Punto de Vista 2024: Lazos que unen

Retrato de Mondongo, Mariano Llinás

Retrato de Mondongo, Mariano Llinás

El título de esta crónica se nos antojaba más obvio e inevitable que nunca. Lazos que unen no era solamente el nombre del foco dedicado a la brillante cineasta estadounidense Su Friedrich —tomado a su vez de una de sus obras más emblemáticas y conmovedoras, The Ties That Bind (1985)—, sino también una buena síntesis de los motivos que nos devuelven, y ya van unos cuantos años, a Pamplona durante el mes de marzo. Del 11 al 16, fiel a su filosofía de elaborar una programación tan gozosa como rica e intensa, el festival navarro se erigió en un lugar no solo para defender y promover la inmensa variedad de formas que puede tomar el arte cinematográfico, sino, sobre todo, para reivindicar y celebrar una vez más la diversidad de lazos que sustentan su fragilidad. Ya fuera tras la propia pantalla o después de cada proyección, con largas presentaciones y coloquios que en muchos casos superaban o complementaban la exigua duración de algunos films, y que acercaban sus entresijos al público que llenó las salas, el cine se manifestó como una cuestión de vínculos.

Rechazando, “a pesar de” o “gracias a” lo ignoto de buena parte de su programación, la idea de hacer un festival exclusivamente para cinéfilos o de enarbolar la bandera del prestigio, el equipo de Punto de Vista, comandado por Manuel Asín por tercera edición consecutiva, defiende como señas la heterodoxia y el compromiso con la realidad. En palabras del propio Asín, el documental es entendido como “un arte que nos ayuda a orientarnos en un mundo complejo y en crisis”, y en esa definición se incluye a menudo aquello que en otros festivales más rígidos sería descartado en muchas ocasiones, por mínimo o aparentemente leve. En oposición a muchas de las jerarquías que imperan en el circuito, sesiones como la proyección sorpresa del investigador y archivista argentino Fernando Martín Peña, que propuso un recorrido a través de la convulsa historia política de su país en el siglo XX seleccionando una serie de documentales informativos al respecto, dieron cuenta del amplio interés que se puede extraer de materiales hacia los que pocas veces se mira.

En primer lugar, cabe hablar de una sección oficial que combinaba como de costumbre algunos títulos de grandes nombres —después del impacto de La flor en 2018, el estreno mundial de una nueva película de Mariano Llinás en un festival habitualmente ajeno a este tipo de primicias se presentaba cuando menos llamativo— con una multitud de descubrimientos y nuevas voces, como la de Messaline Raverdy. Ambos firmaron las que quizá fueran las dos obras más reseñables de entre las veinte que compusieron el concurso, siempre muy variopintas en naturaleza y duración. Llinás lo consiguió en Retrato de Mondongo, una obra que posiblemente no vuelva a verse por divergencias con el colectivo representado en pantalla, lo que hizo aún más especial la proyección con su presencia. A vueltas con el autorretrato y la idea de creación, el argentino nos regala dos horas de placer fílmico abigarrado y extraño, tan obsesivo que acaba por romper un vínculo real. Raverdy, por su parte, coincide en Ôte-toi de mon soleil (Premio Jean Vigo a la Mejor Dirección) en retratarse a sí misma mientras filma al otro, en este caso a un hombre con síndrome de Diógenes en la última etapa de su vida. Con su segunda película tras la encantadora Derrière les volets (2018), la cineasta belga confirma que es una voz a seguir, con una empatía fuera de lo común.

En cambio, el palmarés decidió otorgar sus máximos galardones a Silence of Reason (Kumjana Novakova, Mejor Película y Premio de la Juventud), un film algo más cuestionable en sus formas y logros, si bien riguroso e indudablemente estremecedor en su denuncia. Ensayo sobre las atroces violaciones en masa cometidas por el ejército serbio durante la Guerra de los Balcanes, durante la hora de metraje de esta película observamos textos de los testimonios, mostrados con una frialdad clínica, junto a fotografías fijas e imágenes de vídeo descompuestas con la textura rugosa de la época. Novakova nos devuelve con ella al debate sobre la representación del horror y la memoria en el cine, algo que también ponen en primer plano, con formas radicalmente opuestas, ¿Dónde está Marie Anne? (Yaela Gottlieb), brevísimo collage en torno a la ausencia de una actriz desaparecida durante la dictadura argentina; u otra de las obras más aplaudidas, la colombiana Avalancha (Daniel Cortés Ramírez, Mejor Cortometraje), que muestra la historia de la represión en las calles del país en diferentes épocas como un flujo continuo, acompasado por un diseño de sonido rugoso y abrumador. Del mismo modo, y con una similar voluntad de conectar tiempos pasados y presentes, fueron distinguidas en el palmarés otras obras como El canto de los años nuevos (Alexander Cabeza Trigg, Premio del Público), acerca de los indígenas que poblaron la isla de La Gomera; o Corazón embalsamado (Julieta Seco, Mención del Jurado a Mejor Dirección), críptico diario de la infancia de su novel directora. Dos películas que desbordan los paradigmas habituales de lo “premiable”, y que coinciden en brindar tantos momentos de gratitud como de singular incomodidad.

