mayúsculas) representado por una fotógrafa acercándose al país del Medio Oriente para retratar sus problemas y pasar las imágenes en los informativos sin intervenir, manteniéndose al margen casi desde dentro y marchándose con toda libertad cuando le venga en gana. En la ceremonia de entrega de premios Mohammad Shirvani hizo un comentario a modo de chiste: “Si soñaseis lo que yo he estado soñando los últimos meses, probablemente harías una película igual de rara que esta”. El sueño, ahí creo yo que está la clave para acercarse a la obra. Un sueño dentro de un sueño que a su vez es un sueño. Barbas que aparecen y desaparecen, elipsis imposibles, saltos de una escena a otra sin conexión aparente. Todo esto sucede cuando soñamos, a veces recreamos la presencia de seres queridos que ya no están, en otras ocasiones alguien sale por la puerta y al darnos la vuelta vuelve a estar en el cuarto. Pesadillas, acosos policial, corrupción. No es de extrañar que hubiese consenso a la hora de coronar a Shirvani. Es un genio y a la vez un personaje como los de su obra: exagerado y fuera de lugar (como el performance se marcó al recoger el premio).

My Dog Killer es el segundo largometraje de la realizadora eslovaca Mira Fornay, quien ya estuvo en Rotterdam con su anterior película Foxes (2009) estrenada en Venecia. Fornay se desplaza en la frontera entre Eslovaquia y la región checa de Moravia para introducirse, desde el punto de vista de un joven de 18 años llamado Marek, en un ambiente de intolerancia y racismo exacerbado. La directora pasó cerca de dos años estudiando el poblado y reuniéndose con sus habitantes. En todo momento les dejó claro que no compartía su odio ni sus valores xenófobos, y aun así se ganó su confianza para finalmente utilizarles como actores en la película (vagabundos y borrachos incluidos). Tirando el trípode a la basura, la cámara vibra y se desplaza siempre con el punto de referencia en la nuca rapada del protagonista. También juegan un papel fundamental el resto de integrantes de la jauría de skinheads que marcan las pautas de convivencia en este recóndito lugar. Son el grupo de referencia de Marek, es en su seno donde el chaval desorientado decide refugiarse. Su grupo de pertenencia, al contrario, es una familia descompuesta por una infidelidad que resultó en un vástago mestizo objeto de rechazo de toda la comunidad (y que sin temor a estropearle a nadie la película puedo revelar que es su hermanito).

Como quien esconde un pasado turbio, el pequeño gitano será la pieza clave para entender el tema central de la obra: la vergüenza. La propia realizadora dice que este es de todos los sentimientos “el más poderoso, el más doloroso y peligroso; especialmente para aquellos que desconocen su origen y no saben cómo manejarlo”. Es decir, la “vergüenza” es el perro que acompaña a todas partes al prota, un rottweiler que sin la correa puesta puede hacer un daño tremendo. El territorio fronterizo parece ser un buen caldo de cultivo para los nuevos realizadores del Este. Con el Tiger en el bolsillo Mira Fornay tiene el aval suficiente para unirse a una prometedora generación de jóvenes talentos entre los que se encuentran Olmo Omerzu (A Night Too Young), Iveta Grófová (Made in Ash), Maja Milos (Klip), Nikola Lezaic (Tilva Ros), Stefan Arsenijevic (Love and Other Crimes), entre otros.

Con una cierta estética kistch patente en chillones tonos rosas / amarillos y un acentuado fetichismo, Soldate Jeannette se erige dentro de la Sección Oficial de Rotterdam como una de las películas más contemporáneas. En clave de anarquía (el subtítulo de la película lo dice todo: “European Film Conspiracy”) y con la propuesta de volver al campo como solución a la terrible crisis económica (y existencial) que azota a la sociedad, el filme nos cuenta la historia de una mujer que ha extralimitado el crédito de sus cuentas bancarias y que vive del fraude y del engaño. A tal punto el engaño tiene peso en el proyecto que incluso la actriz principal no actúa ya que fue seleccionada por su biografía para después adaptarla a la ficción. Lejos de criticar su modo de vida, el austríaco Daniel Hoesl lo ensalza para mostrar con cinismo cómo combatir al sistema desde dentro del sistema. No es baladí el hecho de que Johanna Orsini-Rosendal (la prota) sea en la vida real una multimillonaria propietaria de alrededor de una decena de castillos (sin exagerar, pero exagerando).

