FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE XIXÓN 2016: CRÓNICA EXPRESS DE UNA VISITA BREVE
En el panorama de festivales de cine a nivel estatal, el Festival Internacional de Cine de Xixón tuvo, y tiene, su lugar reservado. Aunque desaparecido de las calles por la inexistente cantidade de carteles/posters/folletos que anunciaban tal evento, la ciudad parecía respirar cine cuando uno se acercaba a alguna de las sedes donde tenían lugar las proyecciones. Un servidor, escapando brevemente de Cineuropa, cogió carretera y se metió los kilómetros que unen Compostela con la ciudad asturiana para hace una breve, pero intensa, visita al festival. Hoy, de vuelta en mi casa y con la clásica resaca de los atracones de cine, puedo hacer balance de una edición irregular en la que dos películas gallegas se encontraban dentro de la Sección Oficial.
Destacar que la visita express no pudo empezar mejor, es decir: un plato de fabada y un cachopo. Confieso que ante el primer pase del festival, quizá la bomba calórica no era la más acertada pero siempre fui de seguir las costumbres como reza el conocido refrán. Dentro del panorama del festival, ese año menos extenso pues secciones como Convergencias desaparecieron (esperemos que vuelva en el 2017), destacaba, como ya lo lleva haciendo desde Cannes, Mimosas (Oliver Laxe, 2016). Poco más que añadir a lo que ya dijo Víctor Paz en su reseña en esta misma revista desde su primer pase, más que la gran mayoría de las conversaciones que escuché durante el FICX giraban alrededor de esta película. Pero es que a la expectación la seguía una sala abarrotada de un público entregado a un Oliver Laxe que sigue a confirmar que el éxito es merecido.
El festival abrió con Layla M (Mijke de Jong, 2016), cinta que intenta narrar la radicalización de una joven musulmana natural de Amsterdam desde una posición alejada, evitando juzgar lo que es evidente. El tema se repetiría en el certamen asturiano con la programación de Le Ciel Attendra (Marie-Castille Mention-Schaar, 2016), que también pone el foco sobre las jovenes francesas que son captadas por las redes de yihadistas que habitan internet. Si bien las diferencias entre las películas son grandes, la primera incide en la radicalización a través de un conocido y ante una situación social que provoca esta deriva personal, la segunda basta un contacto por Facebook para desatar una radicalización excesiva para una alumna brillante como se nos muestra al inicio del film; las dos películas muestran una interesante visión que excede el tema del yihadismo.
Durante los visionados me vino a la cabeza la polémica a raíz de aquellas declaraciones del político Alberto Garzón y la nulidad intelectual de algunos. A relación entre patriarcado y yihadismo parece evidente en las dos obras donde se dibuja, no solo una radicalización islámica, sino que se muestra como estes fundamentalistas anulan no solo la personalidad de las mujeres captadas sino también su cuerpo. En Le Ciel Attendra el yihadista le escribe a la protagonista “No quiero que mires a otro hombre. Te quiero solo para mi. Si le das la mano a otro hombre no me casaré contigo”. Por esto, las dos películas son interesantes en tanto a la lectura que se hace del sometimiento de la mujer a través de las acciones de los hombres, no en tanto a una radicalización que a veces peca de ingenua. La lectura en clave feminista de las películas muestra unos comportamientos que no son exclusivos de estos individuos, sino que se extienden en la sociedad occidental. Quizá, como a Garzón, ahora vengan a mi las críticas por hablar de heteropatriarcado en una película sobre la radicalización islámica, pero… la realidad está ahí, la querais ver o no; y solo si la vemos la podremos cambiar. Pero dejemos la concienciación política y prosigamos.
También en Sección Oficial se encontraba Smrt u Sarajevu (Hotel Europa, Danis Tanović, 2016), donde el director bosnio adaptaba la obra de teatro de Bernard-Henri Lévy ‘Hotel Europa’. En apenas 85 minutos, entreteje diferentes historias para mostrar un contexto social y político marcado por el centenario del asesinato del Archiduque Francisco Ferdinand, hecho que marcó el inicio de la I Guerra Mundial. En el sótano, una especie de mafia que ayuda al director a mantener a sus trabajadores lejos de la idea de manifestarse en un día como éste; en la recepción, un ‘invitado del presidente’ hace el check-in antes de marcharse a su habitación a practicar en bucle el discurso que posteriormente tendrá que dar en una efeméride como la del día; en la azotea, un programa de televisión entrevista a diversos personajes sobre este hecho histórico y su repercusión en la posterior historia. Aprovechando todo esto, el director va dejando caer ideas muy interesantes como las que se escuchan en ese discurso en bucle sobre la muerte de Europa: “Europa murió en 1914 en Sarajevo, en el 1936 en España, en los años cuarenta en Auschwitz, y después de nuevo en Yugoslavia… ¿por qué nos empeñamos en revivir algo que muere continuamente?”. Pero las ideas que llenan la película, por estar articuladas todas en diálogos entre los personajes, acaban por saturar y sacar al espectador de la pelíucla demanando alguna pausa entre tanta densidad discursiva. Pero, como el Hotel Europa, que actúa como unidad espacial en la película, es imposible deshacerse de la palabra que llena todas y cada una de las estancias de este hotel.
