«EN HOLLYWOOD TALKIES NO HAY UNA PUESTA EN ESCENA, SINO UN VACIADO DE ESCENA»

Aprovecho un número tan heterogéneo, entusiasta y caprichoso como éste, dedicado a (lo que consideramos) lo más destacado de 2011, para confesar mi admiración por uno de los autores más estimulantes e inspiradores que tuve la fortuna de descubrir el pasado año. El día que conocí a Óscar Pérez acabé persiguiéndole por las calles de L’Eixample y Gràcia, intercambiando opiniones sobre su obra, comentándole ideas para mi pieza Fills de Samsó, preguntándole por el cine de Alan Berliner o discutiendo sobre nuestras series preferidas de la HBO. Aquel acoso se produjo tras una ilustrativa sesión en la que el propio autor había presentado algunas de sus piezas, como Xavo-Xavi (2002),El sastre (2007), premiada en el IDFA, o If the camera blows up (2008), incluida en la retrospectiva ‘The Forgotten Spanish Non-fiction Cinema and Its Renewal’, programada el pasado mes de diciembre en la legendaria Anthology Film Archives de Nueva York.

Lo que hizo de aquella sesión una experiencia especialmente reveladora, fue el hecho de que la mayoría de asistentes éramos estudiantes aún vírgenes en la realización cinematográfica, que se topaban frontalmente ante un rotundo e inspirador ejemplo de voluntad y arrojo. Eso era lo que necesitábamos en aquel momento: alguien que demostrase, con las cartas sobre la mesa, que si de verdad se quiere hacer una película, basta una cámara, coraje, pasión y persistencia para llevarla a cabo. Sin farragosas y exasperantes búsquedas de financiación, sin conflictivos tejemanejes con productores, sin meticulosos planes de rodaje, sin la chica y la pistola de Godard, sin peros, sin disculpas… con determinación.

Óscar Pérez encarna a la perfección la idea del “artesano” reivindicado por Josep Maria Català en la entrevista que nos concedía en el pasado número. Sus retratos de la fauna urbana barcelonesa son pacientes ejercicios de cine directo y del directo, presente y del presente. Son piezas que demuestran la asombrosa intuición y la notable perseverancia de este insólito autor, destilando espontaneidad, honestidad e intimidad. Compromiso y respeto.

Su último film, Hollywood Talkies, no sólo ha permitido descubrir un registro insólito y sorprendente en este cineasta, sino que también pone de manifiesto la importante labor de su habitual colaboradora y escudera, Mia de Ribot, cuya contribución en labores de producción o montaje había permanecido hasta ahora algo más velada, pero cuyo talento como fotógrafa resulta determinante en esta película. La génesis de este proyecto se halla en la etapa hollywoodiense relatada por Luis Buñuel en su autobiografía Mi último suspiro, en la que menciona la llegada de actores españoles a La Meca del cine al comienzo de los años treinta, para realizar versiones en castellano de películas americanas. El advenimiento del cine sonoro había propiciado, hasta la implantación del doblaje, que las productoras estadounidenses se aseguraban la distribución internacional de sus películas mediante la realización de versiones rodadas en francés, alemán, español o italiano. Fotocopias sin brillo que eran filmadas durante la noche, con los mismos decorados que la película “oficial”, pero con una visible carestía de medios, talento y alma, como pudimos comprobar en la proyección del Drácula (George Melford, 1931) “en español” en los Cinemes Girona, justo después del estreno de Hollywood Talkies.

Así, frente al cine directo y del presente que había caracterizado la filmografía anterior de Óscar Pérez y Mia de Ribot, Hollywood Talkies propone un cine del pasado, de la memoria, una historia de fantasmas en la que, como dice Jordi Costa en su crítica en El País, “una voz en off desgrana anécdotas y comprime vidas como quien está leyendo un balance de daños tras un siniestro”. Este film, programado en Venecia y en Gijón, es la crónica de sueños rotos y esperanzas frustradas, los restos de un babilónico naufragio. Esta radical, audaz y evocadora película, portadora de tantas ilusiones, sigue el rastro de hombres y mujeres desengañados y desarraigados, forasteros dentro y fuera de su tierra, zarandeados por la época en la que, según el propio cineasta, el cine perdió su inocencia. Lo decía Giorgos Seferis: “allí donde la toques, la memoria duele”.