Al personaje la opulencia no le interesa en absoluto, es sólo un medio en el que se mueve para disfrutar de los placeres de la vida haciendo caso omiso de los usos sociales. Una mujer capaz de dejarse engañar por la típica frase “este vestido fue hecho para usted” y tirarlo a la basura nada más salir de la tienda. El olor del dinero, ese que pone cachondas a las chicas de Harmony Korine en Spring Breakers, es el mismo que atrae a la nobleza de Viena a la trampa. Planos detalle de zapatos, de tazas de té extremadamente caras, de menús exclusivos y tratamientos de Spa a los que sólo los más pudientes pueden acceder, se mezclan al beat de la música electrónica en escenas que despiden un aroma a vacío, a falta de esencia, la misma de la que carecen los banqueros y los ricos. En un par de planos el realizador nos dice para qué sirve el dinero. Primero nos impresiona con una escena protagonizada por billetes de 500 y 100 euros (esos que casi nadie conoce en primera persona) para luego quemarlos en la hoguera más cara de la historia como rito de pasaje hacia la libertad.

Frente al elitismo reservado para unos pocos, la cinta nos invita compartir y a vivir en autarquía. Una rebelde sin causa de los tiempos modernos que grita sin abrir la boca “revolución”. Incluso en una granja, apartada de la artificialidad de la capital, el abuso de poder (sexo a cambio de trabajo y extorsión) encuentra las rendijas para habitar junto al hombre. Ella dice “déjalo todo atrás y comienza de nuevo” y sigue el ejemplo que propone huyendo en un coche robado mientras escucha composiciones de Bettina Köster. Un soundtrack apropiado que la artista de la escena berlinesa de los ochenta cedió sin cobrar derechos, llegando incluso a pagarse ella misma los gastos para trabajar con el equipo de la película (según la versión del realizador contada a exclaim.ca). Sin guión, con una hoja de Excell como único documento de referencia para el rodaje, minimalista (en parte forzado por las circunstancias y los escasos recursos), rodada sin segundas tomas, Soldate Jeannette llegó a Rotterdam y triunfó. Y lo hizo, tal y como recalca su director, sin la ayuda de un publicista: “Le recomiendo a todo el mundo que no contrate a un publicista, que no contrate a un agente… lo único que tiene es una cuenta de mail y una libreta de contactos… el cine no consiste en eso”.

El resto de premios, se repartieron como sigue. Los tres mejores cortometrajes de la Tiger Competition: Unsupported Transit (Zachary Formwalt), Janus (Erik van Lieshout) y The Tiger’s Mind (Beatrice Gibson). El FIPRESCI fue a parar a manos de nuestro querido Alberto Gracia por O quinto evanxeo de Gaspar Hauser (leer entrevista). El NETPAC a la mejor película asiática del 42 IFFR fue para What They Don’t Talk About When They Talk About Love (Mouly Surya). El nuevo premio llamado Big Screen Award fue a parar a Bellas Mariposas (Salvatore Medeu). Il Futuro (Alicia Scherson) se llevó el KNF Award que entrega el círculo de críticos holandeses. El Dioraphte Award a la mejor película con apoyo del Hubert Bals Fund programada en el festival fue para Wadjda de la saudí Haifaa Al Mansour. Esta película se quedó a menos de diez puntos de ser también la favorita del público y llevarse el UPC Audience Award, que finalmente recogió el holandés Diederik Ebbinge por Matterhorn. Finalmente, en la parte de industria los 30.000 euros del Premio Eurimage otorgado a la mejor coproducción europea en desarrollo fueron para Johannes Nyholm por The Giant; los 7.000 euros de ARTE International Prize Award (mejor proyecto de CineMart) fueron para el realizador de Canino (2009), Yorgos Lanthimos, y su siguiente película (si es que la termina) The Lobster; y Lucrecia Martel pellizcó 5.000 euros del premio a proyectos de CineMart con el nombre más largo, pero menos dinero, el WorldView New Genres Fund Development Award.

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FOTOS: IFFR / Premiados por Felix Kalkman

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