NOVOS CINEMAS 03: LATEXOS

Continuamos la revisión de los títulos del último Novos Cinemas con los filmes pertenecientes a la sección Latexos. Cinco películas inéditas en Galicia para un espacio que estrenaba jurado y premio de la crítica y en la que destacaba la abundante representación femenina. Entre las seleccionadas, Young & Beautiful (Marina Lameiro, 2018), ganadora del premio del  público en el Festival Punto de Vista; La muerte del maestro (José María Avilés, 2018), mostrada en Rotterdam y Sao Paulo; Letters to Paul Morrissey (2018), primer largometraje de Armand Rovira después de una exitosa carrera en el cortometraje y <3 (2018) de María Antón Cabot, guionista de Una vez fuimos salvajes (Carmen Bellas, 2017), cuya mirada a la adolescencia se encuentra muy presente también en su primer filme. Un conjunto a priori más que interesante que, además, trajo consigo varias propuestas por encima de las expectativas.

Young & Beautiful (Marina Lameiro, 2018)

Young & Beautiful (Marina Lameiro, 2018)

La primera sorpresa de la sección apareció con Young & Beautiful, finalmente Premio Especial NUMAX Sección Latexos. 2018 ha sido un año en el que algunas de las películas más destacadas han tratado, desde diversas coordenadas temáticas, la sensación de desorientación y la falta de oportunidades común para jóvenes de distintos puntos del globo. Marina Lameiro, pese a compartir temática general con títulos tan dispares como Burning (Lee Chang-Dong, 2018) o Under The Silver Lake (David Robert Mitchell, 2018), opta por un tono completamente distinto. Es el suyo un cine que parte de la intimidad, no tanto como proceso de reflexión interno como en su acepción de acercamiento al otro: la vieja máxima de filmar para tratar de escuchar. ¿A quién? A varios de sus amigos y familiares más cercanos que, rondando ya la treintena, pivotan entre el desencanto respecto a una sociedad en la que parecen no tener hueco y el miedo hacia una juventud que ven cercana a su fin.

Lameiro se acerca a ellos, a sus cuerpos, rutinas e historias desde una cercanía contenida que tiene mucho que ver con la idea de confesión. Una necesidad de verbalizar (y también de poner en imágenes) una difusa sensación de ira, culpa y alienación compartida por unos jóvenes que no poseen ni las herramientas ni los medios económicos para adentrarse en la madurez. Una suerte de exorcismo generacional íntegro y sincero que busca (y logra con éxito) interpelar al espectador, como bien muestra el Premio del Público obtenido durante la última edición del Festival Punto de Vista.

Como enseñaba Le Parc (Damien Manivel, 2016), ganadora de la pasada Edición de Novos Cinemas, pero también clásicos como Partie de campagne (Jean Renoir, 1936), el parque resulta un espacio idóneo para el despertar amoroso. María Antón Cabot continua esta senda en su largometraje <3, retrato coral de un espacio público (el Parque del Retiro, en Madrid) y una generación (la que no llega a la mayoría de edad a finales de esta década) que despierta a los afectos. Un espacio de iniciación donde los adolescentes, alejados de cualquier mirada controladora, explican a Cabot algunos de los ritos y clichés establecidos en estos tiempos de conexión permanente.

Más allá de su habilidad para el retrato generacional y para definir algo tan cambiante como el amor adolescente, <3 brilla cuando enriquece su punto de partida, cuando reflexiona sobre la identidad sexual o registra la vanidad adolescente, ese deseo de ser filmados de una generación acostumbrada a la sobreexposición a las cámaras. Una serie de cuerpos que no por posar y actuar (tanto en sus rituales de seducción como delante de la cámara de Cabot) dejan de ser igualmente espontáneos y naturales. Como en un retrato cubista, se terminan entremezclando espacios y tiempos, gestos y máscaras sociales; todas ellas para conseguir retratar con veracidad y frescura una generación donde lo real se encuentra cada vez más hibridado con lo digital.

<3 (María Antón Cabot, 2018)

En otras coordenadas, Letters to Paul Morrissey (Armand Rovira, 2018) parece interesada en analizar las posibilidades expresivas de la carta filmada. Como señalaban Francisco Algarín y Garbiñe Ortega a raíz del ciclo y la publicación del libro Correspondencias: cartas como películas, “Más allá de las películas contenedoras de cartas (News from Home de Akerman o Red Shift de Gunvor Nelson) […] la carta filmada puede adoptar la forma de la nota, el haiku, la carta de visita, la dedicatoria, el regalo, la ofrenda, la elegía, la celebración, la oda, la canción, el soneto, la despedida”. Rovira toma también el formato epistolar, pero esta vez como tentativa de diálogo, una ofrenda filmada que el director envía fielmente a la dirección postal de Morrissey, viejo conocido de la factory warholiana y responsable de la trilogía formada por Flesh (1968), Trash (1970) y Heat (1972).

Un regalo poliédrico que sirve como un análisis de las relaciones afectivas que se establecen entre creador y sus influencias. Diferentes voces, personajes y formatos (color, blanco y negro, pantalla partida, formato cuadrado o formato anamórfico) que buscan el tributo, no tanto estilístico como emocional, a aquellas obras que son el detonante de su vocación. Entre todas estas destaca la de Udo, alemán a la deriva que duda de todo y de todos durante una estancia en el Valle de los Caídos. Un fragmento que toma el protagonismo frente a los demás gracias a su divertido tono, a medio camino entre el proceso de autoconocimiento sexual, la solemnidad bergmaniana y el posthumor que han cultivado en los últimos años Juan Cavestany, Julián Génisson y Pablo Hernando.

La última película que pudimos visionar fue La muerte del maestro (José María Avilés, 2018). En Abril de 2016 un terremoto de escala 7,8 sacudía el norte de Ecuador, dejando más de 600 muertos. Frente a la posibilidad de un filme que registrase la muerte y la destrucción material del país, Avilés se establece en Angamarca, un pequeño pueblo del centro de Ecuador, en el que las consecuencias del terremoto se muestran de un modo sutil y casi imperceptible.

Allí el director se queda prendado rápidamente del lugar y su temporalidad morosa, pero también de la fisicidad, los gestos y las rutinas de un viejo campesino (el maestro al que hace referencia el título del filme), en el que las consecuencias del terremoto se muestran de un modo diferente, como una silenciosa y progresiva ruptura del equilibrio entre su forma de vida y su entorno natural.

Como en el cine de Wang Bing o Lisandro Alonso, el tiempo y la cercanía con el retratado es requisito para establecer vínculos y posibilitar el conocimiento. En consecuencia Avilés acompaña al anciano maestro en su camino diario por su hacienda, en sus caminatas por el bosque, o en su recogida de fruta; siempre con un apego baziniano al registro completo de cada una de las partes de su rutina. El resultado es un retrato, individual y colectivo, poseedor de una dignidad trágica, única respetuosa hacia una realidad sobre la que pesa el riesgo de la desaparición.

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