FOTOCOPIAS SIN BRILLO

CORTOMETRAJES EN LA SEMANA DE LA CRÍTICA DE CANNES

Si consideramos Cannes la gran cita cinéfila anual para tomarle el pulso a las tendencias cinematográficas de la temporada, los cortos presentados en la Semana de la Crítica el pasado mayo no pueden ser tomados más que como copias torpes de lo que acontece en las secciones de largos. La selección de este 2011 evidencia que, para la mayor parte de los directores, el formato breve sigue siendo una excusa para el aprendizaje y experimentación de sus marcas autorales.

Y normalmente, estas huellas se trabajan desde lo que se toma de prestado a otros. Lee Chang-dong, Hong Sang-soo, Robert Rodríguez, Frederick Wiseman (o el documental observacional en general) y Darren Aronofsky (o los patrones indie de Sundance en particular) son sólo algunas de las referencias evidentes que se aprecian en los filmes elegidos este año.

La única pieza que logra trascender esta repetición de fotocopias sin brillo de unos lujosos originales es Dimanches, de Valéry Rosier, justamente reconocida por el jurado como la “revelación” del certamen. Bellamente fotografiada, con un excelente ritmo, sentido de la composición, y una inusual capacidad para describir espacios y tipos; este corto se mofa con un elegante sarcasmo de las rutinas del día a día, del mecánico de nuestros poco reflexivos actos en el trabajo o en las tareas más habituales, y de la estupidez y patetismo de muchos usos y costumbres de la sociedad contemporánea.

Lo hace con una consecución de planos-secuencia, cámara fija, y registro de documental observacional, pero puesta en escena claramente ficcionada. Decir que rompe los géneros a estas alturas es ridículo. Más bien se ríe de la tendencia a evidenciarlo.

Seguramente, no habrá muchos críticos que compartan el entusiasmo del jurado hacia Blue, de Stephen Kang, premiada como mejor corto. Una antigua estrella de la televisión, un muñeco azul de esos de programas para niños, estilo Barrio Sésamo, se ve obligado a trabajar en un cutre restaurante de comida rápida, de los que reutilizan el aceite hasta su evaporación.

Rodada con oficio, pero sin gracia, y una paleta de colores sacada directamente de Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010); la película se queda en eso, en la mitad de un original que, ya de por sí, era un calco de los pro-Sundance que manufacturan productos indie cada año, con otros parámetros distintos a los de Hollywood, pero resultados tan poco estimulantes como los de la política de las majors.

La metáfora del muñeco como símbolo de la inmigración, del ‘otro’, de la soledad y de la fama, provoca más bien risas no intencionadas. La elección del restaurante es genial, claro. Blue es como ese aceite reutilizado que causa indigestión.

La metáfora del muñeco como símbolo de la inmigración en 'Blue', de Stephen Kang, provoca más bien risas no intencionadas

La metáfora del muñeco como símbolo de la inmigración en 'Blue', de Stephen Kang, provoca más bien risas no intencionadas. Esta pieza obtuvo el premio al mejor cortometraje en la Semana de la Crítica

Sin entrar en detalles, los demás cortos siguen patrones semejantes. Copian, mejor en algunos casos, peor en otros. Marcadamente exploitation en la forma, y con guiños también al Gus van Sant de Paranoid Park; Junior, de Julia Ducornau, se queda a medio camino entre una peli de zombis de Robert Rodríguez y la transformación fantástica como metáfora de los cambios producidos en la adolescencia. Exploración de la identidad a través de la figura del monstruo, el filme le debe mucho al cómic de Charles Burns Blackhole, aunque como referentes visuales use más a La mosca de Cronenberg o al Cisne negro de Aronofsky.

Hay otros ejemplos de fotocopias que se dejan ver en la selección. In Front of the House, de Lee Tae-Ho, cuenta con un excelente actor principal, que otorga al conjunto un exquisito humor. Un conjunto, que por otra parte, es la versión pobre de Lee Chang-dong y Hong Sang-soo.

La versión, no pobre, sino nefasta, de la crueldad destilada en los filmes de Kim Ki-duk y Park Chan-wok, la encontramos en Finis Operis, de Byoung-gon Moon. Torpe relato del suicidio de un viejecito solitario, el corto tiene un afán estetizante de la violencia que no le sienta nada bien.

Es una broma de mal gusto casi tan macabra como la de los programadores al elegir La inviolabilidad del domicilio se basa en el hombre que aparece empuñando un hacha en la puerta de su casa. Poco más y ya me paso de caracteres. Plano fijo de un frío asesinato, parece rodado así sin ningún criterio estético y por pereza. Lo mismo dice Woody Allen de sus planos-secuencia, solo que aquí va en serio.

Podríamos seguir con algún ejemplo más, pero en resumen, esta selección evidencia que la mirada de los nuevos creadores está viciada. Desembarazarse de los referentes, matar al padre, es una tarea tan difícil como necesaria, pues el verdadero autor es aquel que no se parece a nada o, más bien, el que, aún pareciéndose, no copia la memoria del cine; la evoca. Que tomen nota para el año que viene.

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