CLERMONT-FERRAND (III/III): LABO

Última parte de la crónica de Clermont 2015. Viene de aquí y aquí.

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La sección Labo es la que recoge en el festival clermontino las propuestas que buscan una mayor experimentación con el lenguaje cinematográfico. Como en los otros casos, hay un equilibrio entre la ficción, la animación y el documental, siendo éste último más protagonista que en los demás programas del certamen. Lo que nos llamó la atención fue la diversidad formal de Labo, y la consistencia del conjunto en torno a conceptos que vertebran la sección. Por ejemplo, advertimos una preocupación común en todas las ficciones anglosajonas alrededor de las dinámicas sociales que llevan a la soledad. La que lo ejecutaba de un modo más obvio era Let Me Down Easy (Matthew de Filippis, Elisia Mirabelli, 2014), con reminiscencias al M. Night Shyamalan de The Village (2004). En ésta, un grupo de chicos debe llevar a cabo una suerte de rito de pasaje a la madurez en un bosque que parece despertar en ellos extraños comportamientos. Todo pivota en torno a la creencia en lugares prohibidos, alimentados por historias continuamente repetidas en la comunidad, y sobre la capacidad de los chicos de romper esas cadenas intelectuales y afectivas con el mundo de su infancia. En esencia, como en la Zona de Tarkovsky, hablamos de un lugar en el que se desea entrar, pero del que es difícil salir y, desde luego, metáfora de una sociedad con marcado poso católico, que fomenta el sentimiento de culpa. En lo filosófico, nada nuevo, pero interesante. En lo formal, está rodada con pequeñas cámaras digitales en las que se juega con desenfoques y colores vivos para crear una sensación de extrañamiento. Sundance y Vimeo, en parte, han hecho mucho daño.

Lo que es obvio e histriónico en Let Me Down Easy, resulta sutil y elegante en Beach Week (David Raboy, 2014), la mejor ficción del festival para este cronista, y uno de los más destacados filmes fantásticos del lustro. Como en la primera, hay una aparente unión comunitaria entre los chicos que la protagonizan, hasta que el dispositivo del filme termina por desvelar mecánicas de aislamiento. Por difícil que parezca, Beach Week encuentra el equilibrio perfecto entre Mulholland Drive (David Lynch, 2001) y I Know What You Did Last Summer (Jim Gillispie, 1997). Jugando con este subgénero de terror, decide poner en una cabaña a un grupo de colegas que van a pasar allí unas vacaciones. La protagonista comienza a buscar a una amiga, que termina por desaparecer. En realidad, quizás no se trata de una desaparición, puede que exista algo más, una suerte de significado metafísico a la ausencia que siente. Comienza como algo lúdico, y por una vía formal de influencia lynchiana, sí alcanza las pretensiones tarkovskianas tan subrayadas en Let Me Down Easy, y tan impregnadas aquí, sin haber cita directa. Como ya ocurría en la sección internacional, hay quien copia referentes, y hay quien se apropia de ellos, seguramente sin ser muchas veces conscientes. Eso es un autor, y David Raboy es uno de los grandes.

Resulta interesante también contraponer He’s the Best (Tamyka Smith, 2014) a Cutaway (Kazik Radwanski, 2014). En fondo, son la misma película, hasta el dispositivo es muy similar, solo que con protagonistas de sexos diferentes. En la primera, una mujer está preparándose para una cita. No vemos nunca su cara, solo las partes del cuerpo, en primerísimo primer plano, que está rasurándose, pintándose o peinándose para su cita. En la segunda, somos testimonio de la vida de un obrero a través de una secuencia de planos centrada en sus manos. De la comunidad pasamos a la pareja, o más bien a la búsqueda de ella, que acaba en los dos casos en relación fallida. Personas solas, que buscan desesperadamente un poco de compañía. Incluso los niños de Caravan (Keiran Watson-Bonnice, 2014) están solos, jugando junto a un tutor fallecido, realidad que no conocen y al que deben acostumbrarse. La comedia no puede ocultar la dura realidad que se les viene encima. Y de esto, pasamos a la soledad más absoluta en Killer? (David White, 2014), la historia de un hombre que decide retirarse a reflexionar tras haber asesinado a una persona. Si buscan acción trepidante, sáltense esta sesión.