Silence of Reason, Kumjana Novakova

Silence of Reason, Kumjana Novakova

Otro de los rasgos que se mantienen intactos en Punto de Vista, y que uno puede apreciar con aún más admiración al haber vivido varias etapas en la dirección artística del festival, es su carácter de lugar de encuentro. Con un ambiente vivo y salas repletas de curiosidad, muchas obras hallan aquí el espacio idóneo donde mostrarse, ser queridas y por supuesto también cuestionadas. En ese sentido, la sección Termitas se descubrió como un gran hallazgo en su apoyo a nuevos o poco vistos creadores del panorama nacional. A menudo estas sesiones presentaban piezas muy breves, nacidas siempre con el claro riesgo de arrinconarse o ahogarse en programas de cortometrajes, cuando no de ser ignoradas. Aquí, cada autor tenía ocasión de presentar sus motivaciones y métodos después de su obra, en largos parlamentos transparentes de lo que a menudo se esconde detrás de cada pequeña pieza. En una declaración de intenciones, Abbas Kiarostami, Chantal Akerman, Stan Brakhage, Shinsuke Ogawa o Víctor Erice estuvieron presentes en todo momento en el festival, sin aparecer en la pantalla. De todas las sesiones vistas, cabe destacar la que compartieron Hugo Amoedo con Pechar caixas abrir caixas y Paula González García con Elisa. Dos pequeñas y admirables películas, generosas en lo que muestran y elocuentes en lo que no, ejemplos de cómo proyectar la mirada hacia lo cotidiano e incluirse en el cuadro sin desbaratarlo. Más demostraciones, en definitiva, de que no todo está dicho en el cine diarístico o personal, ni siquiera cuando adopta la más sigilosa y mínima de las formas. También presentaron sus proyectos Patxi Burillo Nuin (Año y vez) o Elena Duque (Ojitos mentirosos), modélicos en su compromiso y entendimiento del espacio en el que trabajan. Y, en otra de las propuestas emblemáticas del festival, Celia Viada Caso presentó su deliciosa y combativa obra, formada por La calle del agua (2020) y Gregoria (2023), como antesala del prometedor X Films que ya prepara y estrenará el año que viene en el marco del festival. Sucederá a Anna López Luna, que este año defendió Tránsitos, en torno a los Sanfermines.

Pero tal vez el gran caramelo de la semana, sin desmerecer al resto, fue el ciclo sobre la figura de la estadounidense Su Friedrich, cineasta capital a la que además se dedicó una publicación en forma de doble entrevista con Scott MacDonald. Era una de esas retrospectivas capaces de elevar cualquier programación, que después giró por varias ciudades del territorio español. Portadora de una mirada concienciada y lúcida, pero también liviana y desprejuiciada, Friedrich acompañó el ciclo Lazos que unen, compuesto por ocho de sus películas: desde Gently Down the Stream (1981), inquietante recorrido por el mundo de los sueños influenciado por Maya Deren; hasta la más reciente y diarística Today (2022), que denota el paso del tiempo como otra constante de su trayectoria. La proyección de su cuarteto de obras más brillantes, situadas cronológicamente en el centro de su filmografía —a saber: The Ties That Bind (1985), Sink or Swim (1990), Rules of the Road (1993), Hide and Seek (1996)—, todas ellas con la rara virtud de ser precisas y creativas en la forma y ofrecer además un notable asidero emocional capaz de enganchar con las experiencias vitales de cada persona que se acerque a su cine, encandiló a Pamplona y demostró que estamos ante una autora a reivindicar fuertemente. Una voz, en definitiva, que conecta tanto con la más importante tradición del cine experimental de su país como con el autorretrato, en cuya puesta en escena atestigua ser una de las más relevantes firmas del panorama estadounidense en las últimas décadas. Por todos los motivos comentados y gracias a figuras como la suya, procuraremos volver a Punto de Vista confiando en que nos seguirá ofreciendo cobijo y más lazos con los que sujetar un mundo inestable.

Tránsitos, Anna López Luna

Tránsitos, Anna López Luna

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