DJANGO UNCHAINED, de Quentin Tarantino
Que Quentin Tarantino es un director controvertido es un hecho indiscutible. Amado y odiado a partes iguales, su carrera está marcada por su cinefilia y por su gusto por el cine de culto, su capacidad para rescatar viejas glorias, sus narrativas violentas y un sentido del humor gamberro, hiriente y mordaz.
En una filmografía tan coherente como llena de matices, la característica más visible de la obra de Tarantino es su habilidad para abordar un género y rendirle tributo a través de una reformulación tan personalísima como reconocible. Si para Inglourious Basterds (2009), el cineasta bebió de los códigos del cine bélico, en concreto de su variante Macaroni Combat, con Django Unchained (2012) nos ha traslado a las localizaciones del Spaghetti Western italiano de los años sesenta. Tarantino, sin embargo, no permanece en la superficie y hace un producto híbrido en el que enmarca al pistolero en busca de venganza en un cuadro revisionista de la historia de los Estados Unidos. En el propio título de la película ya se percibe esta dualidad cuando Tarantino aúna la tipografía roja del western clásico en ‘Django’ con otra blanca, sobria y aséptica para ‘Unchained’, y contrapone ambas a un desierto del lejano Oeste por el que deambula un grupo de esclavos negros cuyas espaldas están destrozadas por los latigazos. Con esta sutil presentación, que casi pasa desapercibida, Tarantino demuestra en un solo plano su pericia como cineasta y resume la línea maestra de su propuesta: la de contar un relato sobre la esclavitud en Estados Unidos, usando las reglas y maneras del western clásico.
La táctica no es nueva, de hecho ya en Inglourious Basterds ofrecía un relato histórico alternativo que concluía con el hilarante asesinato de Adolf Hitler, y aquí lo lleva un paso más allá. Por un lado, porque satirizar uno de los episodios más oscuros de la historia de su país -sin incurrir en el mal gusto- es un ejercicio harto complejo y peligroso y, por otro, porque las películas estadounidenses que habían narrado estos acontecimientos lo habían hecho desde la perspectiva del calvario –incluida la reciente 12 Years a Slave (Steve McQueen, 2013). Con esto no se quiere decir que Tarantino no recurra en Django Unchained a estos argumentos, sino que los disemina estratégicamente con la intención de dar un giro radical a un discurso en el que la víctima se despoja de sus cadenas y se convierte en ejecutor de sus verdugos.
Además de para hacer ‘justicia histórica’, la argucia le sirve de excusa para reflexionar sobre la estupidez humana, la crueldad, la soberbia, la parálisis emocional, el colaboracionismo o el sinsentido de muchas prácticas atroces. La lista de secuencias en las que Tarantino introduce estos subtextos es interminable pero se puede condensar en tres. La primera de ellas, quizá una de las más absurdas y brillantes de la película, es la consagrada al retrato ordinario de un grupo amateur del Ku Klux Klan, que se enfrasca en una discusión por la descuidada confección de sus máscaras. La escena puede parecer trivial pero encierra toda una disertación sobre el germen de lo deleznable en su faceta más cotidiana y vacua digna de aplauso. La segunda se corresponde con la larga secuencia de la cena en Candyland, en donde el esclavo principal de la mansión –encarnado por Samuel L. Jackson- se perfila más miserable y despiadado que su amo, mientras que éste –un magnífico Leonardo DiCaprio- es presentado como un pobre idiota al que no se le ha arrebatado el poder porque nadie ha osado hacerlo. En uno de los momentos más incómodos e interesantes de Django Unchained, Tarantino se sirve de este peculiar tándem siervo-amo para interrogarse sobre los mecanismos que perpetúan la esclavitud y la miseria en lugar de provocar la insumisión. La tercera secuencia nos lleva a la preparación y entrega de los papeles que liberan a Broomhilda de la esclavitud, donde el director hace una magistral combinación de música clásica, montaje paralelo y batalla verbal para culminar en ese sublime “I couldn’t resist” de Christoph Waltz, en el que se resume todo el trasunto de la cinematografía de Quentin Tarantino y su posicionamiento frente a la barbarie histórica.
Personajes y referentes
Con el paso del tiempo, Quentin Tarantino ha demostrado sobradamente que, más allá de su versatilidad para la puesta en escena y sus estilizados tributos, una de las grandes cualidades de su cine es la construcción de sus personajes: una galería de marginados, extraños y variopintos caracteres a las que el director norteamericano ha dotado de consistencia, por muy extremos que pudieran ser sus planteamientos de base.
Uno de los más emblemáticos de su trayectoria ha sido el que propuso a Christoph Waltz para Inglourious Basterds: el del infame e hipnótico Coronel Hans Landa, que se convirtió en protagonista de una de las mejores secuencias de apertura de la historia del cine. La química entre los dos artistas quedó patente y para Django Unchained, Tarantino ha vuelto a regalar al actor austriaco un personaje juguetón, provisto de conflictos éticos, reflexiones filosóficas, carga ideológica y aseveraciones contundentes. Jamie Foxx reconocía en una rueda de prensa que Tarantino escribe unos diálogos que sólo tienen cabida si los pronuncia Christoph Waltz y, quien suscribe, no puede estar más de acuerdo. No es sólo por su capacidad mimética, su don natural para la comedia negra y su versatilidad, sino también porque, irónicamente, el único extranjero será el encargado de establecer todos los juegos lingüísticos de la propuesta con excelentes resultados.
A su lado se sitúa a Django, protagonista de la película y fuente de ese homenaje al Spaghetti Western que mencionábamos al comenzar nuestro texto. La primera y más obvia alusión a este es la del propio nombre del personaje de Foxx, extraído de uno de los clásicos del género de nombre homónimo, Django (Sergio Corbucci, 1966). Este film es uno de los westerns favoritos de Tarantino y de él toma prestados recursos formales –como los zooms, los reencuadres o los cortes abruptos de sonido)–, temáticos –la canción principal de la banda sonora, la reunión del KKK, el castigo corporal al personaje femenino- y presencias actorales –el primer Django de todos: Franco Nero. No obstante, Corbucci no será el único sujeto de su reformulación, sino que le debe a otro Sergio, el magnífico Sergio Leone, buena parte de su estilismo visual.
Homenaje sincero, reformulación audaz e híbrido, Django Unchained es, en definitiva, una de las propuestas más atrevidas, irreverentes, y originales sobre la esclavitud –con el perdón de Steve McQueen. Violenta, intensa, emotiva e hilarante, al largometraje más reciente de Quentin Tarantino sólo se le pueden reprochar la inserción de una serie de deficientes planos ralentizados y la excesiva prolongación de la conclusión del relato.