Labo incluía otras tres ficciones asiáticas, un poco en la línea, pero con un poso metafísico que las conecta con Beach Week. Desde esta lectura, el filme se muestra aún más relevante. Yen Yen (Chunni Lin, 2014) comienza también con una comunidad de chicos pasándolo bien en el mar, haciendo el tonto encima de unos hinchables. Se cambia el contexto, pero la dinámica es un poco la misma. Si Beach Week jugaba con los referentes estéticos del terror teen para irlos subvirtiendo, y llevándolos a terrenos más oníricos y poéticos; Yen Yen hace lo mismo con la estética frágil de las cámaras de grabación submarina que suben los youtubers aficionados a deportes marinos. Las olas llegan, y la imagen tiembla, coma el protagonista, que se va hundiendo en el mar, hasta acabar fumando, y creando nubes de humo, entre los peces, con un maravilloso ralentí y un grano que recuerda al primer Wong Kar-wai.

Quien ya tiene un discurso propio, entre lo poético y lo absurdo, es Midi Z. En The Palace on the Sea (2013) filma dos registros que el espectador debe decodificar y poner en relación. Uno de ellos imagina la historia imposible entre una mujer t un hombre, que en la segunda historia aparece ataviado de monje budista. Ciertos detalles nos permiten interpretar que la mujer es un fantasma de su pasado, y la religión, puede, un modo de conectar con ella. Figuras solitarias, buscando compañía. Todo parece muy intenso, pero para acabar con el plato asiático, los programadores de Clermont tuvieron a bien mostrar Sao Hoa Noi Day Gieng (Freddy Nadolni Poutoshkine, Truong Ming-Quy, 2014), una demencial historia que imagina a Vietnam inundada por el agua debido al cambio climático a mediados del siglo XXI; y para continuar viviendo como vietnamitas, es necesario colonizar Marte. Aunque comedia, se ve el peso de Apichatpong Weerasethakul en las imágenes, que parece un referente en todo el sudeste asiático, no solo en su natal Tailandia.

Susann Maria Hempel venceu en Labo cunha curta de animación que debe moito a Svankmajer.

Susann Maria Hempel venció en Labo con un corto de animación que debe mucho a Svankmajer.

Huyendo de la figuración

En el campo de la animación, la sección Labo pareció diferenciarse de la internacional principalmente en su aspecto visual, tendiendo más a la abstracción; si bien algunas propuestas ponían el acento en una narración fragmentada, con repetición de motivos, más que en querer contar una historia. Fok Nabo Distorio (Francesco Rosso, 2014), por ejemplo, es abstracción pura, mientras que La flèche delta (Francesco Vecchi, 2014) es un Michel Ocelot que sugiere una ambientación orientalista, sin entrar en las dinámicas tradicionales del cuento infantil. Entre ambos, varios filmes que se sitúan en diferentes grados de esta tendencia, y que se podrían dividir en sendos grupos. El más numeroso está reservado a esas propuestas que encadenan gags en torno a propuestas visuales, siendo casi más experimentos para probar un trazo, un diseño, que obras terminadas en sí mismas. Podemos sentir estos bocetos en Symphony no.42 (Réka Bucsi, 2014) o 365 (Myles McLeod, 2013). Esta última ejemplifica bien lo que intentamos explicar. Se trata de dibujar un segundo al día durante un año, con ideas que van surgiendo, como si de un cadáver exquisito se tratase. Las dos películas funcionan igual, solo que 365 lo hace de modo más explícito. No importa más que el trazo personal del artista, lo que por otro lado es muy defendible y debiera ser el principio básico de la animación de autor.

