RELATOS SALVAJES, de Damián Szifrón

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El último largometraje del guionista y director Damián Szifrón es, en primer lugar, un magnífico divertimento, una maquinaria perfectamente engrasada de la que se disfruta mucho más si se sabe poco o nada de su narración. En una época en la que los tráilers están diseñados para no dejar nada a la imaginación, el de este film tiene la rara habilidad de sugerir sin destripar ninguna de las historias y sin desvelar ninguno de sus muchos gags humorísticos. No obstante, si esto en los tiempos que corren parece una proeza en sí misma, es solo una muestra del ejercicio de reflexión, creatividad y crítica que Szifrón practica en su propuesta más reciente. Dado que la sorpresa y la identificación consiguiente son factores fundamentales del disfrute de Relatos Salvajes (2014), se hace complicado evaluar este film sin revelar los conflictos planteados y sus respectivas resoluciones. Intentaremos estar a la altura del desafío y omitiremos en la medida de lo posible toda alusión a tramas concretas, por lo que obviaremos toda mención a la historia que abre la película, ‘Pasternak’, un arranque prodigioso en el que Szifrón sienta las bases de sus Relatos salvajes.

Nueve años han transcurrido desde el estreno de Tiempo de valientes (Damián Szifrón, 2005), una comedia de acción en donde ya se tocaban algunos de los temas que recorren el nuevo largometraje del cineasta y escritor argentino : la ira resultante de la frustración cotidiana, el humor inherente a ciertos actos violentos, la ineptitud de determinados aparatos de la administración pública y la corrupción sin límites de otros. Si con dicho film el director consiguió aunar los aplausos de la crítica y del público, con Relatos salvajes ha logrado depurar y enriquecer todas las virtudes de su trabajo anterior. Desde un punto de vista técnico, la película supone una maduración del estilo de Szifrón: la cuidada fotografía de Javier Julia, la presencia de determinados planos subjetivos diseminados a lo largo de la narración que subrayan la sensación de inestabilidad y desasosiego, el montaje rítmico firmado por Pablo Barbieri Carrera y el propio Szifrón, así como la magnífica y magnética banda sonora del compositor Gustavo Santaolalla. Bien es cierto que este despliegue visual se debe también a la fuerte apuesta que los hermanos Almodóvar y su productora El Deseo han hecho en favor de Relatos Salvajes, permitiendo al realizador trabajar con el presupuesto más holgado hasta la fecha. El incremento de la inversión le ha permitido, por extensión, contar con la participación de las grandes estrellas del star system argentino, como Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Darío Grandinetti o Érica Rivas.

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Seis días de furia

El eje vertebrador de las seis historias que forman Relatos salvajes se resume certeramente en su eslogan promocional: “Todos podemos perder el control”. Es acertado no solo por ser el nexo de unión entre las distintas piezas de la película, sino porque apela a la identificación con el espectador. Muchos han sido los que han visto en la propuesta de Damián Szifrón una dura crítica a la sociedad argentina. A pesar de que es cierto que el film se circunscribe a una localización y cultura concretas, coincidimos con el cineasta en la universalidad de su mensaje: ¿quién no se ha sentido frustrado por una humillación pública? ¿quién no ha sufrido el desprecio de aquel que se sentía en una posición de superioridad? ¿quién no ha pagado por culpas ajenas o se ha visto atropellado por un error burocrático? Aunque llevados al extremo para explotar su comicidad al máximo, los relatos del largometraje son reales como la vida misma y es por eso que han logrado una respuesta tan positiva de los espectadores: sin ir más lejos, la obra ha obtenido el Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián y el Festival de Cine de Sarajevo, sin olvidar su participación en la sección oficial del Festival de Cannes.

Relatos salvajes explora el lado más oscuro y atroz de la naturaleza humana a través de actos cotidianos, rituales comunes o de historias que nos son conocidas aunque no las hayamos vivido en primera persona. Poco a poco, a medida que transcurren los minutos, la violencia reflejada va in crescendo: desde el brillante sketch inicial hasta el relato costumbrista de una boda que cierra el recorrido de atrocidades. Conforme la tensión va ascendiendo las notas cómicas van disminuyendo –a pesar de que nunca desaparecen- para poner el foco en la indignación, en la injusticia o en la frustración en función del caso concreto: aplastantes, aterradoras y diametralmente opuestas son, por ejemplo, las resoluciones de conflicto de las dos últimas piezas, ‘La propuesta’ y ‘Hasta que la muerte nos separe’.

Con todo, lo más destacable de Relatos Salvajes es el ingenio de su director para plantear y resolver los dilemas morales expuestos ante la cámara. Por una parte porque le sirven para reflexionar y hacernos cavilar sobre la violencia de nuestra vida cotidiana, sobre nuestros pequeños días de furia, sobre nuestros actos y los actos del prójimo; y, por otro, porque le permite hacer una radiografía de la sociedad capitalista contemporánea y de su uso de las plataformas de comunicaciones. Especialmente brillante es su mención a Twitter, tanto por el eco mediático que despierta en la trama como por los planteamientos morales que las opiniones allí vertidas generan. Su inserción supone uno de los momentos más divertidos de la película aunque no podemos detenernos más en él para no desvelar el final de uno de los capítulos del film. Con un discurso solvente, una ejecución impecable, un guion inteligente y un elenco magistral, Relatos salvajes es la confirmación de que debemos seguir la pista del trabajo de Damián Szifrón, un cineasta capaz de aunar entretenimiento, humor, reflexión y crítica social. 

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