FESTIVAL INTERNACIONAL DE CURTAS DE VERIN 2018

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El III Vía XIV Festival Internacional de Cortometrajes de Verín reunió durante 9 días más de 60 cortos en su sección oficial, repartidas en cuatro grupos: Horizontes, Otra Mirada, A Raia y Nova. Convivieron así la ficción y el documental, la imagen real y la animación, formas innovadoras de hacer cine y hasta algún videoclip en una selección sin perjuicios hacia cualquier género o formato.

La sección Horizontes está dedicada a las migraciones y a las fronteras en su sentido literal y también en el metafórico. La ganadora del premio del jurado al mejor cortometraje en esta categoría fue Bacha Posh (Yalda Asfsah/Ginan Seidl), que cuenta a través de una pantalla partida la historia de una niña afgana que, dado que en su familia no hay ningún hijo varón, tiene que comportarse como un niño, cumpliendo con las tareas que se asignan a los hombres en Afganistán y adquiriendo un aspecto masculino. A través de estas dos pantallas que consiguen complementarse a la perfección, observamos el día a día en la vida de esta niña y su familia. Por un lado, vemos su vida pública y por otro vemos su vida privada, ambas equilibradas de una forma muy inteligente para dividir la atención de los espectadores y centrarla en una pantalla o en otro según el momento. En esta misma sección está un cortometraje totalmente opuesto en su contenido y en su forma como es Joy in people (Oscar Hudson). Un chico con problemas para relacionarse, aconsejado por su psicóloga, decide tomar las riendas de su vida y salir a conocer gente. Esto coincide con una Eurocopa de fútbol y el protagonista viaja hasta encontrar su lugar entre los aficionados de los equipos de otros países. Oscar Hudson propone una reflexión sobre las multitudes, la identidad y el nacionalismo, y formula la pregunta de si uno puede sentir que forma parte de un grupo en el que no conoce a nadie. Se resume en la frase de Benedict Anderson con la que comienza la cinta: “una nación es una identidad totalmente imaginada”.

Otra Mirada es una sección originalmente dedicada al Carnaval. Sin embargo, es una sección bastante abierta, en la que tienen cabida los cortometrajes más experimentales del festival. Dentro de esta sección se encuentra uno de los platos fuertes del festival: Blue (Apichatpong Weerasethakul). Esta pieza presenta a una mujer con insomnio acompañada de unos decorados de paisajes que van cambiando mientras una llama empieza a arder en su pecho. El cortometraje deja evidencia del profundo interés del director hacia el fuego y sus posibles simbolismos. Sin embargo, el más interesante de la película es el diseño del son. La ausencia de cortes aparentes une los dos espacios (la mujer y los decorados) que no tendrían por qué entenderse cómo contiguos.

Our song to war (Juanita Onzaga) fue la justa ganadora del premio del jurado de la sección Otra Mirada. Un film que propone un vistazo al pasado de una región colombiana en la que tiempo atrás hubo una guerra. Tres niños visitan el cementerio y cantan una canción. No vivieron la guerra, pero sufren sus consecuencias. Nos adentramos con ellos en la noche y en lo que parece un ritual en la memoria de esa guerra. La voz de los niños, la canción y la música construyen un film tremendamente poético que sumerge al espectador en una atmósfera de misticismo y espiritualidad. Esta pieza demuestra una madurez sorprendente en una realizadora de tan sólo 27 años.

El festival contó con la presencia de Ian Harnarine, que llevó su cortometraje Caroni. Cuenta la historia de una mujer de Trinidad y Tobago que trabaja cuidando un bebé en Estados Unidos. No puede acudir al cumpleaños de su hija, con lo que habla por vídeo llamada. Unas aves rojas vuelan entre los árboles. La mujer quiere volar cómo ellas, volver con su hija. El autor cuenta que paseando por Nueva York es fácil cruzarse con mujeres negras paseando carritos de bebés blancos. Esta película es una forma de dar visibilidad a un trabajo tan duro que, además, siempre hacen mujeres. Una curiosidad sobre el filme es que está en 4:3. Ian Harnarine defiende este formato diciendo que fue una decisión tomada en la edición del corto, que originalmente estaba rodada en 16:9. Cuando era pequeño veía los documentales de animales en la televisión y, mientras montaba el corto, éste le pedía estar en 4:3 en alusión a ellos. También está en esta categoría Velsemony’s song (Sofia Bohdanowicz), que obtuvo el premio CAMIRA de la Crítica. Un cortometraje sobre un viaje narrado en primera persona, en el que la protagonista busca una copia original de una grabación. Una narración brillante, con una estética especialmente elegante y un humor sutil que hacen de ésta uno de los cortometrajes más interesantes del festival.

