Curtocircuíto 2021: Radar, el cine más narrativo, que no convencional

Un año más, el festival Curtocircuíto reunió una buena selección del cine mundial más a la vanguardia en su competición internacional. Radar es la sección para aquellas propuestas, como bien se encargaba en anunciar el programador Brais Romero al inicio de cada pase, que entran más en el “cine narrativo, que no convencional”. Una buena forma de definir, por ejemplo, los dos filmes ganadores.

Al motociclista no le cabe la felicidad en el traje (Gabriel Herrera, 2021) es una juguetona pieza que mezcla tradición y modernidad en torno a un grupo de moteros reunidos en una selva. Rodada en un formato marcadamente vertical, propio de un teléfono móvil, la cinta contrapone una estética inspirada en el folclore mexicano con las luces de neón que los protagonistas enseñan en torno a sus motos. Estas bestias, en un sentido casi literal, junto con las poses fachendosas de los retratados, recuerdan a las conductas de los conquistadores españoles en América. Así, de una manera tan performativa como lúdica, haciendo siempre partícipes a estos chicos del proceso creativo, retratándolos con respeto y sorna por igual, la película se siente libre, jovial y, como especificaron los miembros del jurado en el palmarés, vulnerable. En efecto, Herrera no tiene miedo a la experimentación ni al ridículo, probando que es un cineasta con ideas, más allá de que la ejecución pueda ser más o menos irregular. Estos son los filmes que hay que premiar, los que proponen nuevos caminos sin preocuparse de alcanzar una perfección mal entendida.

Otro cineasta joven que hace gala de un rigor formal exquisito es el vietnamita Phạm Ngọc Lân, que se llevó la mención del jurado por El río invisible (Giòng Sông Không Nhìn Thấy, 2020). El proyecto parte de una antología de cortos, Mekong 2030, que imagina el futuro del río desde diferentes perspectivas culturales. Esta es claramente desde el budismo. Una pareja joven se dirige a un templo en busca de una cura para el insomnio, otra más vieja se reencuentra años después de su separación a orillas del río. ¿Son la misma en tiempos diferentes? La naturaleza del amor, el paso del tempo y la espiritualidad son evocados con acusado tono lírico en un trabajo que recuerda a Apichatpong Weerasethakul en su vertiente más religiosa, que tiene cierto ritmo y estética parecida al primer Hou Hsiao-Hsien y que duele en su romanticismo como el Wong Kar-Wai más contenido. Sobra decir, con estas referencias, que me pareció un filme excelso. Quizás los programadores decidieron programarlas seguidas, en la misma sesión, por el contraste entre tradición y modernidad que ambas piezas presentan. Las comparaciones se acaban ahí, pero de alguna manera iban bien juntas.

La tercera en esa sesión era Lo que probablemente habría pasado si no me hubiera quedado en casa (Was wahrscheinlich passiert wäre, wäre ich nicht zuhause geblieben, 2020), con un Willy Hans que repetía tras su presencia en el festival con la serie Das satanische Dickicht (2014-2017). El estilo no dista mucho del de aquellos cortos fantásticos, pero es más radical si cabe. Calificar este experimento de narrativo sería pasarse, digamos que es representacional y no abstracto. Su director la definió como una “pieza de cámara”, en la que cinco personajes disertan sobre diversas cuestiones, aparentemente tan profundas como la materia oscura, mientras en el exterior se anuncia una violencia urbana extrema. Primerísimos primeros planos inusitados, perspectivas imposibles, movimientos de cámara epatantes, ruidismo musical… Todo parece posible en esta bizarrada cool, de una elegancia tan evidente como actitud punk considerable. Hablamos, de nuevo, de un filme de contrastes, que podría leerse como una parodia de cierta tradición de cine vanguardista, identificable por ejemplo en los primeros años de la obra de Philippe Garrel, por citar el primer nombre que Hans me evoca. Estas tres piezas de esta sesión constituyeron para mí el punto álgido del festival, concuerdo por completo con el jurado, pero todavía hay varios nombres interesantes que rescatar de Radar.

