EL FUTURO, de Miranda July

La trayectoria de Miranda July atraviesa en este momento un periodo delicado. Su estreno de masas en el despiadado mundo del celuloide, recordemos, fue fulgurante: su primer largometraje, Tú, yo y todos los demás (2005), se estrenó a escala mundial en el festival de Cannes, donde obtuvo la preciada Cámara de Oro a la mejor ópera prima y alabanzas de casi todos los sectores de la crítica por su concienzudo trabajo estético, su delicadeza, su atención al detalle y su personal humanismo.

Seis años después, July presenta por fin, en febrero de 2011, en el festival de Berlín, El futuro, su segunda película como guionista, directora y actriz protagonista, en la misma onda de su anterior trabajo, abordando una vez más el tema de las relaciones humanas en general y las de la pareja en particular… pero esta vez, esa “visión original” ―que le valió también el premio especial del jurado en Sundance por Tú, yo y todos los demás― no cuaja. Las expectativas no se cumplen y la prensa especializada retira su apoyo a la que fuera una de las caras nuevas del cine independiente norteamericano y empiezan a aparecer las clásicas críticas a las que se arriesga todo autor que coquetea con lo rompedor, lo moderno, lo ‘vintage’, lo ‘naif’ o lo ‘indie’. ¿Qué ocurrió?

No es coherente ensalzar Tú, yo y todos los demásy echar por tierra El futuro. Ambas participan de una visión artística más polifacética, fruto de todas las otras disciplinas que Miranda July trabaja. En ambas existen recursos que podríamos clasificar como deudores del realismo mágico: en una de las mejores escenas de su ópera prima July convierte una breve caminata con el protagonista en una metáfora de una posible vida juntos; en El futuro, la luna habla con su pareja (Hamish Linklater) después de que este haya conseguido detener el tiempo. En ambas los niños desempeñan un papel importante aunque secundario, los personajes adultos son irremediablemente extravagantes con sentimientos, probablemente diferentes versiones de la propia personalidad de Miranda July, y los personajes que ella misma encarna aparecen obsesionados sistemáticamente con realizarse grabaciones y juzgarse incapaces.

Que El futuro beba de las mismas fuentes que su predecesora demuestra tenacidad en la propuesta de su autora, aun corriendo el riesgo de caer en la repetición. No en vano,El futurose hizo con un presupuesto estimado en un millón de dólares, la mitad de Tú, yo y todos los demás, y hubo que recurrir a la coproducción con Alemania para sacarla adelante. La evolución, en cualquier caso, es perceptible. Por ejemplo, El futuroes menos coral y pone todos los elementos al servicio de la relación de pareja y sus sentimientos con respecto a un futuro marcado, en un principio, por la adopción de un gato cojo en un plazo de treinta días ―como si de El primer día del resto de tu vida(2008) se tratase― y extendido, más tarde, a la vorágine que provocan cada metrónomo personal. Toda vez que el juego temporal se hace patente, la película logra hondura en el reencuentro final, precisamente donde ¡Olvídate de mí! (2004) prefirió renunciar a su trabajo de perforación psicológica en favor de un reprensible guiño al gran público.

Miranda July no hace eso: su discurso no es moralista y aunque abundan las situaciones esperpénticas, los diálogos estrambóticos y, por ende, los flecos abiertos para que todo aquel que no esté dispuesto a realizar el acto de buena fe que desde el principio se solicita pueda poner la película a caer de un burro, la directora nacida en Vermont consigue enderezar el poco argumento que quedaba tras la demasiada forma del envoltorio con un último cuarto en el que lanza a bocajarro su propia reflexión sobre la pareja, la memoria, las segundas oportunidades y el futuro; en otras palabras, consigue aquello en lo que fracasó la película de Michel Gondry.

Sin embargo, el precio que se paga es alto: para llegar al buen final Miranda July saca todo su repertorio de propuestas al borde del ridículo: por citar algunos ejemplos del comienzo, la narración principal corre a cuenta del gato que tienen previsto recoger los protagonistas, Sophie y Jason, el fatídico día en que todo acabará por las responsabilidades que esta adopción conllevará en sus vidas. A raíz de esta reflexión ambos deciden salirse del camino establecido por sus vidas. ¿Cómo? Jason se hace vendedor de árboles para promover la lucha contra el cambio climático y Sophie inicia a hurtadillas una relación con otro hombre. Para contar todo esto la directora no recurre al lenguaje clásico de la comedia sino que viste un discurso serio con ribetes y purpurina que dan gracia y color desde el principio a una historia que perfila sus contornos demasiado tarde, desdibujándola. Las críticas al amaneramiento y la vacuidad de July se suman a las que inspira una historia atípica y efectista.

Con El futuro, Miranda July confirma, sin reconocerlo abiertamente, su posición como defensora del cine más ‘indie’, entendiendo como tal la máxima expresión del individuo. Estoy convencido de que pocas veces se pareció más una película a su autor, lo cual aporta más inconvenientes que ventajas: las críticas a la película son críticas más directas a su directora (y guionista y actriz principal] y, al mismo tiempo, la relegan a un limbo independiente en el que solo caben aquellos que valoren positivamente sus capacidades.

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