Si me permitís la metáfora, he de decir que al ver esta película sentía una especie de sensación de resaca. Me explico: ha habido una gran juerga en la que vuestros personajes han participado, pero al acabarse la fiesta no sólo sufren las consecuencias de ese exceso, sino que incluso les cuesta recordarlo. Recuerdan lo bueno que fue, pero es un recuerdo doloroso. Como dice mi padre: “noches alegres, mañanas tristes”.

Mia: Bueno, resaca, resaca… (risas) Tal vez te produjo esa sensación porque el film crea una atmósfera onírica, festiva y a veces incluso surrealista, como las borracheras… También porque trabajamos sobre algo que ya pasó, que no era del todo real, y que se intenta recordar. Supongo que esa sensación de resaca tiene que ver con la evocación del pasado, de algo que ya no existe, de algo intangible… y un tanto lúdico, al menos en apariencia.

Óscar: Sí, es cierto que la película se construye sobre anécdotas que tienen un tono muy festivo. Pero, al mismo tiempo, al profundizar un poco en esas situaciones, en esas anécdotas divertidas, salen a la luz historias de soledad y aislamiento. Es un gran contraste y creo que de ahí viene la sensación que sugieres. La gente reía cuando los propios protagonistas les explicaban sus historias, y seguramente en otro contexto se podría haber hecho algo muy cómico. Pero a nosotros nos interesaba el contrapunto, lo que había más allá de esa superficie festiva.

Mia: Trabajábamos con dos líneas bien definidas: el pasado, en el que la anécdota es divertida; y el presente, una visión más completa, hecha de trocitos, que muestra una historia de soledad tanto en aquel momento, en Hollywood, como luego, a su vuelta a España. Pero sí, Hollywood fue para ellos un momento de explosión máxima, que luego, cuando volvieron a España, recordaban casi como una ilusión…

Esa es la resaca a la que yo me refería… (risas). Una simbología que me gustó mucho fue la de mostrar el Hollwood de la periferia, no el de los grandes estudios y el star system. Esos actores españoles creían estar dentro de Hollywood, pero en realidad se movían en el margen y al margen, entrando cuando ya todo el mundo se había ido: durante la noche, cuando el Hollywood oficial había cerrado ya sus puertas.

Óscar: Claro, Hollywood también era la ciudad en la que ellos vivían, y no sólo esa gloriosa ciudad construida por el propio cine. Todo lo que ellos viven allí es una ilusión, y en tanto que ilusión tiene una parte positiva, ya que tiene que ver con esperanza. Pero la ilusión también tiene que ver con lo falso y lo aparente. Puede ser positivo porque cualquier cosa puede pasar, todavía queda mucho por decidirse. Yo creo que ése sería el punto al que ellos volverían si pudiesen regresar, al momento en el que todo estaba aún por decidirse.

Mia de Ribot: Estoy de acuerdo. Era el momento en el que su sino no se había decidido aún. El momento en el que todo eran, todavía, promesas.

Reflexionando sobre la idea de ilusión, considero especialmente acertado el uso de numerosos planos contrapicado, con objetivos gran angular, que crean una sensación de grandeza irreal, que no existe. Esa combinación, contrapicado más gran angular, hace que percibamos todo mucho más grande de lo que en realidad es.

Mia: Nos permite verlo más grande de lo que es y también nos permite también ver más, en general. Nuestro retrato del paisaje es un retrato psicológico, por lo que hemos buscado lugares muy concretos que nos permitiesen establecer un intercambio entre el presente y el pasado, y también entre el personaje y el espectador. Tan importante como lo que decidimos mostrar es aquello que decidimos no mostrar, el Hollywood actual que se colaba por todas partes y que nada tiene que ver con el que ellos conocieron. Al ir allí, pudimos comprobar que apenas queda nada de “su Hollywood”.

Óscar: Y lo poco que queda tiene más que ver con la idea de museo que con la propia ciudad.