Como Fernando Pessoa salvou Portugal (Eugène Green)

Como Fernando Pessoa salvou Portugal (Eugène Green)

Por otra parte, A Raia es una sección que acoge cortometrajes de cineastas de Galicia y Portugal. En esta sección destaca el cortometraje Como Fernando Pessoa salvou Portugal (Eugène Green), que además de una lección de historia de Portugal, es una de las obras más completas del festival. Toma como punto de partida el momento en el que se le encarga a Fernando Pessoa que haga un eslogan publicitario para una nueva bebida que están importando en Portugal, la Coca-Louca. Durante 26 minutos podemos acudir al proceso creativo y a la censura que sufre Pessoa, que atribuye el resultado al suyo heterónimo Álvaro de Campos. De este filme es destacable la belleza y precisión con la que la dirección de arte nos sitúa en la Lisboa de los años 20. A través de planos estáticos y simétricos, Eugène Green demuestra un dominio de la comedia y de la dirección de actores. Sin embargo, no se puede reducir esta obra a la etiqueta de comedia, pues también muestra un momento difícil para Portugal e invita a una reflexión sobre la poesía y la publicidad.

Resulta sorprendente como en esta misma sección confluyen dos piezas cuyos directores emplearon el soporte cinematográfico. Por un lado, Cómo desaparecer (Carlos Martínez-Peñalver, Joel Fontán, Iago Seoane y Antía Suárez) es un cortometraje que forma parte de un proyecto de largometraje más amplio. A través de unos subtítulos al inicio del corto, los creadores nos ponen en situación para poder comprender la historia: un chico desaparece, dejando unas bobinas de 16mm que servirán a su amigo para ir tras de él. Cómo desaparecer son esas misteriosas imágenes que sirven de pista y que están reveladas por ellos mismos por lo que el corto desborda de esa textura y esa intermitencia que solo se puede conseguir rodando en analógico. Es un cortometraje que en el futuro encontrará su lugar en un proyecto prometedor. Narahío (Ángel Rueda) combina en una misma pantalla imágenes digitales con imágenes rodadas en soporte cinematográfico. Establece una relación entre lo presente y el pasado de los protagonistas, los habitantes de San Sadurniño, y también entre el presente y el pasado del propio cine. Ángel Rueda emplea el recurso de construir el relato de su corto a través de los recuerdos que evocan fotografías del pasado, al igual que hace Pang-Chuan Huang en Last year when the train passed by. En este cortometraje, el autor se acerca a casas para preguntar a los dueños que estaban haciendo un año atrás, cuando él fotografió su casa desde el tren. El resultado de este trabajo es admirable, ya que consigue extraer de las conversaciones con esas personas pensamientos sobre el tiempo, la esperanza, la vejez y la pérdida. Son historias que no tendrían relevancia ni conexión aisladas unas de las otras, pero que el autor consigue unir en esta ingeniosa pieza sobre la memoria.

All inclusive (Corina Schwingruber Ilić),

All inclusive (Corina Schwingruber Ilić),

Last year when the train passed by pertenece a la cuarta sección del festival, Nova. Allí encontramos también el cortometraje All inclusive (Corina Schwingruber Ilić), un documental de observación en el que se muestran las actividades de los pasajeros de un crucero. Mediante planos fijos, All inclusive ofrece un ocurrente retrato del lado más patético del ser humano y la sociedad occidental, pero que puede acabar resultando incluso conmovedor.

El Festival de Verín resulta una revelación en cuanto a la muchas veces marginada animación. Cortometrajes de calidad como Raymonde ou l’evasion verticale (Sarah Van Den Boom), Selfies (Claudius Gentinetta) o Maybe it’s me (Dimitris Simou) tienen cabida en un entorno sin perjuicios hacia este tipo de cine. La chute (Boris Labbé) parece esbozar lo que ocurriría si El Bosco había tenido la oportunidad de hacer animación y dar vida al El jardín de las delicias. Acompañadas de una estridente música, las imágenes comienzan a sucederse en bucle. La gran cantidad de elementos que conviven en el universo del cortometraje impiden establecer cualquier tipo de narración. Labbé juega con una evocación de emociones in crescendo al ritmo de una música que acaba incluso resultando molesta. Este arriesgado cortometraje, que puede no gustar a muchos, se convierte en una experiencia bien parecida a una pesadilla.

Por último, es necesario hablar de un corto de animación que deja el listón muy alto de cara a la próxima edición. Soy una tumba (Khris Cembe), que acaba de ser nominada para los premios Goya como Mejor Cortometraje De Animación. Cuenta la historia de un niño que descubre un secreto de su padre narcotraficante. Este corto, dramático e inquietante, sitúa al espectador desde el punto de vista del pequeño. Es un trabajo que consigue desde el primer momento sumergir al espectador en el mundo interno de protagonista y que logra transmitir sus sensaciones a la perfección. En este sentido es digna de mención la secuencia en la que el niño arrastra la carretilla con el cadáver, en la que es imposible no entrar en su mente y sentirse identificado con él, por muy lejos que esté la historia de la realidad de cada uno. Todo esto, junto con una banda sonora realmente sobrecogedora, construye una película dotada de una especial sensibilidad a la hora de tratar un tema tan recurrente como el narcotráfico, pero desde una perspectiva muy poco exprimida: la de la infancia.

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