LA VIE D’ADÈLE, de Abdellatif Kechiche

Quinto largometraje del cineasta franco-tunecino Abdellatif Kechiche, La vie d’Adèle (2013) está basada en el cómic Le bleu est une couleur chaude de la dibujante francesa Julie Maroh (2010). Sin embargo, el director sólo toma del relato lo que le interesa, dirigiendo su atención hacia algo completamente diferente: desecha la militancia homosexual del original para centrarse exclusivamente en el despertar sexual de Adèle –Clementine en el cómic– y en sus balbuceos y progresos hacia la edad adulta.

Receptora por igual de aplausos y de críticas feroces, la película -ganadora de la Palma de Oro en Cannes– se ha visto envuelta en la polémica tanto por la inclusión de diversas escenas de sexo explícito entre las actrices protagonistas, como por el rodaje tiránico al que Kechiche sometió a su equipo técnico y artístico: las propias protagonistas Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux se han pronunciado abiertamente al respecto, asegurando que no desean volver a trabajar con él. Asimismo se ha hecho alusión al prolongado y agotador rodaje de los encuentros sexuales, donde denuncian el morbo del cineasta.

Éste es uno de los puntos más espinosos de la cinta y, en cierto modo, podemos entender las reticencias de las intérpretes y de un sector de la crítica. Por una parte, porque a la primera práctica heterosexual de Adèle se le otorga un espacio casi anecdótico en el que la cámara no busca el reflejo de las emociones de la joven como, sí lo hace obsesivamente cuando retrata la relación carnal entre Emma y Adèle, mientras que la segunda se narra fuera de campo. Por otro lado, porque el énfasis y la reiteración terminan incurriendo en un cierto voyeurismo, de mirada masculina, que va más allá de la búsqueda exhaustiva de la representación de la pasión sobre la que se construye la relación entre ambas.

A favor de Abdellatif Kechiche hemos de decir que, en ningún momento, dichas secuencias incurren en el cliché o en lo burdo. En Le bleu est une couleur chaude ya encontrábamos varios episodios de esta índole, con la única diferencia de que en el film se convierten en el motor de la relación y en el original no. La vie d’Adèle busca, ante todo, la plasmación visual de la belleza a través del tacto, de la mirada y de los silencios, algo que se traduce en imágenes explícitas pero no vulgares. No fue éste el caso, por ejemplo, de la fallida Map of the sounds of Tokyo (Isabel Coixet, 2009), en la que sus escenas de sexo carecían de la sensibilidad narrativa y estética a las que la directora nos tenía acostumbrados.

Un retrato sobre la imperfecta naturaleza humana

Kechiche no se detiene, sin embargo, en la erótica, sino que ésta le sirve sobre todo para matizar su discurso, nada más. Su ambición es mucho mayor y los resultados son sobrecogedores. Con un método que se sostiene por completo en el trabajo del elenco, La vie d’Adèle subraya la apabullante capacidad de Kechiche para gestionar emociones ante la cámara. Esto no implica que los encuadres estén carentes de belleza, sino que es a partir de la expresividad de sus actrices de donde se extrae la materia prima para la composición visual. Al director le gusta acercarse al rostro de sus intérpretes y se inclina por otorgar protagonismo a la mirada, una mirada que revela tanto la forma de percibir el mundo de Adèle y de Emma, como su forma de aprehenderlo. Ésta es una de las grandes obsesiones del metraje y uno de los grandes aciertos que encontramos, aunque para obtener tales resultados Exarchopoulos y Seydoux tuvieran que repetir hasta la extenuación ciertas escenas: la del primer encuentro, por ejemplo, contó con más de cien tomas.

Aquí, en la profundización en la relación amorosa y en las contradicciones humanas, se inicia la ruptura con la fuente original. El dibujo de las personalidades es mucho más rico en matices y sólo se puede acusar a Kechiche por la laxitud y el abandono de los personajes secundarios que ayudan u obstruyen el desarrollo de la personalidad de Adèle, algo que sí aparece en la versión de Maroh. Es flagrante la desaparición del círculo de amistades de la joven; tras el primer encontronazo en el instituto con su sexualidad, todos ellos se volatilizan y el acento se pone en la manera en la que ella se relaciona con la comunidad artística de Emma. Con todo, la igualmente inexplicable evaporación de sus padres es la más sorprendente y errónea; si lo que se busca es plasmar la evolución de una adolescente hacia la vida adulta, es conveniente abarcar, aunque sea de forma fugaz, los diversos aspectos que la configuran. El motivo que puede haber llevado a tal decisión es indiscutiblemente la longitud de la película, con sus casi tres horas de duración, pero como justificación es endeble. Su ausencia no resta dramatismo, veracidad o intensidad a la narración, pero sí hace que la complejidad pierda su dimensión poliédrica.

Estas críticas no deben conducir al error de pensar que nos encontramos ante una película descartable. La vie d’Adèle es apasionante, sensible, reflexiva, hermosa y desgarradora. Los recursos narrativos están diseminados con inteligencia, cada mirada está planificada al milímetro y las actuaciones resultan soberbias. No debemos olvidar que nos encontramos ante un relato construido por y para los personajes, donde se juega de forma magistral con la confrontación de las diferentes formas de entender la vida y el trabajo de las integrantes de la pareja: una desde la intelectualidad y otra desde el pragmatismo, con todo el juego narrativo que esta diferenciación implica. Abdellatif Kechiche nos regala un retrato sobre la imperfecta naturaleza humana, con sus contradicciones y aciertos.

Al igual que en la trilogía que Richard Linklater comenzó con Before Sunrise (1995), Kechiche no descarta retomar a sus personajes dentro de diez años. Probablemente, en este caso, con un halo de amargura mucho más intenso. Esperemos que, para entonces, director y actrices hayan logrado olvidar sus desavenencias. 

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