PATERSON, de Jim Jarmusch
Todos los días son igual de diferentes. Nuestras rutinas pueden resumirse en unos pocos verbos y sustantivos que no cambian de un día para otro, pero las diferencias están en los adjetivos, en las emociones que nos acompañan, las personas que encontramos, las conversaciones que tenemos. El mundo nos espera: sólo hace falta salir de la cama. Por eso, Jim Jarmusch comienza cada uno de los ocho fragmentos que forman su última película con la misma imagen: un plano cenital del protagonista despertándose en la cama junto a su pareja. Siempre es la misma imagen, pero siempre tiene una composición diferente: los cuerpos están más cerca o más lejos, y tardan unos segundos más o unos segundos menos en empezar a moverse. Son variaciones pequeñas pero significativas, que establecen el tono emocional de cada fragmento, porque todos tenemos días mejores y peores. El tema de la película, por lo tanto, son esas variaciones mínimas que individualizan nuestras rutinas, y en las que a veces podemos encontrar algún destello de belleza.
Paterson (Adam Driver), el protagonista, es conductor de buses en Paterson, su ciudad, y todos los días intenta escribir un poema al estilo de su ídolo, William Carlos Williams, autor de un largo poema épico llamado, una vez más, Paterson (1946-58). La película, en consecuencia, tenía que llamarse Paterson (Jim Jarmusch, 2016). Repetición y variación, ese es el sentido de la vida, de esta película y de buena parte de la obra de Jim Jarmusch. El cineasta estadounidense ya había explorado las múltiples posibilidades creativas de determinadas situaciones, como los viajes en taxi en Night on Earth (1991), los encuentros alrededor de una taza de café y de un pitillo en Coffee and Cigarettes (2003), o la búsqueda de distintas antiguas amantes en Broken Flowers (2005). El punto de partida puede ser, en algunas películas, una sola frase, como en The Limits of Control (2009) –“Usted no habla español, ¿no?”– mientras que en otros la figura del doble –los dos William Blake de Dead Man (1995), o los muchos gemelos que aparecen en Paterson– sirve para destacar, por contraste, aquellas cosas que son únicas, desde la propia muerte hasta un humilde cuaderno de poemas manuscritos.
La creatividad, en Paterson, aparece como una actitud natural ante la vida. El protagonista es, ante todo, un conductor de autobuses que escribe poemas por placer, y no un poeta que conduce un bus por necesidad. Laura (Golshifteh Farahani), su pareja, es un poco más dispersa, pero también está siempre creando: cada tarde recibe a Paterson enfrascada en una tarea diferente. Hay días, por ejemplo, que aparece pintando la casa, otros personaliza su ropa, los viernes prepara decenas de muffins, y siempre decora todo con su característico efecto dominó. Jarmusch parece tomarse más en serio los poemas de Paterson que las creaciones de Laura, cosa que introduce una ominosa brecha de género en la película, pero lo que queda claro es que la creatividad, para los dos personajes, es una pulsión espontánea que no necesita estímulo exterior.
Paterson es así una película profundamente epicureísta, como ya lo era Only Lovers Left Alive (2013). La búsqueda de la belleza es una forma de estar en el mundo –y de hacer del mundo un lugar mejor– pese a que haya desacuerdos –porque a Paterson, aunque se calle, no le gusta del pastel vegetariano de Laura, ni los gastos derivados de su nueva guitarra– y pese a que cualquier día pueda ocurrir una desgracia – un incidente violento en el bar al que siempre va Paterson, una avería en su autobús, o la destrucción completa de algo que debería estar a buen recaudo. En este sentido, el juego de repeticiones y variaciones que propone Jarmusch guarda aquí un ligero parecido con el que proponía Chantal Akerman en Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles (1975), porque en ambos casos asistimos a rutinas irreproducibles en su exactitud que se ven alteradas por detalles aparentemente nimios. Jarmusch, por suerte, es menos trágico y más vitalista que Akerman: sabe que la vida está llena de cosas desafortunadas, pero que aún así hay que seguir adelante, pasar página, a veces incluso literalmente. Salid por tanto de la cama. Sed como Paterson. Cada día es una nueva página en blanco.