Siguiendo esta lógica, hay propuestas más estimulantes. Loop Ring Chop Drink (Nicolas Ménard, 2014) vuelve a hablar de ese aislamiento en comunidad a través de una historia de amor dibujada con técnicas que remiten a un diseño industrial, un poco como en la obra de Chris Ware. El filme no deja de ser una concatenación de motivos, pero tiene una pretensión narrativa mayor. Así ocurre en Dans la joie et la bonne humeur (Jeanne Boukraa, 2014), una versión pesimista del Bill Plympton más violento, que imagina un futuro en el que nos autodestruimos, al contar en el armario con clones infinitos.Small People With Hats (Sarina Nihei, 2014) toma también de Plympton un ambiente de conspiración planetaria con un trazo pulcro y bienintencionado, pero muy mala baba de fondo; y Stephen Irwin hace lo propio en The Obvious Child (2012) con sus animalitos antropomórficos, que son como el reverso tenebroso de Winnie the Pooh. Su espíritu está emparentado con el de ese otro grande de la animación que es David O’Reilly o, si queremos buscarle un símil ibérico, Alberto Rodríguez.

Estas propuestas hacían reír mucho en la sala, pero yo, coma el jurado, prefiero el desgarro del diario fílmico dibujado que nos dio este año Clermont. O animado, para el caso. Sieben Mal am Tag beklagen wir unser Los und Nachts stehen wir auf, um nicht zu (Susann Maria Hempel, 2014) es una suerte de Svankmajer con un peso psicológico más fuerte que en buena parte de la obra del checo. Basada en las declaraciones de una mujer enferma que perdió la memoria y que tenía pesadillas terribles, la película es eso, una pesadilla hecha con muñecas animadas de la que Freud habría escrito algunas páginas. My Dad (Marcus Armitage, 2014) tiene una dinámica parecida. Relato de un día cualquiera de la protagonista con el padre en un partido de fútbol, acaba por desvelar los comportamientos del Reino Unido obrero más reaccionario y cabreado, ese que busca culpables a su situación económica en el otro, descargando sus iras en quien pase por delante. Con una animación violenta, inasible, que casi desborda la pantalla, y un tratamiento del sonido que magnifica la potencia de los actos que intuimos entre las manchas de color; el director logra expresar ese ambiente opresivo de rabia. Algo parecido consiguen The Noise (Pooya Razi, 2014) o Exuvie (Emmanuel Lantam-Ninsao, 2014), propuestas más minimalistas, en blanco y negro, y que nos devuelven a una interpretación freudiana del diario íntimo.

The Noise (Pooya Razi, 2014), de entre todas éstas, era la que más se acercaba a lo real, pudiendo considerarla en el fondo un documental puro. Tomando sonidos reales de situaciones cotidianas en Irán, reflexiona sobre la intrusión de lo público en lo privado mediante la acusación de un vecino a otro de que tiene una conducta inmoral, que daña a toda la comunidad. El ruido social se hace más fuerte que la verdad personal, hasta el punto de, de nuevo, aislar a la personaa en cuestión.

'Objekt', la pulcritud hiperrealista como marca de estilo, común entre los documentales de la sección.

‘Objekt’, la pulcritud hiperrealista como marca de estilo, común entre los documentales de la sección.

Pulcritud de lo real

Es curioso cómo el documental en Labo fue más pulcro que la animación, como si el híperrealismo acabase por crear una sensación de extrañamiento, mientras que la abstracción animada acabó por parecer más real. Filmes como Onder Ons (Guido Hendrikx, 2014), Objekt (Paulina Skibińska, 2014) o De Schnuff (Fabian Kaiser, 2014) tienen en común una puesta en escena que destaca por sus travellings perfectos; una iluminación sin matices, que deja rostros y paisaje clarísimos; y composiciones de una gran belleza, amplificadas por el uso del ralentí en diversos momentos de los cortos. Son películas estilizadas y meticulosas en la recreación de eventos y en la descripción de rutinas.