También reflexionando sobre la historia, en este caso sobre el Holocausto, Paradise (Andrei Konchalovskiy, 2016) intenta recrear el juicio divino de aquellos que formaron parte de uno de los episodios más vergonzosos de la humanidad. Con una estética sobria en blanco y negro, la película se centra en un francés que colabora con el III Reich, una aristócrata rusa que trabaja para la Resistencia, y un aristócrata alemán que busca en las SS la forma de transformarse en un übermensch. Lo que podría ser una película interesante, y que además viene refrendada por festivales como el de Venecia, acaba por ser un visionado incómodo por el extraño tufillo que apesta a condescendencia de cara a los nazis. No digo con esto que el director sexa filonazi ni nada semejante, sino que no existe ningún tipo de juicio para sus personajes a los que dibuja como simples personas que ríen, beben y se enamoran… mientras por la ventana entra el olor del crematorio. Una visión un tanto peligrosa.
Migas de Pan (Manane Rodríguez, 2016), por el contrario, muestra una visión desconocida, al menos personalmente, de una dictadura sanguinaria ocmo la de Uruguay. La cinta se centra en su protagonista, Liliana (Cecilia Roth en su versión adulta, Justina Busto en la joven), mujer revolucionaria que sufre las torturas de los militares uruguayos cuando comienzan una caza de brujas y que paga, no solo con la prisión sino con la pérdida de la custodia de su hijo pequeño su lucha por la lubertad. Una doble lucha que comienza durante la dictadura, donde las mujeres, protagonistas en esta película, soportan torturas, violaciones y humillaciones de los mandos militares (hombres) mientras que tratan no romperse, más, emocionalmenete; y que prosigue, ya en la democracia, cuando de nuevo tienen que luchar contra un silencio que, en boca de algunos hombres, incluído su hijo arrebatado por el régimen, repiten aquello de “remover el pasado no soluciona nada”. Técnicamente puede parecer que el trabajo de Diego Romero Suárez-Llanos, director de foto de películas espectaculares a nivel visual como Stop the Pounding Heart (Roberto Minervini, 2013) o The Other Side (Roberto Minervini, 2015) está desaprovechado, pero no es la estética lo que aquí importa, sino el mensaje. Un mensaje que grita no permanecer callados y proseguir en las denuncias que de lo que se ha perpetrado en los regimenes dictatoriales: quizá una lección que en España aún no se aprendió.
Otra película gallega que se presentaba en el FICX era Sicixia (Ignacio Vilar, 2016). Sexto filme de un director que saltó a la palestra con su visión de A Esmorga (2014), y que de esta vez apuesta por una experimentación errática e irregular. Partiendo del trabajo del protagonista, Xiao, ingeniero de sonido, a lo largo de la Costa da Morte, Vilar busca retratar el emblemático espacio a través del sonico. Como si se tratase de una mezcla de trabajos anteriores, cito, por ejemplo, Costa da Morte (Lois Patiño, 2013) o Las Altas Presiones (Ángel Santos, 2014), Sicixia no es nada nuevo. De hecho, al que escribe estas líneas, la película le suscita muchas preguntas. Para empezar, la elección de las localización. Como una postal turística la película nos lleva desde una cocina donde se preparan unas navajas hasta el lugar donde Man de Camelle murió de pena al hundirse el Prestige, sin olvidar la clásica visita al Monte Pindo. Es esta la magia de la Costa da Morte o es un recorrido hecho con Tripadvisor? Además, ¿por qué las secuencias de sexo están filmadas en planos cortos pero la secuencia de maltrato machista tiene lugar con la cámara alejada? Finalmente, y para no ensañarme, ¿dónde quedan esos bares donde, nada más entrar, la gente canta el “Pousa, pousa, pousa”?
Y me explicó después de estas cuestiones que me surgen. Creo que es necesario analizar esta visión de Galicia porque incide en los tópicos que criticamos cuando son los de fuera los que nos graban. Porque, aunque la lengua está hermosamente cuidada, al contrario que en Costa da Morte, por seguir con los mismos ejemplos; la identidad gallega no es tomar vinos, echar unas ‘cantigas’ en el bar, e ir a la aldea a tener escarceos amorosos. La visión que aquí aparece reflejada es la que queremos evitar, o al menos la que yo quiero evitar. Por eso la crítica dura contra Sicixia. Porque, si bien es cierto que la premisa narrativa me parece excepcional, la consecución de la misma me parece muy, muy desafortunada. Pero, quien firma esto es una persona con mucha autocrítica y crítica, por eso quizás todo esto solo lo vean mis ojos.
Para acabar, la joya, el regalo de esta 54 edición del Festival Internacional de Cine de Xixón. Confieso que fue una decisión impulsiva de último momento, y confieso que escogí esta película por encima de The Birth of a Nation (Nate Parker, 2016); confieso también que no me arrepiento. Zombies, coreanos y un tren. La combinación de Busanhaeng (Train to Busan, Yeon-Sang-ho, 2016) no puede ser mejor. A través de dos horas, la tensión no deja de ascender hasta explotar en un hermoso y sutil plano. Donde uno cree que solo va a encontrar una historia de zombies, infecciones, etc., empieza a ver un retrato social donde solo los hijos de puta sobreviven (¡y cuanto!), donde la familia es algo que se puede romper si no se cuida, y donde el bien común parece ser más importante que seguir siendo humanos. Me gustaría escribir líneas y líneas sobre esta película pero creo que es mejor ir a la sala de cine y entregarse a ella. Y, creedme, no os arrepentireis. Train to Busan es una de las películas del año, una obra que usa los clixés del género a su favor, una magistralidad visual que solo puede ser disfrutada en pantalla grande. Si tengo que escoger una película del festival, sin dudarlo, escojo este.