Los reyes del mundo, de Laura Mora

Los reyes del mundo, de Laura Mora

Un trono de ladrillo

A los individuos nos corresponde indignarnos; a los gobiernos reflexionar y actuar”, con esta frase de Michel Foucault comenzaba a hilar la directora colombiana Laura Mora su primer largometraje, Matar a Jesús (2017), para sumergirnos en una obra cruda e injusta, pero contada desde un punto de vista acomodado, desde las clases que tenían el privilegio de pensar. En Los reyes del mundo (2022) vuelve con la fuerza de la cámara en mano, de los planos cerrados y los encuadres incómodos. Con la muerte muda fuera de la pantalla. Esta vez desde la mirada contraria, atendiendo a la población que para conseguir reivindicar su estado de derecho, se ve forzada a indignarse sin que ningún gobierno haya pensado en actuar por su bien.

La obra ganadora de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián de 2022 pone en valor los procesos poéticos, revitaliza la imagen frente a la palabra y remarca las alegorías del trayecto hacia la libertad prometida. Mediante una premisa sencilla y un lenguaje próximo al neorrealismo italiano, Laura Mora nos guía por un mundo difícil con un objetivo cubierto por la niebla del desconocimiento, por el caótico viaje de cinco jóvenes sin miedo a los peligros de un camino hostil y con la fe ciega en recuperar una propiedad en herencia.

En ocasiones, y quizás por la distancia de la mirada occidental, las actuaciones no son solo naturales, sino que cuesta desviar la cuestión documental de la proyección. Por lo que, de igual manera que habría hecho la directora desde su mirada privilegiada con estudios y formación extranjera, debemos tirar nuestra mochila de perspectivas europeas para meternos de lleno en los diferentes escenarios de Colombia. Desde las caóticas calles de Medellín, donde viven los cinco protagonistas, hasta la frondosidad de una selva que no sabemos si conocen; un viaje por carretera con la tensión constante del peligro inminente, incluso en los lugares que ingenuamente, tanto los protagonistas cómo nosotros, entendemos seguros. Con todo, la película habla de la inquietud de la libertad a través del hogar, de la calma. Una calma que pensamos que se encontrará en unas tierras prometidas por el gobierno, pero que fueron encontrando poco a poco por el camino.

Los reyes del mundo, de Laura Mora

Esta mirada extraordinaria de la libertad a través de la calma del hogar y plasmada como alegoría en forma de caballo blanco que baila entre lo real y lo onírico, nos la dejan entrever en puntos concretos del largometraje, que rompen con los paradigmas de lo que debería ser seguro. Principalmente, porque las diferentes paradas de los protagonistas se mueven entre la dualidad de la seguridad y el peligro. El club de alterne en medio de la montaña, que debería ser un espacio peligroso para un grupo de jóvenes, se convierte en un sitio de seguridad y cuidados donde los abastecen de comida, baño y, sobre todo, cariño; mientras que una parada en una estación de servicio se convierte en un lugar de miradas furtivas y sensación de ostracismo, el verdadero enemigo es el poder de las clases privilegiadas, representadas en hombres con sombrero de vaquero. 

Durante todo el filme se reafirman las clases marginales como el lugar donde nace la red de cuidados. Más allá de la técnica de la obra o de una historia que atrape, la idea principal la repiten los personajes: huir de la humillación y de la invisibilidad. Pese a ser una pieza mucho más poética que la de 2017, Laura Mora consigue acercarnos factores humanos que con palabras solo se describen superficialmente. ¿Cómo explicas el valor familiar de 5 amigos sin lazos de sangre? Con miradas, silencios y un lenguaje íntimo y sentimental que hace que nos perdamos en la sonoridad del español del país latinoamericano. Se refuerza todo esto con la huida del conflicto, pese a que nos asalte la idea de la violencia por elementos como los machetes, heridas y cicatrices de una vida que los empujaba a sobrevivir como fuera necesario. Compartir los calambres de un pastor eléctrico para sentirse vivos o despreocuparse del mundo exterior tomando una pastilla que los acerca a su mundo interior, son procesos necesarios en esta road movie con destino concreto pero con paradas inciertas.

A partir de esta incertidumbre también se desarrolla la obra. Al igual que mencionamos la mirada documental a través de las actuaciones, también nos dejamos llevar por esa sensación cuando nos atrapan los escenarios con imágenes abiertas y panorámicas naturales de bosques, ríos, edificaciones populares y sensibilidad por el clima de cada escena, gracias a un sonido cuidado. Sin embargo, toda esta visión semi-documental se mezcla con las alegorías del caballo o el árbol en la niebla, dando pie a interpretaciones mucho más personales de las que no tenemos explicación directa. Puntos concretos donde la imagen y su continuación no tienen seguimiento lógico y que nos hacen pensar que no estamos viendo la realidad. Quizás bebiendo del realismo mágico o atendiendo a una frase que enmarca parte de la película: “En un mundo perfecto mío, el que no quiera, no existe”. Una casa inhabitable con dos personas viviendo en ella, el caballo blanco como elemento del mundo real o un personaje que dábamos por desaparecido. Todo nos indica que existe un cambio de lenguaje que ciertamente agradecemos, no solo porque exista, sino porque valoramos la interpretación abierta a partir de elementos casi imperceptibles del estilo visual y técnico.

La cineasta colombiana no solo avanza en la búsqueda de la realidad social del país a través de una perspectiva mucho más crítica que en su anterior obra. Ataca las ideas que se esconden tras la mirada clasista y racista de una sociedad privilegiada y nos acerca los valores de las personas eclipsadas por los prejuicios. Además, indaga en la búsqueda de un sello propio repitiendo recursos (como en las escenas urbanas) y añade visiones renovadas de calidad y sensibilidad a la hora de mostrarnos su tierra natal. En algunos aspectos, bebiendo del duro realismo de obras como Cidade de deus (2002), de Fernando Meirelles y Kátia Lund, y reafirmando los diferentes mundos. De nuevo, justificando nuestra visión occidentalizada, este crítico la siente como una pieza que atiende a la cultura de su lugar de origen, otorgándonos la posibilidad de acercarnos a espacios y emociones desconocidas.

Los reyes del mundo, de Laura Mora

Comments
One Response to “Los reyes del mundo, de Laura Mora”
  1. Anónimo dice:

    Moi bonita a linguaxe coa que esta crítica nos propón a visón da película. Sorprende a sensibilidade á hora de suxerir desprendernos da nosa mirada europea, primeiro mundista, e agradécese esa guía por imaxes simbólicas que moitas veces as espectadoras non afeitas intentamos descifrar sen éxito.