Esa idea de museo también remite, como todo en este film, a la memoria.

Óscar: Sí, es un cine de la memoria, pero no de la memoria histórica en tanto que se recupera, homenajea o reivindica un tiempo pasado. La nuestra es una memoria del paisaje. Fue una tarea difícil, porque hay espacios y paisajes que, lamentablemente, ya no tienen memoria. Nuestro reto fue encontrar aquellos que aún la conservan.

Mia: Los paisajes de naturaleza, por ejemplo, son lugares en los que nuestros personajes habían estado, pero en los que ya no queda nada. Es la crueldad del tiempo, que lo borra todo sin dejar rastro. Sin embargo, los espacios artificiales, los espacios construidos, conservan el tiempo incluso en sus ruinas.

En una ocasión te escuché decir, Óscar, que fue una revelación para ti descubrir que podías elegir un lugar y esperar a que ocurriesen cosas, ya que esas cosas finalmente acababan por ocurrir. Así funcionaban tus anteriores trabajos. Pero Hollywood Talkies no es observación, sino evocación.

Óscar: Claro, en este caso todo ha ocurrido ya y apenas queda rastro de ello. Las cosas no ocurren en la pantalla, sino que tienen que ocurrir en ti como espectador. Nosotros solemos decir que en esta película no hay una puesta en escena, sino un vaciado de escena, ya que lo que hemos hecho ha sido quitar y no poner.

Me gusta ese concepto de vaciado, porque es evidente que ha habido un potente trabajo de documentación tras el que, una vez conocíais a fondo vuestro material, hicisteis un gran destilado.

Óscar: Cuando presentamos la película en Gijón tuvimos la oportunidad de visitar el Elogio del Horizonte, y entendimos que en nuestra película queríamos contener la esencia de esa escultura. Hay películas en las que ves el bloque y otras en las que ves el vacío, y nosotros queríamos transitar en ese vacío. Decía Chillida que el horizonte es la patria de todos, y a nosotros nos gustaría que nuestra película también fuese una patria de todos. Esa es la esencia del cine político.

Mia: La película se construye desde el vacío y desde la ausencia. El vacío arquitectónico puede mostrarse, pero la ausencia es mucho más intangible, por lo que es un desafío para el cineasta.

Sí, en este sentido, una de las primeras cosas que uno piensa al ver la película es que habéis tenido mucho coraje a la hora de renunciar a todas las posibles películas que podríais haber hecho con un punto de partida tan rico y amplio. La historia de esos españoles que emigraron a Hollywood podría haber sido narrada de mil y una formas, pero vosotros os decidisteis por una apuesta radical y muy arriesgada.

Mia: El camino para hacer una película es muy largo y muy orgánico. Evoluciona mucho y hay que tomar muchas decisiones. En nuestro caso teníamos mucho donde elegir y, por lo tanto, mucho que descartar.

Óscar: Sí, varias personas nos han dicho que hay muchas películas posibles en Hollywood Talkies, y ese es un factor que tuvimos muy en cuenta. Pero hay un momento en que lo que era una renuncia se acaba convirtiendo en la base de la película. Por eso es también un cine de la memoria, porque remite a todas esas posibles películas, que están ahí. Es cierto que algunos pueden pensar que al tomar esta decisión nos hemos quedado a medias en todas, pero precisamente lo que queríamos era que cada espectador construyese su propia película a raíz de todas ellas. Hemos querido abrir puertas a todos nuestros personajes, a ver por cuál quería entrar el espectador.

Sin embargo, nunca llegamos a conocer a ninguno de esos personajes, sino que funcionan como un reparto coral en el que todos ellos comparten una misma ilusión, entendida como esperanza y como apariencia, como precisabas antes.

Óscar: Todas las anécdotas van haciendo referencia a esa falsa realidad, a esas falsas apariencias, y también a una pérdida de individualidad e identidad que conducen a un aislamiento. Sí, son un grupo; pero todos ellos están solos y van perdiéndose en ese espacio ilusiorio que es Hollywood. Además, no olvidemos que ellos están allí para ser copias de otros. Ese es su trabajo. Seguramente fueron víctimas del momento en que, según mi punto de vista, el cine perdió su inocencia, el momento en que apareció el sonoro. El conflicto de identidad de nuestros personajes también puede verse en esos nacionalismos que surgen entre los propios hispanohablantes, cuando comienzan a reivindicar su propia lengua como la buena. Si lo piensas, no deja de ser una guerra entre hermanos que se sienten solos.

