Dhogs, de Andrés Goteira

Dicen que una generación dura quince años, pero, ¿cuánto dura una generación cinematográfica? Muchas veces, desde la crítica y la academia, se intenta poner etiquetas a todo lo que vemos, especialmente si eso que vemos es algo que se escapa de lo cotidiano. Surge con Dhogs, y con otras películas coetáneas, la tentación de otorgarles un nombre a estos creadores al igual que se hizo con la generación del Novo Cinema Galego. Pero, ¿acaso hay un cambio de generación? Si bien es innegable que el NCG dio de sí grandes películas y éxitos, también lo es que la mayoría de películas que se realizaron bajo el paraguas de esta etiqueta fueron documentales (excepto notables menciones, como la obra de Óliver Laxe). Esto contrasta con lo que sucede en los últimos años, donde empiezan a aparecer nuevas voces en el campo de la ficción (Fazáns, Goteira…) o voces ya conocidas cambian de formato (Patiño, Toucedo…). Entonces, ¿tenemos que hablar del nacimiento de una nueva generación (etiqueta) o simplemente de la entrada en una nueva etapa del Novo Cinema Galego?

Esta es una reflexión que está ahí, flotando en algunas conversaciones sin encontrar una resolución clara, y que no puede desviarnos de lo que está realmente sucediendo. Galicia está, por fin, extendiendo con firmeza su cine de autor al campo de la ficción.

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Después de cruzar medio mundo, Dhogs (Andrés Goteira, 2018) llega por fin a las salas comerciales gallegas. Después de recoger éxitos y halagos en festivales como BAFICI o Sitges, y también en algunos más próximos, como el OUFF, la ópera prima de Andrés Goteira comienza una segunda etapa: el circuito comercial, y lo hace con una apuesta visceral que no deja indiferente.

Dispuesta en diferentes capítulos, Dhogs se conforma como una película de episodios cruzados donde todo orbita alrededor del personaje femenino. Lo que empieza como un simple flirteo entre un hombre y una mujer en el bar de un hotel pronto acaba por ascender en una espiral de violencia que traspasa la pantalla hasta el asiento del espectador. Dhogs es un thriller… pero, dentro del propio formato y del género que es, la película se abre hacia otros caminos no pautados que parecen más próximos al surrealismo o al gore. Esta ruptura de la narrativa permite que su ritmo, constante e imparable, enganche al espectador que intenta juntar todas las piezas del puzzle que quiere entender “¿qué cojones está pasando?”

Es habitual, especialmente en las óperas primas, encontrar guiños, referencias a otros autores que el director novel tenga en estima. Es un ritual de repetición donde el autor se reivindica en una imitación que se esconde u oculta en gestos propios. Goteira, en cambio, muestra estas referencias con una voluntad casi exhibicionista, como si quisiese mostrar su currículum a través de las imágenes consumidas en su formación como cineasta. El plano de los coches en el desierto de No country for old men de los hermanos Coen, la máscara del conejo de Donnie Darko… una consecución de referencias que, aunque pueda parecer un supercut de recopilación, ayuda a conformar este universo que nos propone la película.

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Una sobrecarga visual que provoca que la palabra y el diálogo pasen a segundo plano. Dhogs es una película que destaca, entre otras muchas cosas, por la escasez de diálogos. Una ausencia que permite que las imágenes adquieran nuevas capas de significado y donde los gestos son magnificados. No es casualidad que firme la dirección de fotografía de la película Lucía Catoria Pan, una profesional que se está ganando su espacio propio en el cine gallego y que no deja de recibir halagos de sus colegas. Una fotografía, la del filme, que consigue, precisamente en esa intención de magnificar las imágenes, llevarlas a parajes desconocidos, como es el caso del desierto de Tabernas, que en este filme se transforma en un escenario propio del universo oscuro que propone Goteira.

Finalmente, es necesario hacer crítica en el sentido más profundo del término y preguntarnos sobre el rol que ocupa la mujer en la película. Hablamos de los personajes que Melania Cruz y María Costas llevan a la pantalla; dos ideas de la mujer que están separadas por quilómetros de diferencia: de un lado, la mujer sumisa, objeto de deseo y consumo, del otro, la matriarca, controladora y manipuladora. Dos visiones que contrastan con los múltiples tipos de hombre que hay (el hijo sobreprotegido, el maduro ligón…) y que, lógicamente, podrían llevar a un análisis reduccionista: “Dhogs retrata a las mujeres así porque considera que las mujeres son así”.

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Por el contrario, mi análisis me lleva a entender esta representación de las mujeres al campo de la crítica social que atraviesa toda la película. No es que Dhogs considere que las mujeres son así, sino que muestra que la sociedad, nosotros, los espectadores que miran en silencio en la butaca o los que tienen el mando en las manos, es la que impone esta dualidad: o sumisa o manipuladora, pero siempre negativa y vista por su función para con los hombres.

Dhogs se quiere como una crítica social, como un agente de subversión que provoque una reflexión, una ira: una respuesta. ¿Vamos a seguir mirando quietos, o nos vamos a levantar? ¿Si tenemos el mando en las manos, por qué no hacemos nada para cambiar la historia?

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