Formas alternativas de la no ficción

Un interés claro de Pela del Álamo desde que se hiciera cargo del certamen ya en 2013 ha sido el cine documental. Hay muestras en 2021 de que éste sigue gozando de buena salud en Curtocircuíto. La más evidente es Quattro Strade (2021), con la que Alice Rohrwacher se confirma como la gran retratista del rural italiano en la actualidad. Se trata de un ejercicio tan sencillo como el siguiente: durante la pandemia, la realizadora quiere conocer a sus vecinos, toma las cuatro carreteras (coincidentes con los puntos cardinales) que conducen a las casas más próximas y sale en su busca con una vieja cámara de 16mm en mano y unos pocos rollos de película caducada. Y los filma, habla con ellos, y eso es todo. Apenas añade algún breve comentario en off. De una pureza, una elegancia y un lirismo impresionantes. Uno de los grandes filmes de 2021 para servidor.

En la misma línea conviene también destacar Sol de Campinas (2021), de Jessica Sarah Rinland, foco del festival en 2018; y Patrick (2020), del británico Luke Fowler, aunque hablemos de retratos más elusivos. El primero se centra en una explotación arqueológica en el estado de Acre (Brasil) y diría que los rostros que se ven en el filme – si es que hay alguno – son de pasada. El interés de Rinland es documentar las tareas de excavación y catalogación que siguen estos profesionales, con una claridad bressoniana. Y nada más, y es bastante.

Igualmente, el filme de Fowler es también de arqueólogo, en este caso un excavador de imágenes que evocan la vida del que fue uno de los máximos exponentes de la escena musical electrónica de San Francisco en los años ochenta: Patrick Cowley. Fowler se pregunta: ¿cómo retratamos a una persona que lleva muerta treinta años? No puede representarse, habrá por lo tanto que buscar esos objetos y lugares que hablan por ella. Y eso hace, filma en los sitios donde trabajó y vivió, registra sus documentos de trabajo… Y sí, hay una voz en off de un par de entrevistas, pero nada de cabezas cortadas. Cuando empieza el filme, uno se pregunta si está ante un ejercicio vanguardista de corte pictórico. Cuando acaba, sale con la sensación de haber conocido a Cowley. Es Patrick una propuesta tan didáctica como original y estimulante.

Iconoclastas del fantástico

En un terreno intermedio entre el documental y el fantástico, también lo performativo, figura lo último de Marie Losier, Taxidermisez-moi (2021). En este lúdico y onírico filme llama a algunos colegas para que se vistan de animales y los pone a posar ante muros estampados con motivos naturales, en una aproximación claramente irónica hacia el lugar que retrata, el Museo de la Caza y la Naturaleza de París. Visto que es un encargo, no sé si volverán a llamarla.

Otro enfant terrible de Francia es Bertrand Mandico, habitual del festival, que tuvo su propio ciclo en 2018. Dead Flash (2021) es Mandico en estado puro. Tres historias con diferentes juegos de pantalla partida y diversa iconografía de marcado corte erótico, como si sus personajes estuviesen sacados de las páginas de Metal Hurlant, esa revista de cómic que revolucionó el género sci-fi y fantástico en los setenta. Una propuesta muy lúdica y metacinematográfica en la que Mandico se coloca en el diván para hacer autoanálisis de su obra.

Cerraremos esta mención al fantastique con Guy Maddin y su The Rabbit Hunters (2020), la nota discordante en este carrusel de alabanzas. Mucho me temo que desde que se alió con los artistas visuales Evan y Galen Johnson, el cine del canadiense ha dejado de atraerme. Aquí pone a Isabella Rossellini a interpretar a un director de cine de aspecto andrógino, que experimenta un sueño en el que intenta reunirse con su amada, pero surgen una serie de obstáculos. Es sabido que Maddin siempre ha estado interesado en replicar la estética del cine silente con técnicas nuevas, pero la introducción de efectos visuales con CGI – obra de los Johnson – para recrear escenarios, que parecieran sacados (intencionadamente) de un espectáculo de feria cutre, emparenta más estas últimas piezas de los artistas con un Sky Captain and the World of Tomorrow (Kerry Conran, 2004), que con las evocadoras y elegantes piezas do Maddin de los inicios.

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