Esto me lleva a otra interesante idea que apunte el film, que es la del extranjero. Estos actores son forasteros en Hollywood, pero también se convierten en forasteros en su propio país, una vez vuelven a España. Son extranjeros en tierra de nadie.

Óscar: Sí, es cierto, ni se integran en Hollywood ni tampoco logran reintegrarse en España. Cuando vuelven a su país han perdido su sitio, pero no olvidemos que mucha gente perdió también su identidad durante aquellos años, debido a la Guerra Civil española. En la película, quisimos reflejar esto mediante una especie de pérdida de sustancia.

Mia: Me gusta pensar que, a pesar de estar compuesta a partir de fragmentos y pequeñas historias, Hollywood Talkies es una historia épica. Podrías decir que hemos contado con las herramientas mínimas para contar una gran historia de un modo pequeño.

Retomando la cuestión de las posibles películas que hay en esta película, considero que el montaje permite establecer una relación penetrante con el espectador: está la historia que vosotros proponéis, la que el espectador recibe y la que el espectador reconstruye. Creo que en ese intercambio, en el modo en que cada uno deduce lo narrado, radica la potencia del film. Y también creo que eso hace de Hollywood Talkies un film exigente para poder disfrutarlo.

Óscar: Sí, es exigente, sin duda, pero es que yo espero eso de la gente. Yo respeto mucho al espectador y sé que todos pueden conectar con nuestra película. De todos modos, considero que la historia que contamos es muy sencilla, sin ningún tipo de fórmula indescifrable. La complejidad está en cómo transformar esa información en emoción.

Mia: Yo creo que es una cuestión de si el espectador está dispuesto a aceptar lo que proponemos o no. Y, por supuesto, está en su derecho de no hacerlo. Además del viaje de nuestros personajes, nos interesa el viaje que pueda hacer nuestro espectador a partir del viaje que nosotros proponemos.

(A Óscar) En los últimos proyectos te estabas metiendo cada vez más (incluso físicamente) en la película, y ahora no sólo no lo haces, sino que “cedes” la cámara a Mia, ya que ella ha sido, debido a su experiencia como fotógrafa, quien ha hecho los encuadras y quien filmó. ¿Cómo ha sido esta variación de método?

Óscar: Ha sido un cambio que seguramente no podría haber hecho con otra persona. Pero, en realidad, la única diferencia con las otras películas es que en ésta Mia ha filmado y en las otras no. El resto del trabajo siempre lo hemos hecho juntos. Es cierto, en aquel cine más directo me estaba metiendo cada vez más en escena, incluso porque mis personajes hablaban de mí o porque el microfonista entraba en plano y decidía mostrarlo. Pero en este proyecto, con un código visual más próximo a la ficción, en el que no ocurre una acción en el plano, yo ya no pinto nada, porque ella filma mucho mejor que yo. Hemos aprendido mucho, y si el día de mañana trabajásemos en una película con actores, en ella habría mucho de Hollywood Talkies.

¿Intuyo que ya existe la intención de hacer esa película con actores?

Óscar y Mia sonríen, pagan sus tés (y mi café) y salimos a toda prisa del bar en el que nos citamos en dirección a los Cinemes Girona, donde ambos tienen que presentar la película. Falta apenas un par de minutos para la proyección y sus teléfonos comienzan a sonar sin tregua. A pesar de que ya he apagado la grabadora y los tres corremos al trote en plena acera, Mia sigue respondiendo a algunas cuestiones que habían quedado en el aire. Llegamos a los Cinemes Girona sobre la bocina y nos despedimos fugazmente. Al alejarse, Óscar se gira hacia mí y me dedica una sonrisa tan amplia como pícara: “tío, al final siempre acabas persiguiéndome”. Seguro que no será la última vez. Aunque un poco tarde, feliz 2012.

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