FICBUEU 2023: Sección Oficial 1 — Cinco miradas hacia la madurez

Dang wo wang xiang ni de shi hou, de Huang Shuli

Dang wo wang xiang ni de shi hou, de Huang Shuli

El pasaje de la infancia hacia una primera madurez es un tránsito misterioso, gradual e inexacto que el cine ha tratado de relatar desde sus comienzos. En las cinco películas que componen esta sesión, unos pocos minutos bastan para dar cuenta de un tiempo que se acaba y de otro que empuja por nacer mientras acompañamos a los personajes —algunos muy jóvenes, otros ya en una adultez temprana— en sus respectivas búsquedas por comprender su encaje en el mundo.

Hay en todas ellas un acontecimiento doloroso, traumático, a veces simplemente ambiguo, que sacude las vidas de los protagonistas. Las películas acometen entonces la delicada tarea de registrar los temblores ocultos que recorren esos cuerpos en transformación, porque, como suele decirse, la procesión va por dentro. De qué manera se manifiesta esta interioridad en las imágenes —es decir, cómo aparece lo invisible en lo visible— es una cuestión que cada cineasta aborda de forma distinta. Se nos presentan cinco caminos muy diferentes, unidos sin embargo por afinidades profundas: esta es también una sesión sobre madres e hijos o sobre la fuerza expresiva de una mirada.

Me mirarás (Dang wo wang xiang ni de shi hou, Huang Shuli), la única obra de no-ficción y en Super8 del programa, es una suerte de ensayo personal sobre la relación del cineasta con su madre, quien se muestra incapaz de aceptar su homosexualidad y no quiere mirarle a los ojos. A la sensación de fugacidad de la película, en la que se suceden los reflejos del sol, los paisajes que pasan, las sombras efímeras, Huang opone ese último fotograma fijo, congelando el instante preciso en el que su madre lo mira entre la multitud.

En El perro de un torero (Sandra Romero), asistimos al desmoronamiento del mundo de un niño tras un gesto fatal que transforma el juego en tragedia. El acercamiento naturalista de la cámara encuentra su punto de gravedad en la mirada perdida del protagonista, arropado por su madre; es en sus ojos que intuimos las emociones que, posteriormente, se traducirán en un intento de acción restituidora sobre un mundo que ha perdido su equilibrio.

El perro de un torero, de Sandra Romero

El perro de un torero, de Sandra Romero

Otro caso es el de Nieve en septiembre (Snow in September, Lkhagvadulam Purev-Ochir), que juega con un cierto suspense para relatar el encuentro de un adolescente con una mujer que dice ser amiga de su madre. Lo que de entrada podría parecer un thriller deviene en relato sobre la pérdida de la inocencia, cuya consecuencia más inmediata es precisamente el surgimiento de una nueva distancia entre el chico y su madre. Para dar cuenta de este mundo patas arriba (recordemos el plano del edificio al revés), la realizadora apuesta por un dispositivo formal que explora la percepción subjetiva, a veces distorsionada, de la realidad, conduciendo la película hacia esa última mirada en la que ya resulta difícil adivinar rastro alguno del niño que fue.

La figura materna es en Luz nocturna (Kim Torres) una ausencia hiriente que marca la entrada a una madurez precoz. La cineasta filma el tiempo muerto de la espera, palpable en el viento que agita sábanas y cortinas; un tiempo dúctil que a veces se pliega sobre el espacio, como en ese salto que nos devuelve al inicio, y que se abre también al cuento. Como si de una rima entre películas se tratara, la mirada a los ojos que Huang Shuli le pedía a su madre “para sentirnos de forma más sincera” encuentra su lugar aquí, a la luz de las velas, y viene a reforzar un vínculo en el que late la esperanza.

En Mi madre y yo (Ma mère et moi, Emma Branderhorst), una estada en el extranjero marca el inicio de una nueva etapa y, por consiguiente, unos nuevos términos en la relación madre-hija. A lo largo de la película, la cineasta convoca la emoción por medio de un lenguaje más convencional, recurriendo a efectos como la música o la cámara lenta, para acabar despojándose, en la secuencia final, de todo artificio: la música desaparece y nos quedamos observando, sobre el ruido de la ciudad, una mirada que fluctúa entre la risa y el llanto.

Estos cinco procesos paralelos, filmados desde concepciones muy distintas tanto del mundo como del lenguaje cinematográfico —en el fondo, viene a ser lo mismo—, coinciden a sintetizar una maraña de sentimientos encontrados en una mirada. Esos ojos escudriñando un mundo en transformación pueden decirnos más que cualquier gesto, pero su fuerza expresiva solo llega a concretarse allá donde las películas no instrumentalizan la mirada hacia un sentido cerrado, sino que se muestran abiertas a su esencia ambigua.

Ma mère et moi, de Emma Branderhorst

Ma mère et moi, de Emma Branderhorst

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