Otros filmes igual de pulcros cargaban sus tintas en la narrativa como fuente de experimentación. Blood Brothers (Miguel Coimbra, Marco Espirito Santo, 2014), Filme Som (Cesar Gananian, Alexandre Moura, 2014) y Contratempo (Bruno Jorge, 2013) jugaban a esa fragmentación en el montaje para exponer su discurso en torno a lo auditivo. Más que partir de imágenes, y contar con un sonido diegético, experimentan con sonidos y buscan las imágenes diegéticas para ellos. Un proceso a la inversa de lo tradicional, con resultados irregulares pero interesantes en los tres casos.

Newborns (Megha Ramaswamy, 2014) usaba un dispositivo parecido al de The Noise o My Dad en la animación. Partiendo de declaraciones reales de mujeres atacadas con ácido, construye una ficción en la que éstas se interpretan a sí mismas. Es justo lo contrario de lo que hace Jia Zhang-ke en sus documentales. Él usa intérpretes profesionales en un registro documental a partir de declaraciones reales, muchas veces mezcladas. Ramaswamy pone en escena esa misma amalgama de declaraciones, haciendo que un par de mujeres las interpreten en una ficción muy estilizada y con un punto surrealista. Estos juegos entre ficción y documental están también presentes en Ser e voltar (Xacio Baño, 2014), que se alzó con el premio Canal +, además de con una mención. El gallego hace un retrato de sus abuelos, centrado en la visión que éstos tienen del cine. Incapaces de mostrarse como son ante un documental que parte de los principios del cinéma-vérité, Baño acaba por proponerles una ficción sobre su vida y que participen de ella. Y el resultado es un filme tierno, con una alta carga metacinematográfica, que hizo reír en Clermont a pesar de las barreras lingüísticas y culturales.

Cams (Carl-Johan Westregård, 2014) e História Natural (Júlio Cavani, 2014) parecían un poco descolgadas del resto de filmes. Filmes de observación, en ellos termina por colarse lo fantástico, en el caso de la primera introduciendo criaturas digitales que quiebran la credibilidad de una propuesta ya de por sí débil. Hay otras dos excepciones, feas y desequilibradas que, con sus defectos, sí nos parecen mucho más interesantes, y luchan contra esa omnipresente pulcritud del conjunto. Tehran-Geles (Arash Nassiri, 2014) sigue los preceptos del diario ensayístico político, contraponiendo las vistas aéreas de Los Angeles con planos a pie de calle de los centros comerciales de Teherán. En un espacio extraterrestre e impersonal, parece que nos encontremos en la misma realidad, una que nos ahoga desde el consumo. Así, Nassiri encuentra un modo coherente de transmitir su alegato anticapitalismo. Lo mismo ocurre con S (Ríchard Hadjú, 2014), el filme de la competición Labo que máis respeto tiene por el documento fílmico. Filmaciones en cinta de vídeo de una prostituta y su chulo, S cuenta una historia sencilla, pero muy cercana a la realidad. La mujer y su «jefe» hablan con absoluta claridad y honestidad. Se caracterizan por su visión práctica de la vida, en un ambiente de difícil supervivencia. El relato parece legar a su fin cuando la mujer confiesa que ya no es capaz de conseguir tantos clientes, y que debiera retirarse. Entonces, un rótulo explica que esas imágenes fueron tomadas horas antes de que fuese asesinada por un cliente. Relato demoledor y sincero de una vida bien complicada, recuerda al Bumming in Beijing (1990) de Wu Wenguang por su uso sucio, y tan cercano a los personajes, del vídeo.

A través de sus tres competiciones, el festival internacional de cortometrajes de Clermont-Ferrand dio una buena panorámica de la producción de curtos a nivel mundial, en la que, a lo que estilos se refiere, solo les faltó un poco de cine experimental puro para ponerle la guinda a la tarta.

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