CANNES 2018 EP. 8: CHEWBACCA SE VISTE DE GALA EN UNA BUENA JORNADA PARA EL CINE DE GÉNERO

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Nos hemos levantado esta mañana con una buena dosis de cine de género de la mano de David Robert Mitchell, el autor de It Follows (2014), que presentó en la Croisette Under the Silver Lake (2018). Filme de claro aire cool y con la voluntad de sorprender, nos presenta a un chico obsesionado con la cultura pop que vive en un bloque de apartamentos en Los Angeles y que parece pasar sus días inmerso en las distintas dosis de esa cultura que consume ávido y espiando a las vecinas con unos prismáticos desde su ventana, en unos planos que remiten directamente a Rear Window (Alfred Hitchcock, 1954). Cuando su vecina desaparece, decide buscarla en el laberinto paranoico que construye a su alrededor, impactado por la lectura del fanzine Under the Silver Lake.

Las paredes del piso de este chico son una declaración de intenciones. No solo hay carteles de varios filmes de Hitch, también de Tod Browning o de otros clásicos del cine noir y fantástico de serie B. En estos códigos se mueve el filme, expandiendo el impacto de la cultura pop a la música, los videojuegos o el tebeo. De hecho, las páginas de ese fanzine bien las podría haber escrito y dibujado Charles Burns, un estilo que se traslada a todo el filme, en una investigación en torno a un código oculto que lo llevará a la chica perdida y que se descifra a través de temas musicais, anuncios en las carreteras y en los dorsos de las cajas de cereales. Es como si elpop art se hiciese narrativo y se expandise a lo largo de más de dos horas de hedonista recreación sobre la cultura en la que nos asentamos.

El filme es largo y un tanto grandilocuente, pero está claro el talento de Mitchell para filmar un noir posmoderno desde las ruinas de la herencia de Hollywood. Por estar grabada en una ciudad como Los Angeles, que se explora a modo de espacio mitológico o, más bien, mitificador, y en el ámbito del mundo del entretenimiento, la cinta remite en cierta medida a Mulholland Drive (David Lynch, 2001), solo que con una vena más lúdica que la convertiría en una prima lejana de Gregg Araki y Richard Kelly.

Dentro de los códigos ocultos en la cultura pop que figuran en la trama conspiratoria de Mitchell, destaca el uso sexualizado de la mujer, lenguaje al que se adhiere con ironía, recordándonos la lección de Laura Mulvey sobre la mirada falocéntrica del cine clásico, en especial en el de género, en el que la figura de la mujer, como es el caso de Under the Silver Lake, sirve como detonante y objetivo de la trama, además de como objeto de la pulsión masculina, el espectador en el que se piensa.

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Bi Gan se confirma como uno de los mejores directores de Asia

Otro filme que pretende actualizar el género negro es Long Day’s Journey Into the Night (2018), lo siguiente del chino Bi Gan tras su esplendoroso Kaili Blues (2015), donde alcanzaba cotas en la dilatación temporal y en el uso de las elipsis que se intensifican en esta cinta. El director artístico Thierry Frémaux ve en Bi Gan la herencia de David Lynch y Hou Hsiao Hsien, y en esta ocasión vamos a tomarle la definición prestada porque es justa.

La película coge también el estereotipo del género del detective en busca de un amor perdidoy, a través de los clichés del noir, desarrolla una reflexión metacinematográfica sobre cómo funcionan las imágenes de la memoria y los sueños. Se dice en un momento del metraje que sabemos que el cine es ficción, pero en los recuerdos se mezcla la mentira con la realidad. Éste es el melancólico drama del protagonista, que ya no recuerda con claridad su relación con esa mujer ni cómo debe buscarla. Pero hay algo intuitivo que, como en las novelas del mejor Raymond Chandler (aunque esto es más Thomas Pynchon), hace que de alguna forma todo encaje al final, dejándonos al mismo tiempo en un mar de dudas, que es lo interesante.

En este confundir lo onírico con lo real y en el uso de misteriosos objetos que se intercambian los personajes, como un cuaderno verde que pasa de manos a manos y del que nunca conocemos su contenido, o una antigua foto de una mujer cuyo rostro fue quemado hasta quedar irreconocible, es donde Bi Gan se hermana con David Lynch. De Hou Hsiao Hsien toma el tono melancólico y ese gusto por la dilatación temporal que llega a su cúlmen en el último plano secuencia de la película, de más de 40 minutos de duración y hecho en 3D, con una ejecución milimétrica, rodado en la falda de una montaña a tres niveles. Nunca habíamos visto nada igual en la historia del cine. Ya solo por este plano, el filme debiera ser recordado.

Ya por último, también nos remite la relación de la pareja, por su melancolía y los saltos temporales, a la que Wong Kar Wai desarrollaba en Deseando amar (2000) y 2046 (2004). No están mal las referencias, ¿verdad? Atención con Bi Gan. Con su corta edad, ya es uno de los más grandes realizadores asiáticos.

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Solo, la Iron Man de Lucasfilm

El filme de género que más llegó a los medios de todo el mundo ayer fue Solo: A Star Wars Story (Ron Howard, 2018). Debido al cambio de directores en medio de la producción, y vista la mala experiencia previa con Rogue One: A Star Wars Story (Gareth Edwards, 2016), que parecía cosida con los retazos de dos visiones distintas y huele a tono trascendente insufrible, íbamos preparados para otro descalabro. El filme de Ron Howard adolece de los mismos problemas de producción, pero logra ocultarlos con la practicidad del buen artesano que es.

El filme se centra en cómo Han escapa de su planeta natal, Corellia, donde vive como un esclavo, para buscar su libertad y aventuras en las estrellas. En la primera de ellas conoce a Chewbacca, Lando Calrissian y algunas caras nuevas.

No sabremos ya que es resultado de la mano de Howard y qué pertenece a la visión original de Phil Lord y Chris Miller. Lo cierto es que la película, en su contención, esconde un animal salvaje en una jaula de oro. Tomando la herencia del western como referencia, no tiene otra pretensión que construir un producto entretenido. Pero hay secuencias, como un asalto al tren coreografiado de modo muy imaginativo, o la estrambótica carrera de Kessel (loado Yoda, en esto no han metido la pata), en las que se permite soltarse la melena. Otras que debieran haber sido bien importantes, como la partida de Sabacc en la que Han gana a Lando el Halcón Milenario, se resuelven sin gracia ni tensión alguna.

El tono general de la película es esa calma chicha amable que no toma riesgos de cara a las grandes audiencias, pero tampoco desagrada. Se deja ver como un entretenimiento prefabricado pero bonito, en el que se ocultan múltiples referencias al universo expandido que arrancarán continuas sonrisas a las que, como yo, hemos creído con los videojuegos, cómics, novelas, juegos de rol, juguetes y demás elementos de esta ficción construida en las mentes de los fans durante mucho tiempo. Yo ya veo, como mínimo, dos posibles historias de Star Wars nunca llevadas al cine derivadas de esta, y seguro que en Lucasfilm ven muchas más. Así, Solo debiera funcionar como la punta de lanza de un universo metatextual similar al que se viene desarrollando en Marvel. Solo es la Iron Man (Jon Favreau, 2008) de Lucasfilm. Tenemos Star Wars para rato.

La jornada se completó con el filme a concurso En guerre (Stéphane Brizé, 2018), que cuenta una huelga en la que las trabajadoras resistieron durante tres meses la presión de la empresa antes del cierre. Es una película de corte social y militante cortada por los parámetros clásicos del género, bien empaquetada, pero sin ningún interés cinematográfico. Más plana que la meseta castellana.

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