Punto de Vista 2023: Notas para un mundo nuevo

El polvo ya no nubla nuestros ojos, de Colectivo Silencio

El polvo ya no nubla nuestros ojos, de Colectivo Silencio

“Se acercan otros tiempos”. Con este título se presentaba la publicación escrita sobre el cine del alemán Peter Nestler, uno de los principales homenajeados en esta edición de Punto de Vista, como acompañamiento de su retrospectiva en el marco del festival pamplonés. La cita no sólo fue apropiadamente elegida por Fernando Vílchez, miembro del Colectivo Silencio, que se alzó con el principal galardón del palmarés por El polvo ya no nubla nuestros ojos, para su discurso de agradecimiento, sino que resonó con fuerza tanto en la práctica totalidad de los dieciocho títulos a concurso como en los espacios paralelos. En cada rincón de ellos se pudo notar no sólo la marca de una clara línea inconformista y combativa, sino sobre todo la creencia en la necesidad de plantar el germen de un nuevo mundo sobre la inestabilidad del presente.

En la crónica de la anterior edición de Punto de Vista recalcamos el buen hacer del entonces nuevo equipo comandado por Manuel Asín para imponer su firma al programa, sin alterar la fértil dinámica de un festival muy consolidado y con una clara voluntad de intenciones en la elección de cada obra. Así, en su segundo año al frente del festival, del 27 de marzo al 1 de abril fue posible ver en Pamplona una buena serie de películas que permitían abrir los ojos ante el cine y el mundo. Pero, sobre todo —y es esta una de las principales características que separan cada vez más el festival navarro de la vorágine de certámenes que hoy en día amontonan sus títulos, por pertinentes que puedan ser—, se habilitó un amplio espacio para poder pensar cada una de ellas, tanto individualmente como en su relación con los otros compartimentos de la programación.

Aunque en este texto nos vamos a centrar en la Sección Oficial del programa, podrían citarse al respecto numerosos ejemplos. La recuperación de la desconocida y colosal Historia de una segadora (Fukuda Katsuhiko, 1985), complementada por una segunda sesión dedicada por Ricardo Matos Cabo a analizar los pormenores del cine documental japonés de aquella época; el nuevo repaso del incombustible Paulino Viota a la obra de Godard y Rossellini, fundamentales pero siempre redescubiertos; la intensa performance experimental de Deneb Martos y Wade Matthews en el Planetario de Pamplona; el sensible X Films de la pujante Blanca Camell Galí con Renacuajos; la recuperación de las obras de Ana Poliak, Pascale Bodet y el citado Peter Nestler. En todas las actividades fue de nuevo tan importante la proyección en sí como la fuerza del marco en que se hacía, detalle nunca menor y que se pasa por alto más veces de las deseadas.

Notre village, de Comes Chahbazian

Notre village, de Comes Chahbazian

Pasando al concurso internacional, y retomando las líneas del principio, varios de los títulos más destacados coincidieron en la voluntad de leer un mundo caótico y adverso desde la rebeldía de sus márgenes, imponiendo ante el absurdo exterior el rigor de una forma marcada. La película triunfadora, la peruana El polvo ya no nubla nuestros ojos (Colectivo Silencio), lo hace uniendo pasado y presente en los espacios actuales de un país furioso y convulso, filmados en super-8. Las distintas luchas se convierten así en la misma, en un grito de rabia perpetuo que da cuenta de la necesidad de recuperar la voz colectiva en las artes. También en la mexicana Tótem (Unidad de Montaje Dialéctico), con la que formó programa doble, se hace hincapié en muchas de estas ideas colectivas, si bien en su caso apuesta por una inquietante voz en off para dar forma a lo que es un ensayo en todo el sentido de la palabra. Este estudio de la violencia en la sociedad mexicana vuelve una y otra vez sobre las ideas capitales de búsqueda, resurgimiento y refundación; y también coincidió con otros títulos del concurso en dar rienda suelta a una profunda rabia contenida.

