Roma, de Alfonso Cuarón

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“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

― Jorge Luis Borges

Más allá de las siempre limitadas listas e innumerables rankings que intentan desmenuzar lo “mejor del año”, resulta evidente que algunas películas marcan de manera especial una cosecha cinematográfica. Cuando nos encontramos con una de esas cintas que logra conseguir al mismo tiempo el beneplácito casi unánime de la crítica especializada, el éxito en festivales internacionales y un amplio reconocimiento por parte del público, sabemos de inmediato que estamos ante una obra a tener en cuenta. Si además hablamos de una cinta capaz de conjugar de forma equilibrada una técnica impecable y una historia conmovedora, prescindiendo de grandes artificios y nombres estelares en su reparto, es obvio que tratamos con algo excepcional. A estas alturas, aún inmersos en la expectación de los grandes premios y alfombras rojas, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que Roma, la última propuesta de Alfonso Cuarón, dejará una impronta difícil de borrar en el recuerdo cinematográfico de este año.

Rechazada en un primer momento por los grandes estudios norteamericanos, a pesar de la más que solvente trayectoria de Cuarón – que incluye títulos como Y tu mamá también (2001), Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004), Hijos de los hombres (2006) o Gravity (2013), por la que ganó el premio Óscar a mejor director -, Netflix no dejó pasar la oportunidad de producir la que posiblemente sea la obra maestra del realizador mexicano. Ganadora indiscutible del León de Oro en la última edición del Festival de Venecia, Roma fue motivo de alabanza y controversia desde el primer momento. Diversas asociaciones de exhibidores se mostraron muy críticas con el festival dirigido por Alberto Barbera por haber aceptado en competición una película de la famosa plataforma de streaming, y que por tanto no tendrá una distribución amplia en salas de cine. Sin embargo, esto no impidió que el jurado de la Mostra, presidido por Guillermo del Toro, entregase el máximo galardón a la cinta de su compatriota. Después de hacerse con los premios a la Mejor Película Extranjera y al Mejor Director en los últimos Globos de Oro, Roma se postula definitivamente como una de las cintas favoritas de cara a los Óscar, donde los realizadores mexicanos continúan haciendo historia (4 ganadores en los últimos 5 años).

Estamos ante la obra más personal de Cuarón, un relato autobiográfico que nos traslada al México de los años 70, una época convulsa para el país latinoamericano. La historia se centra en Cleo (interpretación prodigiosa de Yalitza Aparicio), una empleada del hogar de origen oaxaqueño que trabaja para una familia acomodada en la colonia Roma, un barrio de clase media en la Ciudad de México. La familia está compuesta por un matrimonio y sus cuatro hijos, inspirados en la propia familia del director, que atraviesa un momento de crisis debido al abandono del padre. Lo que podría haber sido un prometedor film iniciático, de centrarse en la experiencia de los niños, o un drama más convencional contado desde el punto de vista de la madre (Marina de Tavira), se convierte en algo totalmente distinto al poner el foco en las vivencias de un personaje tradicionalmente invisibilizado.

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Cleo es un homenaje directo a Liboria “Libo” Rodríguez, la mujer que crió a Cuarón (y que ya tuvo una breve aparición en Y tu mamá también). La película está compuesta por escenas de la vida cotidiana en las que seguimos las tareas diarias de la protagonista y su relación con la familia, abordando sutilmente los conceptos de raza y clase, y demostrando una vez más que lo personal y lo político transitan los mismos espacios. Cleo es una segunda madre para los niños, amada y valorada por todos los miembros de la familia, pero a pesar del amor mutuo que se profesan nunca se traspasa la “barrera de las jerarquías” (1). Al mismo tiempo, la historia íntima de los personajes está enmarcada en la compleja situación que atravesaba el país, una época de cambios y tensiones que desencadó en la trágica Matanza del Jueves de Corpus, en la que numerosos estudiantes fueron asesinados en una manifestación por grupos paramilitares.

Además del guión y de la dirección de Roma, Cuarón también se hace cargo de la edición y de la fotografía de la película. A pesar de que en un primer momento la cinta iba a contar con la participación del aclamado Emmanuel “Chivo” Lubezki (amigo íntimo de Cuarón y colaborador habitual en sus películas, así como en las de otros grandes realizadores como el también mexicano González Iñárritu o el estadounidense Terrence Malick), debido a problemas de agenda el apartado visual quedó también en manos de Cuarón – y no podemos más que aplaudir su decisión. La fotografía de Roma es un auténtico logro de artesanía, instinto y buen hacer cinematográfico, que se sustenta sobre dos pilares principales: la elección del blanco y negro y la utilización de los planos secuencia (casi un sello de autor en las obras del mexicano, pero que en este caso responde a una motivación muy concreta). En cuanto a la elección de los colores, nos encontramos con un blanco y negro claro y luminoso, una aproximación contemporánea que no busca aislar o idealizar el pasado, sino observarlo de forma crítica desde el presente. Por otra parte, en lo que se refiere al empleo de los largos planos secuencia, la dirección de Cuarón busca emular el ritmo y la cadencia de sus propios recuerdos, que recompone con mimo y meticulosidad. El resultado, a pesar de sacrificar cierta naturalidad, son una serie de momentos icónicos que quedan grabados en la retina del espectador. Secuencias como la de Cleo tumbada en la azotea con los críos, el peculiar entrenamiento de artes marciais o la escena de la playa pasarán a formar parte de la memoria colectiva del séptimo arte.

Rodada en español y mixteco (lengua indígena de la protagonista), y siguiendo en todo momento la vida y avatares de Cleo, Roma representa una realidad que el cine mexicano llevaba demasiado tiempo obviando. A pesar de las críticas que despertó la decisión de apostar por Netflix para producir la película, resulta evidente que una cinta de estas características tendría un recorrido bastante limitado en los circuitos comerciales, tal como argumentaba su director después de recibir el Globo de Oro. Por supuesto, a pesar de sus buenas intenciones, Roma presenta también ciertas carencias y aspectos más censurables. En general, el enfoque de la película resulta demasiado autocomplaciente, más próximo a un intento por acallar una conciencia interna que por realizar un esfuerzo genuino de análisis y autocrítica. Del mismo modo, algunas representaciones maniqueas y un cierto fracaso a la hora de encontrar una voz consistente para el personaje de Cleo (cuya voz literal apenas escuchamos), también lastran un poco el potencial de la película. Con todo, Cuarón ofrece una obra hermosísima y conmovedora con la que nos invita a visitar algunos de los rincones más preciados de su memoria. Un viaje al pasado para excavar en las propias raíces o, como él mismo la definía al recoger el premio en el Festival de Venecia, “una carta de amor a la mujer que me crió y a mi país”.

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(1) SCHOLZ, Pablo. Alfonso Cuarón: “Roma tiene un punto de vista casi crítico acerca de mi propia existencia”. Entrevista en Clarín – Espectáculos (05/01/2019)

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