Quizá el más notable de todos ellos fue Notre village (Comes Chahbazian, Mejor Dirección), película que desde la más absoluta quietud evoca un hondo desconsuelo. Se trata del retrato de un pequeño pueblo entre Armenia y Azerbaiyán, marcado durante décadas por el conflicto entre ambos países, y con una extraña e intuitiva lectura de rostros y espacios para reflejar toda su carga, dejando la constante violencia en fuera de campo y regalando una serie de estampas que fácilmente podrían ser destacadas como las más significativas del concurso. También en otro cruel conflicto fronterizo, en este caso entre Senegal y Mauritania, se ubica Maayo Wonaa Keerol (Alassane Diago, Premio del Público), un título que se construye a partir de la oralidad y el intercambio dialéctico, siempre con los larguísimos parlamentos de sus protagonistas en el centro de la imagen. Así, en este acto de reparación se vuelve a apostar por la posibilidad de edificar un mundo nuevo sobre las cenizas del anterior, proponiendo la unión y el cuestionamiento del pasado como armas.

Maayo Wonaa Keerol, de Alassane Diago

Maayo Wonaa Keerol, de Alassane Diago

Otra de las líneas que se impusieron en el concurso fue la de la observación, habitualmente llevada a cabo sin que lo metódico de la misma pudiera restar un ápice de empatía a los retratos. Así sucedía en la destacable Chaylla (Clara Teper y Paul Pirritano), afectuoso acercamiento a una víctima de violencia de género a lo largo de varios años, que elimina la potencia escabrosa de su temática para proponer un sutil tratamiento del tiempo y los rostros, en un trabajo notable de construcción a través del montaje. Aunque de forma algo más modesta, una clara línea une a esta película con Éclaireuses (Lydie Wisshaupt-Claudel, Premio de la Juventud), otro retrato observacional, en este caso de un centro educativo belga para niños al margen de la sociedad, que se convierte en sí misma en un dibujo de la empatía y la acción como motores para combatir el sistema.

Precisamente observar supone la clave del cine de Sharon Lockhart. La ya veterana autora estadounidense vuelve a plantear en la médula de Eventide (Mejor Cortometraje) un tratado en encuadre fijo sobre el tiempo, la luz y el espacio como materia del cine, con la vista puesta en un estelado paisaje nórdico. Y el poder de la mirada está también en la médula de Miyama, Kyoto Prefecture (Rainer Komers), ubicada en un pequeño pueblo japonés junto al que respira la película, trabajo sin aditivos filtrado a través del punto de vista de un alemán en el lugar. Instalado en la más absoluta de las calmas, este colaborador de Peter Nestler construye una pieza de gran coherencia en torno a lo cíclico, en cuyas imágenes subyace el choque de nuestra mirada con el ritmo oriental.

La proverbial heterodoxia de Punto de Vista la completaron en el concurso otros títulos algo más anecdóticos pero tan sensibles como las bellas miniaturas Teléfono, Navidad (Malena Zambrani) o Nagyapám kertje (Varga Gábor), que pretenden encapsular un mundo entero en sus pequeños espacios caseros, respectivamente el de un teléfono de mesilla en una casa argentina y el huerto de un trabajador cada vez más anciano. Pero sobre todo la representó APOCALIPSIS 20 21 22 (Julius Richard Tamayo, Premio Especial del Jurado), radical, irregular, dispar e intenso diario personal del autor, que se construye continuamente a través de una insobornable vitalidad. Si programarla a concurso ya era una declaración de intenciones, el hecho de que acabara siendo premiada por el jurado confirmó la naturaleza de un festival que desea seguir escribiendo su brillante historia fuera de toda norma, atendiendo a los márgenes y cimentando el futuro sobre ellos. Porque mirar hacia las ruinas de este mundo implica también una sentida apuesta por el que vendrá después.

Nagyapám kertje, de Varga Gábor

Nagyapám kertje, de Varga Gábor

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